Esta semana se escenificaba en el Palacio de la
Moncloa la firma de un nuevo pacto contra el terrorismo entre los líderes de
los dos principales partidos. Para los ilusionados partidarios del cambio
político, las encuestas anuncian que esta estampa bipartidista tiene los días
contados. Sin embargo, la cosa no está tan clara. Me temo que muy pocos se han
molestado en traducir las cifras de intención de voto a escaños reales,
pasándolas por el turmix de la ley electoral española para ver cómo queda
realmente el panorama. Más de uno se puede llevar una sorpresa. Conviene
recordar que una de las tendencias más marcadas del sistema electoral para el
Congreso de los Diputados, es la de favorecer a los partidos mayoritarios,
sobrerrepresentándolos. Es decir, que populares y socialistas suelen obtener un
porcentaje de escaños superior al porcentaje de votos obtenido. La culpa
principal de esta desviación la tiene el mapa de las circunscripciones
electorales en España: muchas provincias pequeñas donde se reparten pocos
escaños, y donde el tercer partido en discordia se tiende a quedar fuera de la
disputa. Algunos argumentarán que Podemos es ya un partido mayoritario – las
encuestas le sitúan incluso por delante del PSOE – y que por tanto no le
afectaría esa tendencia de la ley. Cierto, si se confirman las cifras. Pero la
ley electoral española tiene otro sesgo muy marcado, y este sí afecta
directamente al partido de Pablo Iglesias: el sesgo conservador. Muchos escaños
repartidos en muchas provincias pequeñas, poco pobladas y sin grandes núcleos
urbanos. ¿Qué caracteriza al votante de esas circunscripciones? El
conservadurismo. El “más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”. Que
nadie se lleve a engaño, entonces. El resultado de Podemos en las grandes
ciudades podría ser histórico. Pero el batacazo fuera de ellas, también.
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