El anuncio de la lotería de Navidad del año pasado, con
Raphael haciendo juegos de muñeca y Monserrat Caballé provocando más miedo que
otra cosa, nos metió en un agujero del espacio-tiempo del que había que salir a
toda costa. Los creativos publicitarios encargados este año lo tenían claro:
dejar a las estrellas mediáticas para el champán y volver a poner los pies en
el suelo, en la calle, porque a fin de cuentas es allí donde viven los que
sueñan con que el Gordo les cambie la vida. Hay que reconocer que han dado en
el clavo. El anuncio se abre con la estampa de un hombre doliente, que se
lamenta de su mala suerte. “¡Para una vez que no compro!” Empezamos a sospechar
por donde van los tiros. Su comprensiva mujer, en lugar de darle un sartenazo
en la cabeza, le empuja cariñosamente a bajar a felicitar a alguien. ¿A quién?
No lo sabemos pero la sospecha empieza a convertirse en una certidumbre
insoportable. El hombre atraviesa como alma en pena la desolada estepa
navideña, nevada, como Dios manda, hasta llegar al bar de Antonio. En efecto,
la peor pesadilla del individuo español de clase media que no sabe si seguirá
teniendo trabajo el año que viene, acaba por consumarse: ha tocado el Gordo en
su bar de toda la vida, en ese donde el camarero le conoce por el nombre, y él
no ha comprado su décimo. “Todos celebran los millones menos yo, maldita sea mi
suerte”, parece pensar el protagonista con cara de ecce homo. No contentos con
atizar los más profundos miedos del hombre moderno, los guionistas llegan al
climax del spot tratando de tocar la fibra sentimental del espectador. ¡Y lo
consiguen, los bastardos! Apuesto a que la venta de lotería va a superar todos
los récords este año. Porque después de secarnos las lágrimas vamos a ir todos
corriendo a por nuestro décimo. Porque este magnífico anuncio no se lo cree
nadie.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario