Se conmemora
estos días el 70 aniversario de la rendición incondicional de Alemania, que
puso fin a la II Guerra Mundial en el continente europeo. Aunque España tuvo
una participación marginal en el conflicto, nuestro ministro de Asuntos
Exteriores acudió al campo de Mauthausen (Austria) para recordar a los 5.000
españoles que allí murieron, víctimas de un refinado sistema de trabajo forzoso
y exterminio al servicio del régimen nazi. El asunto de los aniversarios es
inacabable. Después de los 70 años se recordarán los 75, que es cifra más
redonda, y por supuesto los 80, 90, hasta llegar al siglo. Al pueblo alemán le
quedan muchos recordatorios por delante para tener que asumir su papel de
protagonista y agente causante de la mayor carnicería de la historia de la
humanidad. ¿Cómo han logrado superar semejante trauma, si es que lo han hecho
del todo? Con mucho empeño y dedicación, que es como hacen las cosas los
alemanes. Aunque imagino que la procesión irá por dentro y que algunas heridas
de aquella infame etapa de su historia no han cicatrizado del todo, hay que
reconocer la valentía de Alemania para enfrentarse a su pasado. Estoy seguro de
que una sociedad menos fuerte habría sucumbido; habría cambiado el nombre del
país, los colores de la bandera y hasta el idioma; sus regiones habrían
reclamado la independencia para escurrir el bulto y renegar del estado opresor.
Lejos de eso, Alemania vuelve a ser la locomotora del continente y líder de un
proyecto comunitario que defiende a capa y espada. Incluso el himno europeo lo
compuso un alemán. Se llamaba Ludwig van Beethoven. El Himno a la alegría,
inspirado en un poema de Schiller, otro alemán, dice: “Abrazaos, millones de
seres. Este beso es para el mundo entero. Hermanos, por encima de la bóveda de
estrellas tiene que haber un padre amante”.
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