En la prehistoria
digital, a un político era mucho más difícil encontrarle un muerto en el
armario, unas declaraciones escandalosas o una foto en situación comprometida.
Para conseguir algo así, era necesario contratar a un detective que rebuscara
en recónditos archivos y comprara los silencios de ex-amigos o colaboradores
despechados. Al final, si el cargo público en cuestión era de derechas, se
acababa encontrando un artículo suyo en alguna revista juvenil universitaria en
el que decía que Francisco Franco "había sido un hombre insustituible, con
muchas más luces que sombras", o algo parecido. Si era de izquierdas,
aparecía invariablemente una foto suya junto al rumano Ceaucescu, en algunas
jornadas de intercambio cultural de las juventudes marxistas europeas... Pero
los tiempos han cambiado. Que se lo pregunten a los miembros de la candidatura
de Ahora Madrid al Ayuntamiento de la capital. Primero fue el concejal de
Cultura, Guillermo Zapata, con los tristemente famosos chistes sobre el
Holocausto y las víctimas del terrorismo que le han costado el puesto antes de
llegar a ocuparlo. Pero no está solo. Su compañera, Rita Maestre, se enfrenta a
un delito contra las libertades fundamentales, presuntamente cometido en el
curso de una protesta contra la capilla católica de la Universidad Complutense.
Y podríamos seguir, porque en el futuro seguirán apareciendo más tuits, vídeos,
fotos y declaraciones fuera de tono de cargos públicos electos o aspirantes. ¿No
sería más inteligente morderse la lengua o renunciar a ser el tipo más original
de la pandilla? Sin duda. El problema de la muchachada revolucionaria de
Podemos es que ellos han sido los primeros en la era de Twitter. Muchos habrán
aprendido la lección. Las tonterías, sobre todo si decimos o hacemos muchas, mejor
dejarlas para la intimidad.
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