La revolución
tecnológica de los teléfonos inteligentes y las tabletas, la extraordinaria
expansión de las redes sociales y la posibilidad de disponer de conexión a
internet – perdonen la escatología – hasta cuando estamos sentados en el váter,
son todos fenómenos bastante recientes. Fenómenos que desde luego no existían, o
al menos no en la misma medida, cuando elegimos por última vez a nuestros
representantes municipales y autonómicos. ¿Qué papel han jugado estos
revolucionarios medios de comunicación en la campaña electoral que ahora
termina? Uno muy secundario, me temo. Todo ha sido un aburridísimo déjà-vu. Plúmbeos
debates televisivos a la vieja usanza. Escuálidos mítines donde la preocupación
máxima de los organizadores era que no se vieran las temibles sillas vacías.
Spots televisivos sin fuerza. Propaganda en los buzones que en muchos casos se ha
limitado a la papeleta electoral y poco más. Una falta de respeto, en mi
opinión: si quieren que conozcamos los nombres de su lista de candidatos, deberían
limitarse a ponerla en un folio y dejar la sacrosanta papeleta para el día de
las elecciones. ¿Qué ha sido de Twitter, Facebook, Youtube? Imagino que los
partidos los habrán utilizado profusamente, pero el impacto sobre los votantes
ha sido limitadísimo. Juro por lo más sagrado que mi sobrina, que cuelga
versiones de canciones grabadas con su móvil en internet, tiene más visitas en
Youtube que algunos de los grandes partidos. La conclusión es sencilla: lo
importante es el mensaje, y no tanto el medio con el que se transmite. Si no se
tienen cosas que decir o no se sabe cómo decirlas, ni la tecnología más moderna
podrá llenar ese vacío. Nuevas elecciones, viejas campañas. Por favor, no se
olviden de tirar de la cadena.
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