Para encontrar
explicaciones a las derrotas electorales, los comités ejecutivos de los
partidos escenifican reuniones con rostros muy serios, en las que el gran líder
se dirige a sus barones recurriendo al manido catálogo de excusas del mal
perdedor: no hemos sabido transmitir el mensaje, debemos estar más cerca del
ciudadano y bla, bla, bla. Esta vez no ha colado. A Mariano Rajoy se le ha
revuelto el gallinero y en el Partido Popular empiezan a oírse voces que
reclaman un cambio. Nadie ha pedido todavía la cabeza del presidente, pero
algún barón regional se ha atrevido a sugerirle que “se mire en el espejo antes
de ser candidato otra vez”. No es tan difícil. No hace falta ser un reputado politólogo
para saber la causa principal de la sangría de votos que lleva afectando al
partido de la gaviota desde las elecciones europeas: el caso Bárcenas. ¿Se
imaginan que hubiera ocurrido en el Reino Unido si David Cameron hubiese
enviado al tesorero del partido Conservador, imputado por corrupción, un SMS
con el texto “Luis, sé fuerte, aguanta”? Cámbiese a Inglaterra por Francia,
Alemania, Holanda o Noruega, y la respuesta será la misma: el primer ministro
habría dimitido ipso facto. Mariano Rajoy no lo hizo, y de esa forma dañó
irremediablemente el prestigio de su administración. El resto de la ejecutiva
de su partido y de los miembros del gobierno se desprestigiaron solos, también
por omisión: precisamente, por no pedir la dimisión de su líder. No, no es tan
difícil. Porque puede que España no sea la democracia con más solera de Europa,
pero tampoco los españoles somos unos completos analfabetos políticos. Rajoy
cavó su tumba política el día que tecleó esas fatídicas palabras, y en el mismo
momento en que lo asuma, comenzará el saneamiento de su partido. Si se tiene
por hombre sensato, debería hacerlo cuanto antes.
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