¿Recuerdan,
estimados lectores, qué estaban haciendo el 14 de febrero de 1990? Personalmente no tengo la menor idea, pero sepan
ustedes – aquellos que ya habían nacido, claro - que aquel día alguien nos
estaba retratando desde la distancia, y que esa foto legendaria fue bautizada
con el poético nombre de “Un punto azul pálido”. La imagen fue tomada por la
sonda espacial Voyager 1 a 6.000 millones de kilómetros de distancia, y en ella
aparece el planeta Tierra como un minúsculo punto azulado en la vastedad del
espacio, atravesado por un rayo de luz en medio del polvo cósmico.
Sobrecogedor. La idea de realizar la histórica foto partió de Carl Sagan en
1980; el famoso astrónomo y divulgador reconocía que la fotografía quizá no
tendría demasiado valor científico, pero que podría ayudar a la humanidad a
entender mejor su lugar en el universo. Una década después y vencida la
resistencia de los administradores de la NASA, alguien pulsó un botón desde la Tierra
y la foto fue disparada. Hoy me pregunto cómo es posible haber escrito desde
esta tribuna cientos de artículos en la última década, y no haber citado jamás
“Un punto azul pálido”. Porque toda la actualidad política, económica,
científica y ecológica, todas las tragedias naturales grandes y pequeñas pueden
interpretarse a la luz de esa fotografía. La visión de la Tierra como una mota
de polvo en el espacio nos recuerda que todos somos compañeros de viaje, y que
esa condición es la que realmente importa, muy por delante de las diferencias
religiosas o culturales. Si llegáramos a asumirla en toda su misteriosa
profundidad, nos comportaríamos de forma más generosa y humilde con nuestros
semejantes. Su contemplación debería ser obligatoria en todas escuelas del
mundo. Si no la conocen, no se la pierdan. Tecleen en el buscador de internet:
un punto azul pálido. Y viajen.
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