Se empeñan en
conducir por la izquierda, en permitir que la reina sea la persona más rica del
país, en mantener su propia moneda, su propia medida en los recipientes de
cerveza y un excéntrico horario de cierre en los pubs. Podríamos seguir enumerando
peculiaridades británicas y ventilarnos el artículo en un plis-plas. Pero
tampoco es plan. La cuestión es que los súbditos del Reino Unido de la Gran
Bretaña estaban convocados ayer a las urnas - una más: ¿a quién se le ocurre
celebrar unas elecciones generales un jueves? - para elegir a sus
representantes en la Cámara de los Comunes. A pesar de que el sistema electoral
británico está diseñado para obtener un resultado nítido y favorecer el
bipartidismo – suma y sigue: para este extraño pueblo, el bipartidismo no es
malo sino eminentemente práctico – esta vez las encuestas auguran un parlamento
fraccionado que obligará a los políticos a negociar. A laboristas y
conservadores, con el tradicional apéndice simpático de los liberal-demócratas,
se les han unido esta vez los nacionalistas escoceses y una nueva formación, el
Partido de la Independencia del Reino Unido. Si esto se da en un país de rancia
tradición bipartidista como Gran Bretaña, no es de extrañar lo que está pasando
en España: con tanto Ganemos, Podemos, Seamos y demás conjugaciones verbales de
la primera persona del plural, pronto tendremos una papeleta electoral más
larga que un rollo de Scotex. ¿Qué está ocurriendo en Europa, donde florecen
últimamente más partidos que amapolas? Simplemente, que la clase política profesional
está desprestigiada y que cada vez menos votantes la creen capaz de resolver
los grandes problemas de nuestro tiempo: inmigración, corrupción, separatismo,
entre otros. ¿Cree usted que puede contribuir a mejorar el mundo? Pues funde un
partido. Quién sabe, a lo mejor le voto.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario