viernes, 16 de enero de 2015

ALAN TURING (16/01/2015)

La vida está llena de injusticias. Todo ser humano, hasta el más afortunado, está condenado a pasar por ellas. Sus méritos serán ignorados o usurpados, y se le adjudicarán culpas que no le corresponden. Pero la vida también es una cuestión de grados. Hay pequeñas injusticias, injusticias medias e injusticias de proporciones épicas, que se hacen difíciles de soportar hasta para quienes no las han sufrido directamente. Una de estas últimas le cayó en desgracia al infeliz de Alan Turing. Matemático genial, Turing fue reclutado a los 28 años por la inteligencia británica para tratar de vencer a Enigma, la máquina de cifrado que usaban los nazis para codificar sus mensajes en la Segunda Guerra Mundial. Contra todo pronóstico lo logró, dando a los aliados la victoria en la batalla más decisiva y desconocida de toda la guerra. Se estima que la duración del conflicto se redujo en dos años gracias a la hazaña del matemático. Sin embargo, Turing jamás recibió un reconocimiento público porque Enigma fue materia clasificada hasta muchas décadas después. En 1952 fue procesado por homosexualidad y se le presentó la alternativa de ir a prisión o someterse a castración química. Eligió esta última opción y las inyecciones de estrógenos le produjeron graves alteraciones físicas. Dos años después, se suicidaba comiendo una manzana inyectada de cianuro. Por suerte, algunas de las más grandes injusticias sí que llegan a repararse. El reconocimiento masivo de sus aportaciones a la causa aliada y a la ciencia informática ha llegado por fin a Alan Turing. Su trágica historia llena hoy libros, obras de teatro y películas de éxito. Hasta la reina de Inglaterra le ha absuelto recientemente de su "crimen" homosexual. Me gusta pensar que la justicia acaba venciendo siempre. Aunque sea con 60 años de retraso.    

viernes, 9 de enero de 2015

TODOS SOMOS CHARLIE (09/01/2015)

Las revistas satíricas aplican una de esas reglas básicas del humor que rara vez falla: cuanto más en serio se tome a sí misma una institución o una persona, más fácil será reírse de ella. No es extraño, por tanto, que las religiones o las más solemnes instituciones del estado, como las monarquías, sean blanco frecuente de sus viñetas irreverentes y cargadas de retranca. Dependiendo del sentido del humor del burlado o de si el dibujante ha llegado a cruzar la línea invisible que separa la mofa del insulto, – terreno fronterizo que debe frecuentar cualquier revista satírica que se precie – la cosa puede acabar en los tribunales, con una multa, o incluso con el secuestro de la publicación, medida que los jueces aplican muy excepcionalmente y que es hoy tan inútil como trasnochada. Así funcionan las cosas en las democracias civilizadas. Los fanáticos tienen un modus operandi muy distinto. Se enfundan un pasamontañas, agarran un kalashnikov y se plantan en la redacción de la revista para asesinar a sangre fría a sus dibujantes, a los que sorprenden con los lápices en la mano. Necesitados de oírse a sí mismos justificando su atrocidad, abandonan el lugar al grito de Alá es grande, hemos vengado al profeta. El Charlie Hebdo, el semanario parisino que fue ayer objeto del atentado terrorista más sangriento en suelo francés en décadas, ya lo proclamó en una portada reciente: hay que compadecer al profeta por tener a seguidores de esta calaña. Y compadecer a millones de musulmanes pacíficos que han visto su religión manchada por la ignominia. Europa entera debe estar más unida que nunca en defensa de sus libertades y de un modo de vida que tantos siglos de lucha nos costó conseguir. Ayer en París se cometió un crimen doloroso y absurdo. Hoy todos somos Charlie.