viernes, 27 de agosto de 2010

MISS UNIVERSO (27/08/2010)

Las candidatas a Miss Universo deben tener los músculos faciales cigomáticos más duros que una piedra. Aguantar las dos horas de concurso con una sonrisa estilo buzón, que deje al aire el mayor número posible de piezas dentales, me parece una hazaña propia del libro de los récords. Visto que las aspirantes parecen todas salidas de una factoría de Barbies Superstar, podría pensarse que el título, la corona y la faja – igual que los boxeadores, qué cosas – se adjudican directamente a aquella que mejor sonría sin ganas, pero sin que se le note. Las cosas han cambiado, sin embargo. Hace unos años, para intentar acallar los insistentes rumores de que los certámenes de belleza eran, quizá, algo superficiales, alguien tuvo la brillante idea de introducir una sección nueva en el concurso. Desde entonces, ya no se trata sólo de enseñar el palmito y sonreír; ahora hay que contestar, además, a La Pregunta. Los miembros del jurado se dirigen por turno a las cinco finalistas y les disparan a quemarropa una pregunta comprometida. La respuesta debe ser inmaculada, políticamente correcta, y que no ofenda a bicho viviente. ¿Se imaginan tener que opinar sobre la pena de muerte o el burka delante de una audiencia de millones de telespectadores de todo el planeta? Y sin haber cumplido los veinte años. Me parece una prueba de una crueldad extraordinaria, mucho más que obligarles a desfilar en bikini y con tacones de aguja. De un embolado así, no saldría airoso ni el mismísimo Ban Ki-Moon. Este año, la ganadora fue una mexicana de nombre cervantino, Jimena Navarrete, lo que sirvió de oportuno analgésico contra el malestar que ha levantado entre los chicanos la agresiva ley anti-inmigración del estado de Arizona. El concurso se celebró cerca de allí, en Las Vegas. Otra vez como los boxeadores. Qué cosas.

viernes, 20 de agosto de 2010

DOS EN LA CARRETERA (20/08/2010)

Como el coche anda algo delicado, trato de llevarlo con mimo, como se cuida a un enfermo que ya ha visto casi todo lo que la vida le tenía reservado. Estamos en Soria y el espíritu machadiano de la tierra acompaña. He descubierto que conducir respetando escrupulosamente los límites de velocidad hace que mi espejo retrovisor esté más concurrido que nunca. Morros ceñudos de automóviles poderosos se asoman a él, impacientes, mientras sus conductores hacen complicados cálculos mentales espacio-tiempo hasta decidirse a ejecutar la suerte suprema. Hoy he hecho votos de ser un conductor nuevo, que se limite a conducir a la velocidad que le manden y no a hacer operaciones matemáticas sobre el margen de error de los radares de la guardia civil. Hablando del rey de Roma, por la puerta asoma: una pareja de la Benemérita inspecciona el tráfico, al borde de la carretera, unos cientos de metros más adelante. ¿A quién parará? ¡Premio! ¡Somos nosotros! No puedo culparles. Si yo viera acercarse a un coche medio tuneado y algo sucio, haría lo mismo. Me detengo, bajo la ventanilla y el agente me saluda con severidad. Quizá le sorprenda no encontrar a un jovencito con piercings escuchando música trance, pero lo disimula perfectamente. ¿Permiso de conducir, por favor? No acierto con la cartera, ¿no era rosa el maldito carnet? Charito me echa un capote. Lo guardas aquí, debajo del DNI. Gracias a Dios. Al sacarlo, una foto-carnet de la esposa sonriente vuela hasta mi regazo. La escena parece sacada de “Dos en la carretera”; Charito ha clavado a Audrey Hepburn y un servidor da para un Albert Finney bastante convincente. Creo que al guardia civil le ha llegado a la patata pero, otra vez, disimula como un bellaco. Presiento que hoy no habrá que enseñar más papelotes. ¡Pueden continuar!

viernes, 13 de agosto de 2010

TOURMALET (13/08/2010)

La carretera era una romería de lycras y culotes, cientos de ciclistas retorciéndose sobre sus monturas en pos de un esfuerzo agónico y maravilloso. Mi coche los adelantaba con un respeto reverencial, que delataba la mala conciencia de ser el perturbador de un rito casi religioso, al que se entregaban por igual orondos cincuentones, jóvenes de rostro afilado y padres que iniciaban a sus vástagos en los recónditos placeres del deporte del sufrimiento. Reconozco que hice las cosas mal desde el principio. Para un aficionado a la bicicleta como yo, acercarse por primera vez a las sagradas cuestas del Tourmalet impulsado por un motor diesel, es un sacrilegio que no puede quedar impune. El rebaño de ovejas que bloqueó la carretera no tuvo la culpa. Tampoco el joven descarado que las pastoreaba a lomos de un quad, en la estampa menos bucólica que pueda imaginarse. La culpa fue sólo mía. Al subir una pendiente prolongada en primera y a medio embrague, creyéndome el más hábil de los conductores, presenté una sólida candidatura a Tonto del Año. Mi coche pensaba lo mismo, porque celebró la tontería con una fumata negra, negrísima, y un inconfundible olor a quemado. Cuneta herbácea. Llamada a grúas Tourmalet. Matamos la larga espera contemplando el hilo interminable de ciclistas. La mayoría pasa junto al coche arrugando la nariz y mirándonos con ojos inexpresivos, desde el abismo de su agotamiento. Una septuagenaria se acerca pedaleando lentamente. “Aunque no lo creas, me cambiaría por ti” – grita risueña al pasar. Me pongo en pie, y por un momento olvido el coche humeante, la grúa y las vacaciones arruinadas. “Allez, allez. Très bien” – balbuceo, emocionado. Quiero decirle muchas cosas pero su figura menuda desaparece pronto detrás de una curva. Ahora estoy seguro. Algún día volveré al Tourmalet.

sábado, 7 de agosto de 2010

EL SÍNDROME DEL PIJAMA ARRUGADO (06/08/2010)

Pakistán está sufriendo las peores inundaciones de su historia. Continúa la búsqueda de los cuatro españoles desaparecidos en México. La operación salida de agosto ha mostrado un repunte en la cifra de muertos. Enfrentamientos entre taurinos y animalistas en Barcelona... No es un simulacro de catástrofes; se trata de una descripción bastante precisa de los contenidos del telediario que me he desayunado esta mañana, mientras trataba de superar ese estado de vulnerabilidad existencial que ataca al recién levantado – el síndrome del pijama arrugado- y para el que la ciencia humana no ha encontrado nada más efectivo que ponerse desnudo bajo un chorro de agua y beber café. Como noticia más positiva, Fidel Castro habría hecho su octava aparición pública en menos de un mes, esta vez vistiendo en verde oliva y no en chándal. Señores responsables de los servicios informativos: ¿no sería posible producir algo más optimista? Sus telediarios son más deprimentes que una perrera de perros negros. Tampoco estoy pidiendo el noticiero de los mundos de Yupi, donde sólo quepan noticias alegres e inspiradoras, con la sintonía de Viva la gente. Me conformo con algo más equilibrado; un telediario que hable de canallas, pero también de héroes; que no esconda los conflictos, pero tampoco a aquellos que logran evitarlos; que por cada ciudad que destruya la riada, el terremoto o el volcán, me cuente que se construyen otras, aunque sea en las antípodas. Quizá haya una solución más fácil: imitar a los niños. No he encontrado a nadie últimamente que practique la felicidad y la despreocupación mejor que ellos. Nada más despertar, cuando ataque el síndrome del pijama arrugado, dieta estricta de dibujos animados. Creo que me apunto. Adiós telediario. Bienvenido Shin-Chan.