viernes, 29 de abril de 2011

MÁRMOLES GÓMEZ (29/04/2011)

Mi equipo no se llama Barcelona o Real Madrid. Mi equipo de fútbol, el de verdad, se llama Mármoles Gómez. Quizá el lector no encuentre el nombre demasiado sugerente, pero para sus veteranos jugadores – algunos llevamos casi veinte años vistiendo la camiseta – esas dos palabras despiertan una emoción que el paso del tiempo, las lesiones y el implacable declinar de la condición física todavía no han conseguido apagar. A veces, con una cerveza o dos, después de un partido que quizá hayamos ganado y en el que quizá un servidor haya metido un gol (coincidencia difícil pero no completamente imposible), me gusta decir que Mármoles Gómez es una de las cosas más importantes de mi vida. Es el provocador que llevo dentro. Objetivamente, un equipo de fútbol-sala que juega en la tercera división de la liga de deporte laboral, grupo cuarto – es imposible descender de categoría, más abajo no hay nada – y que se reúne cada semana durante tres horas a jugar un partido y tomar un bocadillo, no debería ser más que un simple pasatiempo. Ultimamente, no lo tengo tan claro. El paso de los años, el amor por el juego, la camaradería que no se parece a ninguna otra y algunos acontecimientos asombrosos como el hecho de que el portero actual del equipo sea hijo de uno de los miembros fundadores del club, me han obligado a envainar la ironía y a pensar que quizá el fútbol sea más importante en mi vida de lo que había previsto. ¿He dicho ya que como jugador soy bastante malo? Voluntarioso, corretón, torponcete, hay días en que no le metería un gol ni al arco iris. Y qué. En cada partido pienso que se va a producir el milagro y que me voy a convertir en ese jugador decisivo que solo vive en mi imaginación. Nadie puede quitarme eso. Lo que digan Pep y Mou no me importa demasiado. Mi equipo se llama Mármoles Gómez.

viernes, 22 de abril de 2011

CUBANOS (22/04/2011)

Son un caso único en el mundo. A falta de libertad política, económica y hasta de movimiento – para viajar al extranjero se necesita un permiso de salida, que las autoridades conceden restrictivamente –, los cubanos han encontrado una curiosa vía de escape: inventar nombres estrafalarios y ponérselos a sus indefensos vástagos cuando son pequeños. Al parecer, el asfixiante estado cubano no tiene inconveniente en que sus camaradas desfoguen en la disciplina onomástica sus legítimas ansias de hacer en la vida lo que les venga en gana. ¿Que no te puedes comprar un Rolex, ni siquiera en los chinos? Pues llamas a tu hijo Rolexis, y te quitas la comezón. Eglis, Liaena, Mirelys, Danayasi, Arais, Trifina, Misleydi, Ermela, Pedra, Anielka, Yipsi, Yodelkis, Yuneislys, Yoslaine, Rubiseida, Surina, Merlín, Gudelis... la lista es inacabable y amenaza con crecer todavía más. La semana pasada, el hermanísimo presidente de Cuba, Raul Castro, inauguraba el VI Congreso del Partido Comunista. Los jerifaltes cubanos siguen hablando de revolución, de planes quinquenales y de encontrar ese nuevo modelo que se abra a la iniciativa privada sin renunciar a las esencias del socialismo. Les está costando encontrarlo porque hace más de veinte años que cayó el muro de Berlín y, en todo ese tiempo, lo único que ha cambiado es el traje verde oliva de Fidel por un decadente chándal. Ah, sí, y que le ha pasado el cargo a su hermano. Medio siglo después de tomar el poder, en una muestra de infinito cinismo, la casta dirigente cubana aboga por limitar la duración de los mandatos a diez años. Muestren un poco de humanidad. ¿No creen que llamar a un niño Dunieki es de una crueldad intolerable? Permitan a sus compatriotas entrar, salir, comprar, vender, hablar, pensar, ¡respirar!, y quizá se les quiten esas ideas de la cabeza. Hagan el favor.

viernes, 15 de abril de 2011

LOS MONOLITOS (15/04/2011)

Yo vivo en un barrio que está junto a un río. Antes, para cruzar al otro lado, debíamos dar un largo rodeo hasta el puente más cercano. El viento azotaba sin piedad durante el trayecto y uno se sentía impotente como una hormiga frente a un charco tras una tormenta de verano, preguntándose por qué la naturaleza caprichosa le obligaba a caminar tanto. Un buen día, el ayuntamiento construyó una pasarela y todo cambió. De pronto, la otra orilla estaba tan cerca que todo el barrio se empeñó en cruzar una y otra vez, a veces sin ningún propósito. Llegábamos al otro lado, sonreíamos como Moisés ante las aguas, y volvíamos sobre nuestros pasos regocijándonos de cuánto habían cambiado nuestras vidas. Pasaron tres años. Un buen día, surgieron dos monolitos idénticos, uno en cada lado del río. “Esta pasarela se inauguró siendo alcalde el señor...” decía la inscripción. ¿Quién había ordenado colocar esos monolitos? ¿Y por qué tres años después? Pensé que quizás el alcalde había diseñado personalmente la pasarela, con sus cálculos de fuerzas y resistencias incluidos, y estaba muy orgulloso de ello. O, a lo mejor, había pagado la obra de su propio bolsillo. Pregunté a mi vecino Blas, que siempre está muy enterado de todo. ¿Estás tonto?- me dijo. ¿No sabes que hay elecciones dentro de mes y medio? – y se fue cabeceando y dándose importancia, como hace siempre. Entonces lo entendí. Como el alcalde no era un rey ni un faraón, solo cabía una explicación: los monolitos tenían un mensaje oculto, que el alcalde quería transmitir a los ciudadanos: me presento a las elecciones por obligación pero, por favor, no me votéis. ¿No veis que he hecho ya suficientes cosas por esta ciudad? Dejadme descansar... No se preocupe, señor alcalde, no le votaré. Pero descuide, cada vez que cruce la pasarela, miraré al monolito y pensaré en usted.

viernes, 8 de abril de 2011

PACTO POR LA EDUCACIÓN (08/04/2011)

Se llamaba don Manuel y la leyenda decía que había entrado en el Alcázar de Toledo dando vivas al caudillo y con la bayoneta calada. Su porte serio, casi fúnebre, anunciaba una personalidad autoritaria que infundía terror entre la chiquillería de cuarto curso de la EGB que tenía bajo sus órdenes. Por aquellos días, la sociedad española daba sus primeros pasos en democracia a un ritmo allegro ma non troppo, y personajes como don Manuel abundaban todavía en las aulas. Una tarde, mi hermano Santi llegó a casa con el rostro demudado. Don Manuel le había castigado a copiar la frase “no hablaré en clase mientras explica el profesor”, la absurda cantidad de ¡cinco mil veces! Ante tamaño despropósito, mi padre, que rara vez se mezclaba en querellas escolares, quiso intervenir. Llamó al colegio y pudo reunirse con don Manuel aquella misma tarde. Nunca supimos de qué hablaron. No sé si mi padre le cogió de la solapa y el otro gritó ¡a mí, la legión!, o si la conversación fue pacífica y constructiva; en aquellos tiempos, el pacto de estado por la educación lo mantenían los padres y los profesores sin necesidad de políticos, y era un pacto de acero: jamás escuché a mis progenitores una sola palabra que menoscabara la autoridad de los enseñantes, por muy excéntricos que fueran. Hoy, ese pacto está roto. Hoy, España encabeza la lista de países con mayor fracaso escolar de la Unión Europea. La solución al problema no pasa por llenar las aulas de profesores-legionario o por la vuelta del sopapo como estrategia educativa, sino por devolver a los profesores la autoridad perdida. Una autoridad que, contra lo que pudiera parecer, no le han quitado los alumnos, sino unos padres irresponsables. El mío salió de la reunión con don Manuel con cara de póker. Mi hermano Santi no copió cinco mil veces la frasecita de marras. Solo fueron cuatrocientas.

viernes, 1 de abril de 2011

LA CABEZA DE CÉSAR (01/04/2011)

Hace algunos años, en la ciudad de Arlés, unos arqueólogos franceses hicieron un descubrimiento sorprendente: un busto en mármol de Julio César, que había permanecido bajo las aguas del Ródano desde los fatídicos idus de marzo del año 44 antes de Cristo. Al parecer, cuando la noticia del asesinato del político romano llegó hasta esa pequeña ciudad del sur de Francia, uno de sus partidarios, temeroso de ser identificado como tal durante los turbulentos años que siguieron, se deshizo del busto tirándolo al río. Ignoro si nuestros arqueólogos tomaron buena nota del hallazgo: la arraigada propensión de los españoles al cesarismo, los pronunciamientos y la exaltación de personajes indispensables, hace pensar que los lechos de nuestros ríos podrían ser auténticas almonedas subacuáticas sembradas de valiosísimos objetos de todas las épocas. Los tiempos han cambiado. El nacimiento de la conciencia medioambiental ha sustituido a los ríos por recónditos almacenes municipales, y allí las estatuas ecuestres de los apestados de la historia acumulan polvo, a la espera de una rehabilitación que quizás no llegue nunca. Los bustos de mármol también han pasado de moda. Ni el más fervoroso partidario tendría hoy la cabeza del presidente o el alcalde de turno decorando su cuarto de estar. Bustos no, pero fotos firmadas o fotos junto al poderoso tienen que contarse por miles en despachos y recibidores de toda España. Ahora que se acercan las elecciones y el paisaje público está lleno de políticos amortizados que han perdido toda posibilidad de renovar sus cargos, ¿qué harán con los retratos sus antiguos seguidores? ¿Los tirarán al río? Espero que no; sería cochino e innecesariamente melodramático. Saquen la foto y tírenla al cubo del reciclaje. El marco de plata servirá para el sustituto.