viernes, 30 de marzo de 2012

ESTRELLAS FUGACES (30/03/2012)

Están en la cresta de la ola. Peregrinan por los platós de televisión paseando sus cuellos descorbatados como si fueran estrellas del rock and roll. Ignacio Fernández Toxo y Cándido Méndez son celebrities sindicales, pareja artística tan bien avenida – al parecer, el nuevo sindicalismo consiste en que dos organizaciones con historia, banderas y subvenciones separadas, piensen siempre lo mismo – que si participaran en un concurso de bailes de salón seguro que hacían buen papel. Están haciendo historia pero, por desgracia para ellos, de una forma distinta a la que creen: las suyas pueden ser dos estrellas fugaces que anuncien el declive del movimiento sindical tal y como lo hemos conocido hasta hoy. Zapatero a tus zapatos, dice el refrán. Ellos prefieren no escucharlo. Toxo y Méndez se han pasado del sindicalismo a la política, olvidando que a ellos no los ha elegido nadie. ¿La reforma laboral es injusta, antisocial, y descaradamente favorable al empresario? Pongamos que sí. Sin embargo, ¿no ha sido aprobada por la mayoría del Congreso democráticamente elegido hace menos de cien días? Si no es declarada anticonstitucional solo quedará acatarla y empezar a hacer campaña para que el próximo gobierno la desmantele. Así funciona el juego democrático. ¿Para qué sirve una huelga general? Ningún gobierno de ningún color ha cambiado jamás una ley laboral por la presión de la calle; si empezaran a hacerlo, habría que sustituir el Parlamento por un sambódromo. La huelga, ese sagrado instrumento para apretar las tuercas al empresario abusón, se vota en asamblea, tiene unos fines concretos... Es otra cosa. En su vuelo brillante, Toxo y Méndez no se dan cuenta de que unos y otros les están utilizando. Presiento que pronto serán el recuerdo de una hermosa amistad.

viernes, 23 de marzo de 2012

TRAMPOSOS (23/03/2012)

Lo bautizaron el “toilet-gate”. Durante la celebración del campeonato mundial de ajedrez de 2006, el búlgaro Topalov acusó a su rival, el ruso Kramnik, de esconder un ordenador en el baño para ayudarse de un programa informático. Ni siquiera el ajedrez, el deporte cerebral por excelencia, se libra ya de los tramposos. Vivimos en la era dorada de la trampa. En ninguna otra época de la historia, las posibilidades de defraudar, estafar o mentir han sido mayores. La revolución tecnológica ha hecho posible desde el más tonto de los engaños - crearse una identidad falsa en una red social para parecer más joven y atractivo – hasta el más dañino y devastador – hackear el sistema informático de una institución para robar información con fines delictivos. Miles de oportunidades de fraude nos tientan cada día, a virtuosos y a malvados. ¿Por qué comprarme un disco, una película o un libro, si me los puedo descargar gratis y sin riesgo? ¿Para qué estudiar si puedo copiar en el examen con la ayuda de algún aparatito? Las empresas tampoco se libran de la tentación. ¿Quién no ha sospechado alguna vez de las compañías telefónicas y sus averías, de los fabricantes de anti-virus y los virus, de los bancos y sus comisiones traicioneras? En el deporte, los inventores de métodos dopantes parecen ir siempre un paso y medio por delante de sus perseguidores. La solución al problema parece peliaguda. La misma tecnología que permite la trampa puede proporcionar las herramientas de vigilancia para combatirla pero, ¿estamos dispuestos a aguantarlas? Nos hemos vuelto tan sensibles que a cualquier autoridad que pretenda controlarnos la acusamos rápidamente de ser el “Gran Hermano”. Quizá debamos reajustar algo nuestras prioridades. Eso, o aceptar vivir en un mundo de tramposos.

viernes, 16 de marzo de 2012

PAPEL (16/03/2011)

A estas alturas habrán leído la noticia cuarenta veces: la enciclopedia británica, ese mastodonte cultural en lengua inglesa, deja de publicarse en papel y ya solo estará disponible en versión digital. Es comprensible que todos los medios de comunicación, en especial los impresos en pasta de papel, se hayan hecho profuso eco de la noticia. Cuando las barbas del vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar, dice el refrán. Si una publicación fundada hace 243 años debe doblar la cerviz y humillarse ante el despotismo digital, significa que la cosa va muy en serio. Para evitar dolorosas comparaciones, algunos dirán que los 32 tomos de la enciclopedia británica eran una obra de consulta, no de lectura, y que lo digital ha venido a resolver una serie de problemas específicos del mamotreto, que no plantean otras publicaciones. A saber, un problema de peso – manejar con soltura uno de aquellos volúmenes exigía una musculación hercúlea -, un problema de espacio – a partir de ahora quedan libres kilómetros de estanterías para colocar sobre ellas pequeñas figuras de porcelana, “rcdos. de...” y trofeos deportivos -, y un problema ecológico – para publicar cada nueva edición de la enciclopedia había que talar media selva de la Amazonía. Argumentos válidos, pero que no pueden ocultar la cruda realidad: nos estamos acercando al final de la era del papel como soporte principal del conocimiento; una verdadera revolución de la que no tenemos perspectiva suficiente - la tendrán nuestros nietos - para valorar todas sus implicaciones. La industria periodística, desde la que les hablo, hace tiempo que vio las orejas al lobo. La editorial acaba de despertar de un plácido sueño con olor a celulosa, y últimamente no pega ojo. Personalmente, hace tiempo que tomé medidas. Me hice construir un faro virtual.

viernes, 9 de marzo de 2012

EL GRAN LEGADO (09/03/2012)

Es nuestro tesoro y debemos conservarlo como el legado más importante que dejaremos a las generaciones futuras. No estoy hablando de las redes sociales, de Lady Gaga o de los goles de Lionel Messi; la aportación más valiosa que vamos a hacer a la historia de la humanidad es algo tan humilde y tan grandioso a la vez como una idea. Puede que su enunciado carezca de la elegancia de un Descartes o de la erudición de un Leibniz, pero estoy convencido de que ayudará a nuestros nietos a ser más felices y provechosos; allá va: cuando tu banquero, tu representante político y tu vecino del quinto se aferren a una predicción económica que va contra la lógica, repitiéndola como si fuera una oración sagrada, confía en tu instinto: esa predicción es falsa. “Los pisos no pueden bajar de precio. El mercado inmobiliario es indestructible”. España entera, desde las élites dirigentes hasta el trabajador más menesteroso, basó sus decisiones políticas y económicas en ese mantra falso, falsísimo, y así nos ha ido: las administraciones públicas arruinadas, los bancos y cajas tocados del ala y el tejido empresarial hecho jirones. Lo más triste del caso es que la verdad estaba al alcance de cualquiera; los libros de historia nos recordaban que la gran crisis de 1929 nació de otra predicción falsa que todos quisieron creer, llevados por la codicia. En aquel entonces, el mercado de valores también era indestructible y el precio de las acciones no podía bajar. ¿Alguien ha caído en la cuenta que desde aquel jueves negro han pasado 82 años, que es casi exactamente nuestra esperanza de vida en la actualidad? La memoria orgánica del ser humano, la de verdad, no da para más. Dentro de un siglo más o menos, en lugar de las acciones o los pisos será alguna piedra exótica o los coches de época, quién sabe. Que se vayan preparando.

viernes, 2 de marzo de 2012

EL HACEDOR DE LLUVIAS (02/03/2012)

Casi no nos hemos recuperado de la ola de frío siberiano, y nos cuentan que estamos padeciendo uno de los inviernos más secos de la historia. Supongo que en las tierras verdes del norte dar esta clase de noticias es algo innecesario, porque la falta de lluvia se hace evidente para cualquiera; en el sediento Aragón las cosas son distintas: como estamos acostumbrados a que llueva entre poco y poquísimo, nos cuesta mucho distinguir una sequía histórica de una sequía a secas, nunca mejor dicho. “¡Cómo se nota que no eres agricultor!”, me dice Alfredo Bielsa, alcalde de Vinaceite. Cierto. A los que viven del campo y tienen que pagar la semilla, el gasoil y la maquinaria, nadie tiene que recordarles que hace tiempo que no cae una gota del cielo; para ellos la situación empieza a ser catastrófica. ¿Y qué podemos hacer al respecto? Entre poco y nada. Si una máquina del tiempo trasladara a un agricultor celtíbero del siglo V a.c. a nuestros días, es probable que nos preguntara cuál de los botones de nuestro aparatoso smart-phone era el de hacer llover. Habría que decirle que no, que entre el Whatsapp, el twitter, el identificador de canciones y la cámara integrada de 8 megapíxeles, no habíamos tenido tiempo de inventar nada sobre el tema. Pues vaya, diría él. Y es que, en cuestión de lluvias, estamos al mismo nivel de nuestros antepasados, qué digo, peor. Al menos ellos tenían al brujo de la tribu, al hacedor de lluvias, o sacaban al santo en procesión para que trajera el agua del cielo. Ellos tenían fe y nosotros una cuenta en facebook. Al hacedor de lluvias lo hemos sustituido por un señor trajeado, con aire suficiente, que presume de tener explicaciones para todo pero no sabe responder a la cuestión fundamental: por qué demonios no llueve. Habrá que volver a las rogativas. O inventar el botón de una santa vez.