viernes, 30 de septiembre de 2011

LA QUEJA (30/09/2011)

Parece el título de una novela de Jean-Paul Sartre, pero no se asusten: aunque esté pensando muy seriamente en comprarme unas gafas de pasta (por alguna razón, todos los que las llevan son tomados por artistas de gran valía) no tengo la menor intención de escribir un tratado existencialista. La cuestión es bastante más sencilla. Últimamente, he llegado a la conclusión de que el ser humano es el animal más quejica de la creación, a tanta distancia de los demás, que es absurdo continuar con la lista y tratar de averiguar quién le sigue. Nos quejamos de todo, por todo, desde el alba hasta el crepúsculo, con razón o sin ella, como si fuera un vicio que nos proporcionara un placer irresistible. Fíjense en la meteorología, por ejemplo. La franja de temperaturas que el caprichoso bípedo humano considera “agradables” se ha estrechado tanto, que expresiones como “qué buena tarde hace” han desaparecido prácticamente de nuestro vocabulario: siempre hace frío, o calor, o llueve, o vaya viento más molesto que se ha levantado. La queja es una actitud moderna, propia de sociedades acomodadas cuyos individuos no vivieron ninguna guerra o nunca tuvieron que llevar los mulos a arar el campo cuando eran niños, como les ocurrió a muchos de nuestros abuelos. Según un maestro vedanta que visitó recientemente España, la cultura de la queja está llevando a Occidente a la decadencia, en contraste con las sociedades asiáticas, más comunitarias y menos obsesionadas con el individualismo. Al parecer, el defecto no está en el vecino, en el coche, en la previsión meteorológica, en los bancos, en los políticos... sino en nosotros mismos; en esa actitud llorona que nos hace infelices e improductivos. Cuánto por aprender. Y aquí estoy yo, ¡quejándome de la queja ajena! La repanocha. Creo que necesito unas gafas de pasta.

viernes, 23 de septiembre de 2011

NOBLES (23/09/2011)

La guillotina revolucionaria intentó acabar con ellos sin conseguirlo. Otros métodos menos sanguinarios como el principio de igualdad o el impuesto sobre la renta tampoco tuvieron más éxito. A la nobleza de sangre – los condes, duques y demás familia – se vino a sumar la nobleza mercantil – plebeyos que lograron acumular grandes fortunas gracias a su talento, audacia o falta de escrúpulos. La cuestión es que el número de individuos que consiguieron legar a sus descendientes un patrimonio que nunca podrán gastar del todo, no ha dejado de crecer con el paso de los siglos. Libres de la tarea bíblica que ocupa las vidas de la mayoría de los mortales -ganarás el pan con el sudor de tu frente- los nobles, los pijos, los herederos, tienen ante sí un reto formidable, del que muy pocos salen airosos. ¿Qué hago con mi vida? Pasatiempos tradicionales como la caza o la persecución de doncellas, u otros más actuales como las fiestas en yate sobre aguas ibicencas, acaban cansando a cualquiera. Cuando la decadencia amenaza con devorarlos, algunos sucumben a la tentación última: enzarzarse en peleas familiares por la herencia. ¿Puede haber algo más atractivo para la plebe que ver a sus señores sufrir como si fueran seres humanos normales? España asiste estos días expectante a las disputas en el seno de la casa de Alba por la inminente boda de la duquesa, de 85 años, con un funcionario de la seguridad social de 61. Por su parte, la baronesa Thyssen y su hijo Borja continúan su enfrentamiento implacable bajo la atenta mirada de Blanca, la nuera de la discordia. Sufrimientos de carne y hueso, aunque lleven colgados un Louis Vouitton. “¡Pero si tienen la vida resuelta!”, dicen algunos. ¡Ja! La vida solo está resuelta cuando te meten en una caja y alguien cierra la tapa. ¿Nobles? No los envidio. Te lo juro por Christian Dior.

viernes, 9 de septiembre de 2011

ABIERTO POR OBRAS (09/09/2011)

La catedral de Santa María de Vitoria descansa en lo alto de una colina. En ese mismo lugar, sobre las humildes chozas de la aldea de Gasteiz, el rey Sancho VI de Navarra fundó la ciudad en 1181. Encastrado en la muralla, el templo tuvo en sus comienzos un aire sobrio y militar, pero a medida que el poder de la villa aumentó, sus autoridades lo embellecieron con pesadas bóvedas de piedra. Así comenzaron los problemas. El equilibrio de fuerzas se alteró, aparecieron grietas en sus muros y los pilares se inclinaron. A lo largo de los siglos, las operaciones de restauración solo lograron victorias efímeras contra la obstinada gravedad: conseguían que el edificio no se desplomara, pero creaban un nuevo problema estructural que legaban a la siguiente generación. La última restauración fallida, en 1967, hizo exclamar imprudentemente al obispo de la diócesis: “¡Hemos salvado la catedral para otros 600 años!” En 1994, el edificio se declaraba en ruinas y se cerraba al culto. Muchos pensaron que la catedral vieja estaba maldita, pero la sociedad vitoriana no se rindió. Planearon una restauración metódica, para intentar sanar de una vez por todas al viejo edificio enfermo. El precio a pagar sería alto, en muchos sentidos: las obras mantendrían la catedral cerrada durante décadas. Y entonces alguien tuvo la idea genial. ¿Por qué no mantener el templo abierto a los visitantes durante la restauración, y convertir a ésta en un atractivo añadido? Así nació “Abierto por obras”. En los últimos años, cientos de miles de turistas han recorrido los andamios de la catedral de Santa María ataviados con un casco, disfrutando de una perspectiva única del arte y de la historia. Llovieron los premios internacionales, las visitas de nombres ilustres. Al autor de la idea se lo tragó el anonimato, por humildad propia o ingratitud de otros, quién sabe. Chapeau.

viernes, 2 de septiembre de 2011

DEPRISA, CORRIENDO Y MAL (02/09/2011)

Solía ser en domingo, después de un largo fin de semana de holganza, a las once de la noche. Mi madre entraba en la habitación y me sorprendía copiando precipitadamente alguna entrada de la enciclopedia Salvat, para un trabajo escolar encargado semanas atrás. Su sentencia era inapelable: “¡A última hora, deprisa, corriendo y mal!” Qué lástima que el gobierno de la nación y los partidos mayoritarios no tengan una madre para cantarles las verdades antes de irse a la cama. Resulta que un presidente del gobierno que está ya más en el otro mundo que en éste, que ha corrido detrás de la crisis económica durante toda la legislatura (sin alcanzarla nunca), propone ahora la reforma constitucional de más calado de la historia de la democracia. Y lo hace a menos de tres meses de las elecciones generales, cuando, en el Congreso, las decisiones más trascendentes deberían ser el color de la próxima moqueta o el gadget con que se obsequiará a los nuevos diputados. Ni las casas de apuestas habrían podido imaginarlo: no ha sido la reforma del Senado, la que todos dicen querer pero nadie emprende, ni la reforma Leonor, sobre la igualdad de hombres y mujeres para acceder a la Corona. Será la del artículo 135 y elevará la estabilidad presupuestaria a norma de rango constitucional. Si 35 diputados no deciden lo contrario, la reforma se aprobará sin consulta popular. No parece lo más presentable en estos tiempos de agitación social y ansias de renovación democrática pero, nos gusten o no, son las normas que han estado escritas desde 1978. De nada vale ahora rasgarse las vestiduras, como los farisaicos nacionalistas, o hablar de deslegitimación democrática. Dentro de poco se abrirán las urnas, y habrá llegado el momento de expresarse. Mientras tanto, ladeo la cabeza y digo: deprisa, corriendo y mal.