viernes, 24 de septiembre de 2010

PATRIMONIO NACIONAL (24/09/2010)

Debería ser nombrado duque de Manacor y tener el tratamiento protocolario de Grande de España, tan grande, que hasta la duquesa de Alba debiera hacer una pirueta cada vez que se acercase a saludarle. Hace ya tiempo que Rafael Nadal Parera entró a formar parte del Patrimonio Nacional. Voy a pasar de largo por sus éxitos deportivos, su recién conquistado Career Grand Slam y sus récords de precocidad. Para los que no sean aficionados al deporte del tenis, quizá no signifiquen demasiado. Tampoco voy a entrar a analizar las cualidades personales del mallorquín, su desarmante caballerosidad y la aparente simplicidad de su filosofía de vida porque me faltaría espacio disponible. Pensemos hoy con inhumana frialdad: ¿Cuánto costaría una campaña publicitaria que igualase el efecto positivo que Nadal tiene sobre la imagen de España en todo el mundo? Me temo que no tendríamos dinero para pagarla. Lo increíble del caso es que no sólo nos sale gratis, sino que, además, genera ingresos al Estado: a diferencia de otros ilustres deportistas, Rafa tiene residencia fiscal en España y paga sus impuestos aquí. ¿Y si tuviéramos que cuantificar el impacto de su figura sobre la tan traída y llevada vertebración de España? Nadal siempre se ha distinguido por llevar su condición de español con un orgullo y una naturalidad que, en los tiempos que corren, llama la atención. Su lengua materna es el mallorquín, por lo que su ejemplo desmonta la tesis nacionalista de que cualquiera que hable una lengua que no sea la castellana, se convierte en un no-español. Para los individuos sin conflictos identitarios conocidos, entre los que me incluyo, es una gozada que alguien como Nadal quiera seguir compartiendo con nosotros la pertenencia a esa nación tan extraña llamada España. Y luego está su derecha liftada, su fortaleza mental...

viernes, 10 de septiembre de 2010

CHARLES DE GAULLE (10/09/2010)

Este año se ha conmemorado el 70 aniversario de “L´appel”- la llamada - el discurso que Charles de Gaulle lanzó a través de la BBC, llamando a la resistencia del pueblo francés tras la derrota infligida por las tropas alemanas en el verano de 1940. De Gaulle no es una figura demasiado conocida en España. Su larga carrera política coincidió con la dictadura de Francisco Franco, empeñado en convencer a los españoles de que fuera de las fronteras patrias todo era peor, los hombres eran menos viriles y las mujeres no besaban de verdad. Sin embargo, creo que De Gaulle merece ser recordado hoy, aunque sólo sea para comprender por qué nuestros vecinos franceses son como son. La huella gaullista es tan profunda en Francia a pesar de los años, que el mismo Sarkozy, con bastantes menos centímetros de estatura, reproduce fielmente muchas actitudes de su predecesor sobre la grandeur y el sentimiento francés. Para De Gaulle, Francia era como una madre, como una diosa, un concepto superior que estaba por encima de su propia persona. Cuando los alemanes la invadieron, él se limitó a aplicar su propia filosofía y no aceptó la derrota. No se entrega a la madre al enemigo. De Gaulle era un completo desconocido pero esa fe inquebrantable, esa valentía serena, funcionó como un imán para los deprimidos franceses; si al principio le ignoraron, acabaron encumbrándolo como salvador de la patria cuando la victoria militar aliada expulsó a los nazis de su territorio. Quizá no sea cuestión de resucitar ese patriotismo, poco acorde con los tiempos. Sin embargo, sí se echa de menos en los políticos actuales algo de esa fe, de esa confianza contagiosa que se necesita para gobernar un país en medio del temporal. La materia de la que están hechos los líderes.

viernes, 3 de septiembre de 2010

VALENTÍN FUSTER (03/09/2010)

En la terminal de llegadas del aeropuerto de Barajas, un fotógrafo y una reportera se apostan junto a la puerta de salida de un vuelo procedente de Nueva York. Una señora de mediana edad se acerca a los periodistas con mirada pícara, comida por la curiosidad. Ser espectadora habitual de Corazón, Corazón le ha enseñado que las terminales de los aeropuertos se han convertido en las ágoras del mundo global, donde puedes cruzarte prácticamente con cualquiera. “¿A quién esperan? A Valentín Fuster. ¿Y ese quién es? ¿Algún futbolista? No, señora, es un cardiólogo” Como el rostro de la señora está pasando rápidamente de la extrañeza a la decepción, la periodista insiste: “Uno de los mejores del mundo” La señora se encoge de hombros y se va. A pesar de que son las seis de la mañana y de que le falta un café, la reportera acierta a pensar que si una sociedad dedica mas atención mediática a alguien que tuvo una hija con un torero que luego se casó con otra, que a un señor con los arrestos suficientes para rajar el pecho de un ser humano, hacerle un trabajo de fontanería primoroso con las válvulas de su corazón enfermo y salvarle la vida, eso constituye la prueba definitiva de que nos hemos vuelto todos locos, hemos perdido el norte y los restantes puntos cardinales, y de que probablemente no tengamos remedio. Hace unos meses, un amigo tuvo el detalle de regalarme un libro de Valentín Fuster titulado “La ciencia de la salud”. Me extrañó, porque no era mi cumpleaños. Cuando acabé de leerlo lo comprendí: mi amigo quería que yo celebrara muchos cumpleaños. Juro que no me he convertido en comisionista. Les recomiendo el libro porque está lleno de consejos de vida saludable fáciles de practicar, contados con humor y sin dramatismos. En el fondo soy un poco egoísta. Quiero que ustedes me lean muchos años.