viernes, 29 de agosto de 2014

PREGUNTEN A LOS NORUEGOS (29/08/2014)

Los noruegos no atan a los perros con longaniza, pero podrían hacerlo. El fondo de inversiones de propiedad estatal adonde van a parar los pingües beneficios derivados de la extracción de gas y petróleo, posee el 1% de las acciones de todo el mundo y no deja de crecer. Si el gobierno decidiera un día liquidarlo, el reparto de las ganancias permitiría a cada ciudadano noruego comprarse un piso. Pero no lo hará. Porque en Noruega ya piensan en el día después del maná petrolero y se practica más el ahorro que la ostentación. A miles de kilómetros de allí, se debate estos días el viejo proyecto de realizar prospecciones petrolíferas en aguas próximas a las Islas Canarias. El Tribunal Supremo rechazó los recursos de ecologistas y gobierno canario, y el Ministerio de Industria autorizó definitivamente las prospecciones hace un par de semanas. El asunto es extremadamente polémico. Declararse a favor de una actividad que supone un riesgo – por pequeño que sea – para la riqueza natural y el turismo de un lugar tan querido como las Islas Canarias no es nada cómodo. Pero tampoco parece sensato dar carpetazo al asunto sin pensarlo bien, siendo económicamente tan sensible para una comunidad autónoma con una tasa de paro del 34%. Personalmente, creo que los opositores al proyecto yerran el tiro. Porque no se trata solo del riesgo que correrían las maravillas naturales canarias, sino del precio que se pone a ese riesgo. Lo que no parece de recibo es realizar actividades potencialmente peligrosas para que se enriquezcan los accionistas de Repsol. Ahí está el quid. La extracción de petróleo me parecería aceptable siempre que la parte del león de los beneficios se la llevaran los canarios, y por ende, los españoles. Nada de puestos de trabajo indirectos. Pasta contante y sonante. ¿Cómo se hace eso? Pregunten a los noruegos.

viernes, 22 de agosto de 2014

GAZATÍES Y YAZIDÍES (22/08/2014)

Por desgracia, las guerras que azotan el mundo no se paran por vacaciones. Son conflictos enconados, que enfrentan a menudo a comunidades dentro de un mismo país, y que alcanzan un grado de crueldad que resultaría insoportable de presenciar para cualquiera de nosotros, delicados especímenes del primer mundo, que hemos ido dejando atrás esa fea costumbre de matar al vecino simplemente porque piensa diferente, habla otro idioma o reza a otro Dios que no es el nuestro. Después de haberla practicado durante milenios, todo hay que decirlo. Estoy convencido de que si un servidor hubiera sido testigo presencial de la muerte de uno solo de los 300 niños gazatíes víctimas de los recientes bombardeos del ejército israelí, mi comprensión del conflicto palestino habría ganado muchos enteros. Sí, en esta crisis hemos aprendido que los naturales de la franja de Gaza se llaman gazatíes. Y no es el único gentilicio que hemos incorporado a nuestro vocabulario recientemente. Los yazidíes son una minoría no musulmana del norte de Irak de la que nunca habíamos oído hablar, que está siendo masacrada por el grupo yihadista autodenominado Estado Islámico. Estos iluminados asesinan, violan y degüellan en nombre de Dios, con la intención de fundar un califato que extienda su nefasta influencia a todos los estados árabes de la región. Si existiera la máquina del tiempo, habría que mandarlos a la Edad Media sin billete de vuelta. Así podrían practicar su maldita guerra santa con adversarios de su misma talla moral. ¡Qué complejo sigue siendo este mundo! Gazatíes y yazidíes, nuevas palabras que llenan las deprimentes crónicas de los telediarios. A semejante precio, hubiera preferido no aprenderlas nunca.   

domingo, 17 de agosto de 2014

ROBIN WILLIAMS (15/08/2014)

Fue un comediante superdotado, con una incontinencia verbal tan excesiva que provocaba la carcajada de sus admiradores a la vez que incomodaba a sus detractores. Hay que decir que los primeros eran mucho más numerosos que los segundos. Como a otros grandes cómicos en el pasado, la tristeza le acechaba a menudo, como si esta quisiera aprovechar cualquier momento de debilidad para ejecutar su venganza. En la madrugada del pasado martes le asestó el golpe definitivo. Robin Williams fue un humorista y un gran actor de comedia, pero su oficio le llevó mucho más lejos. Es probable que la complejidad de su carácter, la misma que le arrastró a la depresión y a la adicción a las drogas, le facultara para comprender e interpretar a personajes más dolientes, más humanos en el fondo, que aquella delirante señora Doubtfire que le llevó a la cima del éxito. Robin Williams, el humorista incontinente y a veces algo pesado, fue capaz de meterse en la piel de personajes profundamente dramáticos y provocar la admiración de críticos y espectadores; algo solo al alcance de los realmente grandes. Mi generación es especialmente deudora del carpe diem que predicaba su profesor Keating en "El club de los poetas muertos", una obra maestra del cine con una poderosa lección de vida que ningún adolescente debería perderse. Robin Williams se quitó la suya propia de madrugada, con la torpeza del que ha perdido la última esperanza. Qué tragedia y qué ironía. Su última función también nos deja una enseñanza valiosa, como muchas de sus películas: que el arte de vivir es complicado, hasta para aquellos que parecen tenerlo todo; que alcanzar la maestría en ese arte, algo a lo que todos deberíamos aspirar, quizás no pase necesariamente por lograr el éxito, la riqueza o la fama. Gracias por todo, Robin. Descansa en paz. 

martes, 12 de agosto de 2014

MANUEL (08/08/2014)

Durante los últimos días, he fantaseado a menudo con esta escena: mi hijo Manuel tiene siete u ocho años, y les cuenta a sus amiguitos: mis papás me pusieron de nombre Manuel por Manuel Azaña. ¿Y quién es ese? - pregunta uno. Un hombre muy importante - responde mi hijo con orgullo. A continuación, arrastrado por la fantasía, caigo en que mi retoño podría acabar convirtiéndose en un cachorro conservador con aspiraciones de hacer carrera en política... ¿Llamarse Manuel por Manuel Azaña? ¡Eso le arruinaría la vida! Rápidamente, encuentro una solución de urgencia: llegado el momento, que cambie a Azaña por Manuel Fraga, y que rece para que este artículo se extravíe en las hemerotecas digitales para siempre... Ya escribí una vez aquí que los padres, por la valentía demostrada al traer hijos al mundo, ya se habían ganado el derecho de elegir para ellos el nombre que quisieran. Con la lógica limitación de no llamarles Kevin Kostner de Jesús, por supuesto. Mi primer hijo nació este lunes, y me reafirmo en ese pensamiento. Sin embargo, en estos días, no he podido dejar de sentir cierta pena al comprobar que el nombre de Manuel despierta en el personal cierta sorpresa. Es uno de esos nombres antiguos, "que ya no se lleva". Creo que cuando una comunidad deja de utilizar sus nombres tradicionales y toma prestados los de otras - anglosajonas sobre todo - "porque suenan mejor", estamos ante un síntoma de falta de autoestima. España tiene un grave problema de autoestima. ¿Está justificado? En estos momentos de felicidad y falta de sueño, digo un no rotundo. Mi hijo ha nacido sano porque un personal sanitario de compatriotas competentísimos se ha dejado la piel para que así fuera. Me quedo muy corto. Juro que somos un gran país. Que Charo es una jabata. Y que Manuel es el niño más guapo del mundo.

sábado, 2 de agosto de 2014

EL SILENCIO (01/08/2014)

Renfe acaba de lanzar un nuevo servicio de vagones silenciosos en sus trenes de alta velocidad. Los pasajeros que elijan viajar en ellos no podrán hablar por teléfono, la luz será tenue y los mensajes de megafonía serán sustituidos por anuncios en las pantallas. La primera vez que leí esta noticia, pensé que a algún directivo ferroviario se le había cruzado un cable después de una estancia prolongada en el extranjero y que había olvidado en qué país vivía. España es la tierra de los adoradores del ruido, del escape libre, del coche tuneado con las ventanillas abajo y la música de los Chunguitos a todo volumen. “Soy un perro callejero, soy muy duro de pelaaaar...” De la jarana hasta las mil, del vecino que pone la radio a las cinco de la mañana, y del camión de gasoil que aterriza de madrugada frente de mi casa, justo cada 20 días, y que cuando maniobra hacia atrás emite un pitido tan penetrante que parece que ha comenzado la Tercera Guerra Mundial... Charito, mi señora, me advierte que me pongo bastante pesado con esto de los ruidos cada verano, y que más me valdría escribir del Jordi Pujol. ¿Qué pasa con el molt honorable? Un no-sé-qué de unos millones en Suiza. No será para tanto. Que sí, que el Arthur Mas le ha retirado los privilegios de ex-president... Ruido, ruido, ruido. ¿A qué esperan las Naciones Unidas para declarar el día internacional contra el ruido? Al parecer, el servicio silencioso de Renfe ha tenido un éxito arrollador y sus directivos aseguran que ya han vendido la redonda cifra de 14.853 billetes. Charito, siempre al quite, me recuerda que mis padres se conocieron en un tren y que puedo dar gracias de que todavía no se habían inventado los vagones silenciosos. Ni el whatsapp, respondo con la mirada perdida en el infinito. Me quedo pensativo. Por fin, el silencio.