La palabra guitarrista me viene grande. Sería más
preciso decir que, a ratos, toco la guitarra. Hoy todos los aficionados del
mundo a este instrumento maravilloso estamos de luto. Y no solo nosotros: la
muerte de Paco de Lucía ha sido como un rayo inesperado que ha dejado a toda la
cultura española huérfana y triste. ¡Ay de los que se quedan! El vacío del
maestro es tan enorme, que no me gustaría estar en el pellejo de los que ahora
deban portar el estandarte de la guitarra flamenca – la guitarra española
popular por antonomasia – que Paco paseó por los cinco continentes con ese
estilo que nos llenaba de orgullo. Desde que tengo uso de razón, los españoles
hemos presumido de Paco de Lucía porque encarnaba como pocos eso que llaman el
genio español y que todos soñamos con compartir, aunque solo sea por el
gentilicio. Si la genialidad se reparte con cucharitas de café, con Paco
alguien usó un cucharón sopero. No solo por su virtuosismo, absolutamente espectacular,
inverosímil para este humilde tocador de guitarra a ratos que les escribe, sino
también por su autenticidad, por su carácter de verdadero artista que vive su
don como una bendición y una tortura a partes iguales. Paco de Lucía era
incapaz de mentir, de adoptar poses. Para él la creación – no la copia o la
repetición – era el resultado del sufrimiento. Por eso, en muchas ocasiones
había confesado la tentación de dejar la guitarra en un rincón y no volver a
mirarla más. Como cuando era niño y practicaba hasta las lágrimas bajo la
exigente mirada de su padre. Tiempos duros donde se forjan los héroes de
verdad, los que parten desde muy abajo y sueñan con la gloria para no vérselas
con un puchero vacío. Qué grande eres Paco. Espero que tengas por allá arriba
una guitarra a mano. Para que ya solo puedas disfrutar.
viernes, 28 de febrero de 2014
martes, 25 de febrero de 2014
EL CATACLISMO (21/02/2014)
La edición digital de la BBC dedicaba ayer un
artículo a Ada Colau, cabeza visible del movimiento Stop-Desahucios, elogiando
a la activista catalana por haber movilizado a sectores sociales masacrados por
la crisis inmobiliaria, en favor de la reforma de la legislación hipotecaria
española que el mismo medio británico califica de "draconiana".
Sorprende lo poco que se habla y se escribe hoy en España sobre el asunto. En
una sospechosa evolución de las prioridades informativas, se comenzó hablando
de una ola de suicidios motivada por los desahucios, se siguió con la necesidad
urgente de una reforma - a raíz de la bochornosa llamada de atención del
Tribunal de Justicia de la Unión Europea que tachó a la ley española de
"ilegal y abusiva" - para acabar centrando el debate exclusivamente
en la polémica de los escraches. Después, el silencio. Sin embargo, la realidad
sigue ahí, y ninguna improvisación gubernamental en forma de real decreto ha
conseguido acabar con ella. 350.000 desahucios desde 2008. El mayor cataclismo
económico y social desde el final de la guerra civil. El fracaso de la clase
dirigente en predecirlo y gestionarlo ha sido tan clamoroso, que ha
inhabilitado moralmente a sus líderes para continuar al frente del país. Todos
aquellos que tuvieron altas responsabilidades de gobierno u oposición durante
el fatídico período – importa poco de qué partido político - deberían dejar
paso a otros. Lo mismo sería aplicable a la banca, las escuelas de negocios o
los think-thanks. En el artículo citado, el periodista de la BBC no dejaba de
asombrarse de la inexistencia de una política de vivienda en España. O del
exiguo porcentaje de vivienda social (2%) en comparación con Francia, Holanda o
Gran Bretaña (entre el 20 y el 30%) Ya es triste que tenga que venir alguien de
fuera a recordárnoslo.
viernes, 14 de febrero de 2014
MENOS POLÍTICA Y MÁS CINE (14/02/2014)
La gente del cine en España ha sido
tradicionalmente bastante rojilla. Bueno, esto podría matizarse: el mismísimo
Franco se lanzó a escribir – bajo seudónimo -
el guión de “Raza”, un pestiño del género bélico-propagandístico que
alababa las virtudes de su bando nacional frente a las hordas rojas. Pero si
hablamos de la reciente historia, desde la muerte del dictador, las nuevas
generaciones que han nutrido la industria audiovisual han sido mayoritariamente
gentes de izquierda. Durante bastantes años, esta realidad se aceptó por parte
de los sectores más conservadores de la sociedad sin demasiados traumas. Y
llegó la guerra de Irak y el movimiento del “no a la guerra”. La gala de
entrega de los premios Goya de aquel año cavó una fosa entre peliculeros y
simpatizantes del Partido Popular que se ha mantenido hasta hoy. Para estos, el
cine español se ha convertido en algo sospechoso, no solo por la calidad de sus
películas (a las que jamás van), sino por el presunto sectarismo antipepero de
los que las hacen. El problema de los conflictos enquistados es que el paso del
tiempo no les pone remedio; el quiste se agarra a la carne hasta confundirse
con ella, y para deshacerse de él hace falta alguien con unas dotes de
relaciones públicas irresistibles. Es decir, todo lo que no es el ministro
Wert. Sinceramente, creo que el sector del cine en la actualidad está mucho
menos politizado que antaño, y tiene un perfil bastante más plural. Pero claro,
los conservadores en España no acaban de enterarse. ¡Hace años que no ven la
gala de los Goya! Como dijo David Trueba, gran triunfador de los premios de
este año, el cine español está hecho por gentes que votan a todos los partidos
y que piden ayudas al estado como lo puede hacer el sector porcino o el de las
oleaginosas. Tengamos pues la fiesta en paz. Hagamos menos política. Vayamos
más al cine.
viernes, 7 de febrero de 2014
BEATLEMANÍA (07/02/2014)
Hace justo 50 años, cuatro veinteañeros de
Liverpool, Inglaterra, aparecían por primera vez en el show televisivo
estadounidense de Ed Sullivan, marcando un hito en la historia de la cultura
pop y convirtiendo a The Beatles en un fenómeno planetario. La puesta en escena
era de una simpleza que hoy causaría sonrojo, pero aquellos cuatro chavales que
combinaban ternos impecables con un corte de pelo provocador – los padres de la
época decían a sus hijos para desanimarles: “seguro que son pelucas” – lograron
una audiencia récord de 73 millones de espectadores. Hacía solo tres meses que
el presidente Kennedy había sido asesinado y los norteamericanos estaban
ansiosos por pasar página y empezar a hablar de otra cosa; momento y lugar
adecuados, atuendo perfecto y... canciones, por supuesto. Llevo toda la vida
escuchando a los Beatles y todavía sigo preguntándome por las claves de su
éxito; qué les hizo tan grandes y diferentes al resto. Creo que su primera aparición
televisiva en Norteamérica proporciona una de las más importantes: el trabajo
duro. Aunque su aspecto inmaculado pudiera insinuar otra cosa, John, Paul,
George y Ringo no cayeron en ese escenario por casualidad. Desde 1957, habían
tocado en directo centenares de veces, durante horas, en clubs de mala muerte y
a cambio de nada. Eso explica que delante de una audiencia que haría temblar al
más pintado, aquellos críos no fallaran una nota. Tenían una ambición y un
descaro desmesurados. Eran niños de posguerra. Los grupos que hoy luchan por
hacerse un hueco en el negocio musical, con unos recursos económicos y
tecnológicos infinitamente superiores, siempre carecerán de ese espíritu.
Tendrán otro. Pero difícilmente llegarán a igualarlos. Ladies and gentlemen... ¡The Beatles!
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