domingo, 25 de octubre de 2009

MAYONESA (23/10/2009)

Es viernes y nos vamos a Madrid, en el día, como si fuéramos miembros de un consejo de administración. Le estoy cogiendo gusto a los trenes de alta velocidad. Son caros y cómodos de narices. ¿Motivo del viaje? Puro placer. No, todavía no nos ha tocado la lotería (aunque mi señora dice que está al caer). Simplemente, nuestra incomprendida afición por la salsa mayonesa ha sido al fin recompensada como se merece: después de enviar veinticinco códigos de barras para el sorteo correspondiente, “Ligeresa” ha premiado nuestra fidelidad con una suculenta cantidad de euros. Tal como suena. Podríamos emplear el dinero en un tratamiento de choque contra el colesterol que presumiblemente transportan nuestras venas después de un verano de echar mayonesa hasta en la sopa, pero preferimos ir a celebrarlo a la capital, a darnos un garbeíto. Primero unos croissants a la plancha en un bar junto al Congreso. Presuntos diputados charlan en la barra, dándose gran importancia: “Eso Carme no me lo va a aceptar...” Mi señora y yo nos miramos, llenos de emoción. ¡Está hablando de la mismísima Carme Chacón, qué otra Carme va a ser! Se nos pone cara de Paco Martínez Soria. Después, una visita corta al Prado, para desengrasar. Al parecer, no somos los únicos a los que les ha tocado un premio: el museo está de bote en bote. Vamos con las ideas claras: Goya, Velázquez y cosas muy señaladas por el camino. El Prado se parece mucho a Los Pilares de la Tierra: a la novela le sobran páginas y al museo, cuadros. Antes de salir en busca de oxígeno, una visita obligada al Descendimiento, del primitivo flamenco Van der Weyden. Extasis. Una obra maestra de más de quinientos años, inigualable, conmovedora. Ahora sólo queda rematarlo con una buena comida. A la carta, déjate de menús. ¡Camarero! ¡Mayonesa!

domingo, 18 de octubre de 2009

FEISMO (16/10/2009)

Por fin alguien le ha puesto nombre. Esta semana, un telediario informaba sobre la amenaza que se cierne sobre el Camino de Santiago, la ruta de peregrinación espiritual y cultural declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El Feísmo. Dícese de aquella edificación o acción urbanística que destroza estéticamente todo lo que le rodea. Un poste de alta tensión en medio de un paisaje bucólico. Una gigantesca antena de telefonía móvil sobre el caserío de un pueblo pequeño. Un palacio renacentista remendado con bloques de hormigón. Por desgracia, el feísmo no es un mal que afecte exclusivamente al delicioso arte románico del Camino de Santiago. ¡Ojala fuese así, con permiso del apóstol! La cutredad estético-constructiva, en España, es una verdadera epidemia. El nuestro es un país recio, desaconsejado para espíritus demasiado sensibles, no sólo en cuestiones arquitectónicas: si uno acude a visitar un rincón natural maravilloso o un monumento que le alimente el espíritu, debe preparar el ánimo para encontrar también un montón de colillas, un graffiti o una bolsa vacía de patatas Lays. Es lo que hay. El que quiera un país civilizado que aprenda idiomas, se eche al camino y no pare hasta dejar de ver escupitajos, cacas de perro o chalets modernos con columnas griegas. ¿Por qué somos así? Siempre ha sido una cuestión de prioridades. En primer lugar, había que intentar que el vecino no te fusilara por liberal, carlista, rojo o facha. Después estaba el estómago: mayormente, había que intentar llenarlo como fuera. Las preocupaciones estéticas eran la guinda del pastel, y los españoles hemos estado castigados sin postre durante varias generaciones. Hasta ahora. Tenemos las neveras llenas de petit-suisse. Mejoraremos. En siglo y medio, esto parecerá Suiza. Espero que quede algo que conservar para entonces.

lunes, 5 de octubre de 2009

TIEMPO DE COLUMNISTAS (02/10/2009)

Reconozco que escribir sobre temas estimulantes y positivos en medio de esta crisis no es fácil. En realidad, nunca lo ha sido. Los columnistas somos una especie periodística con querencia hacia lo defectuoso, los vicios nacionales e internacionales y las debilidades del ser humano. La crisis económica, las improvisaciones gubernamentales, los amores prohibidos (presidente autonómico del país de la paella “quiere un huevo” a señor de grandes bigotes y pequeños escrúpulos), consiguen sacar lo mejor de nosotros mismos: el adjetivo brillante, la metáfora novedosa. En el fondo, la peor pesadilla de un columnista consiste en despertarse una mañana y comprobar que el mundo funciona bien. Que en las aceras no hay cacas de perro. Que el precio de la vivienda es asequible para todos. Que el presidente del gobierno y el jefe de la oposición tienen que hacer esfuerzos para disimular en público que, detrás de su aparente y obligado antagonismo institucional, se respetan y admiran mutuamente. Que Joan Laporta nos quiere un poquito más. El columnista está condenado a vivir en una contradicción permanente: quiere que el mundo mejore pero sospecha que si lo hace se quedará sin trabajo. “No se preocupe. Tiene usted empleo para rato”, me dicen los escépticos. No se crean. Sin ir más lejos, el otro día me llevé un susto mayúsculo. En la web de la BBC, encontré un vídeo sobre los trenes de alta velocidad españoles. Nos ponían por las nubes: “La envidia de Europa”, “Que otros tomen nota” etc... El presentador entrevistaba a varios viajeros del ave Madrid-Barcelona y...¡eran guapos, inteligentes y hablaban un inglés fluído! Va a resultar que España, vista desde fuera, no es tan mala como parece. Yo, por si acaso, voy a intentar unas oposiciones facilitas.