viernes, 28 de marzo de 2014

DESPEDIDA (28/03/2014)

La maldita enfermedad le había consumido de tal modo, que la muerte se ha presentado con aires de libertadora. Adolfo Suárez ha muerto, homenajeado y querido como nunca. La reacción de la sociedad, unida en su afecto hacia un hombre público como poquísimas veces lo ha estado en la historia, ha dejado al descubierto algunas realidades inesperadas. ¡Todavía es posible que el pueblo español sienta admiración por un político! Los de su clase habrán sentido una mezcla de esperanza y congoja. Esperanza, porque el ejemplo de Suárez demuestra que se puede gobernar en tiempos muy difíciles, beber a continuación el amargo cáliz de la derrota, y acabar la vida aclamado por las multitudes que finalmente reconocen el sacrificio de una vida entregada al bienestar de los ciudadanos. Ahora viene la congoja. Estoy seguro de que, al ver la reacción popular, más de uno se habrá preguntado si su legado político será merecedor algún día de una despedida tan solemne y sentida. Parece difícil. Adolfo Suárez ha sido el Kennedy español, se repetía en muchos medios de comunicación. A la comparación no le falta sentido, pero tampoco su parte odiosa, como a toda buena comparación que se precie: la vida personal de Suárez fue mucho menos turbulenta que la de JFK y su periplo político tuvo un final menos trágico pero mucho más amargo. Fue atacado con saña por sus enemigos políticos y muchos de sus camaradas acabaron dándole la espalda. También los votantes. Todos ellos han pasado por delante de su féretro en el momento de la despedida. Hoy nadie duda de que su valentía, su talento y su poder de convicción durante los dramáticos días de la transición, fueron decisivos para guiar a España hacia la democracia y la reconciliación. Ha muerto Suárez. El político español más importante del siglo XX. Descanse en paz.

viernes, 21 de marzo de 2014

AFRICANOS (21/03/2014)

Si vinieran a quemar cosechas, a violar a las mujeres y a vendernos a todos como esclavos, la situación sería preocupante pero de solución extremadamente sencilla: cuando asomara el primer grupo de subsaharianos por el monte Gurugú, el glorioso ejército español les recibiría a cañonazo limpio, la sociedad aplaudiría y las banderas rojigualdas ondearían en los balcones como si hubiéramos ganado otra vez el mundial de fútbol. Pero los miles de desharrapados que aguardan al otro lado de la valla de Melilla no vienen a invadirnos. Quieren cosas sencillas y pacíficas: trabajar, ganar un sueldo y tener una familia. Esto convierte a la situación en relativamente menos preocupante pero de solución dificilísima. Por un elemental sentido de la humanidad, el cañonazo queda descartado. ¿La pelota de goma? Ya empiezo a sentir como el terreno se hace blando bajo mis pies. Vamos a ver, cuando mil tíos corren hacia la valla gritando y tirando piedras como panes, algo habrá que hacer, digo yo. Quizá no más de lo que haría un policía antidisturbios cuando una manifestación se sale de madre en una ciudad española, pero tampoco menos. La frontera, por muy antipático que resulte, debe regularse y protegerse. La otra cuestión es qué podríamos hacer los europeos para ayudar al desarrollo de los países africanos de origen y contener esta marea. Es obvio que mucho más de lo que hacemos. En el terreno económico, hay que fomentar inversiones y acuerdos comerciales; en el político, apoyar a gobiernos democráticos que espanten la corrupción y el extremismo. En definitiva, hay que mojarse, y con la cartera por delante. Dentro de poco, mirar hacia otro lado – especialidad europea por excelencia - ya no valdrá de mucho. Porque vendrán por todas partes. Y no habrá valla lo bastante alta para detenerlos.

lunes, 17 de marzo de 2014

TRASNOCHADORES (14/03/2014)

A los españoles siempre nos ha costado irnos a la cama. A dormir, se entiende. Según una reciente encuesta, una cuarta parte de la población sigue enganchada a la televisión más allá de las doce de la noche. Me temo que la culpa no es de las series ni de los concursos de talentos. Antes de que se inventara la tele, el español ya se quedaba en el café hasta las mil, charrando de lo divino y de lo humano, conspirando, dando palmas o lo que se terciara; lo llevamos en el ADN. A los extranjeros, como es lógico, este carácter trasnochador les parece de lo más exótico. El mes pasado, el New York Times titulaba: “España, la tierra de las cenas a las 10 de la noche, se pregunta si es el momento de cambiar”. Sorprendentemente, el texto no caía en los tópicos habituales. En efecto, aquí ya nadie duerme siestas de tres horas y aquello de que somos un país de baja productividad se encargan de desmentirlo las estadísticas de la Unión Europea. La verdadera raíz del problema, y así lo destacaba el artículo, está en la irracionalidad de nuestros horarios. ¡El español se va tarde a la cama porque quiere vivir! Y parece ser que entre el trabajo, el almuerzo, la parada para comer y el qué-pasa-con-el-jefe-que-no-tiene-casa-o-qué, la vida no empieza hasta las diez, cuando el resto de los europeos ya está chafando la oreja. El New York Times señalaba que los políticos españoles se lo toman muy en serio, porque una comisión parlamentaria ya estaba estudiando el tema. Jo, jo, jo. Cómo se nota que son de Cincinnati o de Wisconsin. Si fueran de por aquí sabrían que una comisión de políticos españoles no se crea para tomar decisiones; está para aplazarlas indefinidamente. Algún día cambiaremos y nos iremos pronto a la cama como los niños buenos europeos. Pero sin forzar. Pongamos... ¿qué tal el siglo que viene?

viernes, 7 de marzo de 2014

HIPOCRESÍA (07/03/2014)

Fiel a la tradición bianual, la sociedad española se escandaliza estos días al conocer los resultados de la encuesta estatal sobre el uso de drogas en estudiantes de secundaria. ¡Resulta que los chicos beben! Tengo para mí que todos estos aspavientos que se airean en artículos de prensa y entrevistas a expertos en televisión, tienen mucho de hipocresía. Después de todo, los chavales se esconden poco; no es difícil verlos cargados de bolsas de supermercado un viernes por la tarde, camino de algún lugar discreto. Luego, de regreso a casa, tampoco hace falta ser un Perry Mason para detectar si tu hijo o tu hija han bebido alcohol. ¿Tres de cada cuatro menores lo han hecho en el último mes? Bueno, pues quizás no debería sorprendernos tanto. Lo que sí llama la atención es que muy pocos creadores de opinión reflexionen sobre la nula efectividad de la prohibición absoluta de consumo de alcohol a menores puesta en marcha en los últimos años – antes la edad legal se fijaba en los 16 – y de los efectos perversos que provoca: se expulsa a los más jóvenes de los bares y se les empuja a beber en parques y aparcamientos, donde es mucho más fácil caer en el exceso. Hacer botellón lo llaman, aunque la Real Academia de la Lengua, en un acto reflejo de esa hipocresía generalizada, no se dé por enterada. Personalmente, creo que es mucho más coherente permitir el consumo de alcohol a partir de los 16 años - aunque solo sea de vino y cerveza, como hacen en Alemania - que empeñarse en una prohibición que ni se cumple ni se hace cumplir. ¿Con qué fuerza moral se prohibe beber a un joven de 16 años cuando el mismo sistema legal le permite trabajar, casarse o incluso abortar? Educar es una tarea difícil, que exige tiempo y esfuerzo. Prohibir es fácil. Lo que no está demostrado es que siempre sirva para algo.