Cuando lean estas líneas, Escocia ya habrá decidido
su destino. Si los independentistas han ganado, el lector tiene mi permiso para
correr al supermercado a hacer acopio de latas de fabada, patatas y otros
productos básicos no perecederos antes de que se acaben. De acuerdo, a lo mejor
estoy exagerando, pero es innegable que Europa entraría en un territorio
inexplorado, lleno de incertidumbres. Para el caso de que el separatismo haya
sido derrotado – y estoy convencido de que así será – estamos algo menos
perdidos: tenemos el precedente de la provincia canadiense de Quebec, que no
solo celebró un referéndum sino dos, en 1980 y 1995, perdidos ambos por la
causa de la secesión. El último por el estrechísimo margen de 50´58 a 49´42.
¿Qué ha ocurrido en Canadá desde entonces? Que cada una de las partes continúa
en sus trece. El gobierno de Quebec tiene la facultad de convocar un referéndum
sin contar con el gobierno central, y volverá a hacerlo cualquier año de estos.
La Constitución española no permite a un gobierno autonómico convocar una
consulta, y respecto a lo de pactarla como han hecho los británicos, nuestro
galleguísimo presidente de gobierno no quiere ni oír hablar. Personalmente,
creo que es una posición débil y poco realista. Por poquísimo que me guste el
independentismo – aproximadamente como un dolor de muelas – parece difícil
resistirse a que los catalanes voten, si así lo quieren mayoritariamente. Más
nos valdría aceptarlo y aprovechar el tiempo en establecer unas normas de juego
razonables. Que eviten dejar la redacción de la pregunta en manos de los
nacionalistas -porque no la entenderá nadie- o que exijan una mayoría
reforzada, de más del 50´01%, para una cuestión tan decisiva. ¿Demasiado
civilizado para un país como España? Desgraciadamente, sospecho que sí.
viernes, 19 de septiembre de 2014
lunes, 15 de septiembre de 2014
VUELTA AL COLE (12/09/2014)
Casi todos los niños están deseando volver al
colegio en el mes de septiembre, después de un largo verano. Los adolescentes
también, aunque les cueste más reconocerlo. En los próximos días, unos y otros
disfrutarán de la agradable sensación de que el curso escolar es una hoja en
blanco, porque todos parten de la línea de salida limpios de toda mancha y con
los mejores propósitos. Apenas se habla de notas o calificaciones, y los dedos
acusadores solo se levantan contra las autoridades educativas por no haber
acabado a tiempo las obras de un colegio o por haber reducido el personal
docente a causa de los recortes presupuestarios. A medida que pasen las semanas
y los meses, las cosas cambiarán. Los profesores avanzarán en la explicación de
sus materias, complicándolas progresivamente, y llegarán los primeros exámenes.
Los libros habrán perdido ya su olor a imprenta y la melancolía del otoño
marcará una vez más la vuelta al inexorable orden de las cosas escolares: los
sobresalientes y los suspensos; los alumnos brillantes y los perezosos. Luego
vendrá el informe PISA con sus implacables ránkings que nos sacarán los
colores, y nos preguntaremos una vez más qué tipo de modelo educativo queremos
para nuestros hijos. Eterno debate. Estos días ha aparecido en los medios que
en algunas regiones de Corea del Sur, las autoridades obligarán a cerrar las
academias privadas a partir de la medianoche para hacer que los alumnos dejen
de estudiar. Su obsesión competitiva les ha llevado a ser los más aplicados del
informe PISA pero con la tasa de suicidios más alta del mundo. Al parecer, no
es oro todo lo que reluce en los ránkings. Por suerte, aquí nadie pierde la
vida por estudiar demasiado. El sol calienta todavía y los cuadernos están en
blanco. Qué bonita es la vuelta al cole.
EL DISPARATE (05/09/2014)
La independencia de Cataluña es un disparate
histórico, económico, y hasta moral. Lo primero, porque supone la ruptura de
una unión política que, en el caso de Aragón, Comunidad Valenciana y Baleares, por
ejemplo, se remonta al lejanísimo siglo XIII. Con los matices que se quieran,
de la misma agua que ha pasado bajo el puente en estos siglos hemos bebido
todos, nos quitamos el sudor del trabajo con ella, o limpiamos la sangre del
filo de nuestras espadas cuando tuvimos la mala idea de desenvainarlas, a
menudo y por desgracia, los unos contra los otros. La independencia de Cataluña
es un disparate económico, porque supondría un empobrecimiento instantáneo del
nuevo país que vería los mercados naturales de sus productos protegidos por
aranceles, y las posibilidades de financiar su gigantesca deuda reducidas a
cero. Y sería un disparate moral, porque separaría emocionalmente a millones de
personas que hoy están unidas, aún en la rivalidad, para sumirlas en un
divorcio doloroso, a cara de perro, del que no se repondrían en varias
generaciones. Esta es la realidad. A los políticos nacionalistas catalanes no
les gusta oírla, lógicamente, y a estos argumentos oponen otros. Algunos
respetables y otros no tanto. Después de salir a la luz los delitos fiscales
del ex-honorable Jordi Pujol, president de la Generalitat durante 23 años y
reconocido padre de la patria catalana, no hace falta ser una lumbrera para
advertir la coincidencia de la deriva separatista de su partido, la otrora
moderada y posibilista Convergencia Democrática de Cataluña, con el progresivo
cerco judicial a los negocios de la familia del fundador. Una tomadura de pelo
a escala nacional, y nunca mejor dicho. Un intento de manipulación que pasará a
los libros de historia. Un colofón digno del mejor disparate.
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