viernes, 19 de septiembre de 2014

ESCOCIA, EL DÍA DESPUÉS (19/09/2014)

Cuando lean estas líneas, Escocia ya habrá decidido su destino. Si los independentistas han ganado, el lector tiene mi permiso para correr al supermercado a hacer acopio de latas de fabada, patatas y otros productos básicos no perecederos antes de que se acaben. De acuerdo, a lo mejor estoy exagerando, pero es innegable que Europa entraría en un territorio inexplorado, lleno de incertidumbres. Para el caso de que el separatismo haya sido derrotado – y estoy convencido de que así será – estamos algo menos perdidos: tenemos el precedente de la provincia canadiense de Quebec, que no solo celebró un referéndum sino dos, en 1980 y 1995, perdidos ambos por la causa de la secesión. El último por el estrechísimo margen de 50´58 a 49´42. ¿Qué ha ocurrido en Canadá desde entonces? Que cada una de las partes continúa en sus trece. El gobierno de Quebec tiene la facultad de convocar un referéndum sin contar con el gobierno central, y volverá a hacerlo cualquier año de estos. La Constitución española no permite a un gobierno autonómico convocar una consulta, y respecto a lo de pactarla como han hecho los británicos, nuestro galleguísimo presidente de gobierno no quiere ni oír hablar. Personalmente, creo que es una posición débil y poco realista. Por poquísimo que me guste el independentismo – aproximadamente como un dolor de muelas – parece difícil resistirse a que los catalanes voten, si así lo quieren mayoritariamente. Más nos valdría aceptarlo y aprovechar el tiempo en establecer unas normas de juego razonables. Que eviten dejar la redacción de la pregunta en manos de los nacionalistas -porque no la entenderá nadie- o que exijan una mayoría reforzada, de más del 50´01%, para una cuestión tan decisiva. ¿Demasiado civilizado para un país como España? Desgraciadamente, sospecho que sí.

lunes, 15 de septiembre de 2014

VUELTA AL COLE (12/09/2014)

Casi todos los niños están deseando volver al colegio en el mes de septiembre, después de un largo verano. Los adolescentes también, aunque les cueste más reconocerlo. En los próximos días, unos y otros disfrutarán de la agradable sensación de que el curso escolar es una hoja en blanco, porque todos parten de la línea de salida limpios de toda mancha y con los mejores propósitos. Apenas se habla de notas o calificaciones, y los dedos acusadores solo se levantan contra las autoridades educativas por no haber acabado a tiempo las obras de un colegio o por haber reducido el personal docente a causa de los recortes presupuestarios. A medida que pasen las semanas y los meses, las cosas cambiarán. Los profesores avanzarán en la explicación de sus materias, complicándolas progresivamente, y llegarán los primeros exámenes. Los libros habrán perdido ya su olor a imprenta y la melancolía del otoño marcará una vez más la vuelta al inexorable orden de las cosas escolares: los sobresalientes y los suspensos; los alumnos brillantes y los perezosos. Luego vendrá el informe PISA con sus implacables ránkings que nos sacarán los colores, y nos preguntaremos una vez más qué tipo de modelo educativo queremos para nuestros hijos. Eterno debate. Estos días ha aparecido en los medios que en algunas regiones de Corea del Sur, las autoridades obligarán a cerrar las academias privadas a partir de la medianoche para hacer que los alumnos dejen de estudiar. Su obsesión competitiva les ha llevado a ser los más aplicados del informe PISA pero con la tasa de suicidios más alta del mundo. Al parecer, no es oro todo lo que reluce en los ránkings. Por suerte, aquí nadie pierde la vida por estudiar demasiado. El sol calienta todavía y los cuadernos están en blanco. Qué bonita es la vuelta al cole.

EL DISPARATE (05/09/2014)

La independencia de Cataluña es un disparate histórico, económico, y hasta moral. Lo primero, porque supone la ruptura de una unión política que, en el caso de Aragón, Comunidad Valenciana y Baleares, por ejemplo, se remonta al lejanísimo siglo XIII. Con los matices que se quieran, de la misma agua que ha pasado bajo el puente en estos siglos hemos bebido todos, nos quitamos el sudor del trabajo con ella, o limpiamos la sangre del filo de nuestras espadas cuando tuvimos la mala idea de desenvainarlas, a menudo y por desgracia, los unos contra los otros. La independencia de Cataluña es un disparate económico, porque supondría un empobrecimiento instantáneo del nuevo país que vería los mercados naturales de sus productos protegidos por aranceles, y las posibilidades de financiar su gigantesca deuda reducidas a cero. Y sería un disparate moral, porque separaría emocionalmente a millones de personas que hoy están unidas, aún en la rivalidad, para sumirlas en un divorcio doloroso, a cara de perro, del que no se repondrían en varias generaciones. Esta es la realidad. A los políticos nacionalistas catalanes no les gusta oírla, lógicamente, y a estos argumentos oponen otros. Algunos respetables y otros no tanto. Después de salir a la luz los delitos fiscales del ex-honorable Jordi Pujol, president de la Generalitat durante 23 años y reconocido padre de la patria catalana, no hace falta ser una lumbrera para advertir la coincidencia de la deriva separatista de su partido, la otrora moderada y posibilista Convergencia Democrática de Cataluña, con el progresivo cerco judicial a los negocios de la familia del fundador. Una tomadura de pelo a escala nacional, y nunca mejor dicho. Un intento de manipulación que pasará a los libros de historia. Un colofón digno del mejor disparate.