viernes, 25 de enero de 2013

VERGÜENZA (25/01/2013)

En medio del clima de descomposición política y moral que vive España en la última semana, casi parece un asunto menor. Pero solo lo parece. El Consejo de Ministros ha indultado a un kamikaze que circuló cinco kilómetros en dirección contraria por una autopista valenciana hasta chocar con otro vehículo, causando la muerte de su conductor y heridas graves a su acompañante. La condena de 11 años de prisión era firme - había sido ratificada hasta por el Tribunal Supremo - y en el momento del indulto el reo solo había cumplido diez meses. Todas las circunstancias del caso, da igual por dónde se mire, son escandalosas. El abogado defensor del homicida ha resultado ser hermano de un ex-secretario de Estado de seguridad y ex-subsecretario de Justicia del Partido Popular, y en su despacho legal trabaja también el hijo del actual ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, que firmó el indulto. La familia de la víctima está, lógicamente, consternada. Miembros del propio gobierno no han podido disimular su estupefacción por el caso, y en el Poder Judicial el malestar es evidente. Al parecer, una petición de indulto con la opinión contraria de la Fiscalía y de la Audiencia Provincial, como es el caso, no debería haber llegado ni a la mesa del subsecretario. Un servidor tampoco lo está llevando nada bien. Junto a la indignación cívica que me produce un asunto que apesta a abuso de poder y tráfico de influencias, siento una profunda vergüenza personal. Porque hubo un día en que creí en Alberto Ruiz-Gallardón y -¡ay!- dejé constancia de ello. En febrero de 2006, en esta misma sección, escribí una columna dedicada al entonces alcalde de Madrid que llevaba por título “El deseado”. Al releerla, siete años después, siento como la sangre se me agolpa en la cara y me sonrojo en la soledad de mi cubil. Tendré que vivir con ello.

viernes, 18 de enero de 2013

EL HÉROE (18/01/2013)

No pudo ser un gesto premeditado. Las posibilidades de que el atleta que llevas por delante y que se dispone a ganar la carrera se detenga súbitamente y se ponga a saludar al público cuando aún le quedan quince metros para llegar a la meta son tan remotas, que ningún manual de atletismo te puede prevenir sobre una situación así. El vitoriano Iván Fernández tuvo que improvisar. Se disputaba el cross de Burlada (Navarra) y el corredor despistado era nada menos que el keniata Abel Mutai, medallista olímpico en Londres. Con el corazón desbocado y las piernas doloridas tras diez kilómetros de agónico esfuerzo, me pregunto de qué cantidad de energía disponía el cerebro de Iván para analizar las posibilidades y tomar una decisión. Imagino que muy poca. Lo más sencillo era no pensar, dejarse ir y adelantar a ese pobre muchacho negro allí parado, preguntándose por qué el público le grita en ese idioma incomprensible. Pero Iván no lo hace. Lo intenta primero con gritos -¡Sigue, sigue! ¡Que la meta está ahí!- y luego pasa directamente a los empujones. En el final de carrera más absurdo que la entendida afición de Burlada hubiera contemplado jamás, Abel Mutai cruza la meta en primer lugar con cara de no entender nada, empujado por el joven Iván, estudiante de FP aspirante a atleta profesional, que ha renunciado a una victoria segura para no aprovecharse del error de su rival. Todo lo que ocurre a partir de entonces es también sorprendente. Las ondas del extraordinario gesto de deportividad de Iván comienzan a extenderse de forma imparable; en la prensa, en las redes sociales, por todo el mundo. Los cínicos se ablandan, los descreídos creen por un rato y el gesto de Iván nos enorgullece a todos. Porque nos descubre que somos mejores de lo que pensábamos. En eso consiste el oficio de los héroes.

viernes, 11 de enero de 2013

PERROS FLACOS (11/01/2013)

Podría ser el título de un libro sobre los tiempos que vive Europa. España, sin ir más lejos, se ha convertido en un perro flaco, flaquísimo, para el que toda realidad se ha convertido en pulga. Con un paro insoportable, una hacienda que bordea la ruina y unos nacionalismos dispuestos a clavarle la daga en el costado, haría un papel dignísimo en un certamen canino de perros flacos. La competencia sería feroz, no obstante. Está el perro griego, que es la escualidez perrificada, o el portugués, que incluso ha renunciado a construir líneas de AVE. Y para qué hablar del perro italiano, cuyo mejor aspirante a primer ministro dice que quiere serlo pero sin presentarse. Quizá no estemos tan mal como pensábamos; aunque parezca increíble, aquí en España todavía abundan los candidatos a presidente del gobierno y seguimos suspirando por recuperar el liderazgo mundial en kilómetros de AVE que nos arrebataron los chinos. Además de trenes pijos y rapidísimos, la inauguración de líneas de alta velocidad nos proporciona escenas tan memorables e improbables como la que protagonizaron esta semana Artur Mas, Felipe de Borbón, Mariano Rajoy y Ana Pastor, atravesando Cataluña en dirección norte, hacia El Dorado europeo de los separatistas. Aquello parecía un teatro de marionetas en el que, en el momento más insospechado, el guiñol de Mas fuera a sacar una cachiporra y empezar a repartir mandobles. Alguien debería haber aprovechado la ocasión para regalarle al aspirante a estadista catalán un libro de Historia de Europa. Así recordaría que todos los cambios políticos radicales que en su día fueron alumbrados en medio de crisis económicas, siempre terminaron mal. Ver el paisaje pasar a 290 kilómetros por hora haría el resto. Así comprendería que de un tortazo a semejante velocidad no se salva nadie.

viernes, 4 de enero de 2013

KANDINSKY (04/01/2013)

Izarbe ha empezado a ir al colegio este año. Me puedo imaginar la mezcla de emoción y temor que sentirán todavía sus padres cuando la vean salir cada mañana con su mochilita, camino de clase. Allí no podrán protegerla tanto. Allí comenzará a vivir sus primeras experiencias de pequeña persona, a aprender los códigos de comunicación, las normas, los valores... En este caso, el tamaño liliputiense del mobiliario escolar no encaja del todo bien con la suprema importancia de lo que ocurre en las aulas de educación infantil; produce algo de vértigo pensarlo, pero los primeros tres años de vida colegial marcarán en alguna medida su futuro. Hace unos días fuimos a su casa, de visita. Antes de hacer un repaso a los juguetes de Papa Noel, Izarbe quiso enseñarnos el trabajo que había estado haciendo en clase durante las últimas semanas. “Kandinsky”, rezaba un gran rótulo de colores sobre el lomo de una simpática cartera de cartulina. Durante unos instantes me pregunté de quién sería la insensata idea de utilizar el apellido del insigne pintor ruso Vassily Kandinsky (1866-1944), precursor del arte abstracto, para ponerle nombre a un payasito, a una rana o a Dios sabe qué. Pronto comprobé mi error. Con una sonrisa de satisfacción, Izarbe fue sacando de su cartera reproducciones de cuadros de Kandinsky, ¡el artista ruso!, nacidas de su paleta colorista e infantil. Aquí una “Composición IV”, allá unos “Cuadrados y círculos concéntricos”. Sopla. Yo sí que me quedé a cuadros. Algunos aguafiestas se preguntarán ahora para qué necesitan unos niños de tres años saber quién era el tal Kandinsky. A mí me parece un acierto total. Entre otras cosas, porque sospecho que Kandinsky se inspiró en un niño para crear el arte abstracto. Eso, o lo inventó mientras hacía garabatos durante una clase aburrida. Feliz colegio, Izarbe.