Entra en el salón con aire jovial y relajado, y sus compañeros le reciben con palmadas en la espalda y algún pescozón cariñoso. Contemplando la escena, uno pensaría que Luis de Guindos ha ido a Bruselas a una reunión de compañeros de promoción en lugar de a resolver, junto al resto de ministros de economía, el mayor lío financiero que ha conocido la zona euro. ¡Un político español que habla inglés con soltura! En Europa deben estar flipando en colores. Ideologías aparte, al examinar el currículum de De Guindos se tiene la confortable sensación de que en este país, después del extraño e ilusionante período en el que prácticamente cualquiera podía llegar a ser ministro de algo (hasta un servidor miraba el móvil con nerviosismo cuando se rumoreaba una crisis), hemos regresado a prácticas gubernamentales más sensatas: se nombra ministro solo a quien tiene la capacidad y la formación para serlo. Luis de Guindos ha sido director general, secretario de estado, y posee una amplia experiencia en el sector privado, incluyendo su paso por el fatídico banco de inversiones Lehman Brothers. Sin embargo, para ser ministro de economía de España en los tiempos que corren, hace falta algo más que carácter o un currículum vistoso: hay que ser un buen actor. Por una curiosa relación simbiótica, el intérprete contagia al público su estado emocional; el mal actor trasmite inseguridad, y el bueno, confianza y optimismo. No sé si Luis de Guindos es un buen financiero – confío en que sí – pero, al menos, demuestra ser un actor notable, en el sentido más noble de la palabra. Verle aparecer en las reuniones de Bruselas con su calva bronceada y la sonrisa puesta, nos hace concebir la esperanza de que un abismo negrísimo no se nos tragará a todos. Quizá sea una ilusión. Pero de ilusión también se vive.
viernes, 29 de junio de 2012
viernes, 22 de junio de 2012
SUU KYI (22/06/2012)
Es un país remoto, casi irrelevante, de geografía compleja
y nombre incierto. Los militares que lo gobernaron dictatorialmente durante
décadas, le cambiaron el de Birmania por Myanmar, con la esperanza de que, en
la confusión, el mundo dejara de prestarles atención y pudieran seguir con sus
tropelías sin ser molestados. No lo consiguieron; ella lo impidió. Cuando en
1988, Aung San Suu Kyi abandonó su confortable vida en Oxford, y regresó a su
país natal para ponerse al frente del movimiento en favor de la democracia,
nadie podía sospechar que esa mujer menuda se convertiría en un personaje de
fama mundial. El precio de su compromiso político fue alto. Sufrió
encarcelamiento y arresto domiciliario durante más de 15 años, varios intentos
de asesinato y la dolorosa separación de su familia. Siempre tuvo el fin de sus
penalidades al alcance de la mano: la junta militar birmana le ofrecía la
salida inmediata del país, a cambio de no regresar jamás. Suu Kyi no cedió.
Tampoco cuando le impidieron reunirse con su marido, enfermo terminal de
cáncer, para estar a su lado en sus últimos días. Sin embargo, su capacidad de
resistencia, con ser extraordinaria, no es el rasgo más importante que define a
esta valiente mujer. Es la bondad. En todos estos años de padecimiento, jamás
salió de su boca una palabra que incitara al odio, la venganza o el
enfrentamiento. El pasado sábado, al recibir en persona el Premio Nobel de la Paz, 21 años después de que le
fuera concedido, Suu Kyi afirmó: “De todas las lecciones que he aprendido en la
adversidad, la más preciosa de todas, es la del valor de la bondad. Cada acto
de bondad que recibí en estos años, por pequeño que fuera, me convenció de que
nunca habría bastante en el mundo. Porque la bondad tiene el poder de cambiar
las vidas de la gente”.
viernes, 15 de junio de 2012
ENVIDIA (15/06/2012)
La envidia es el pecado capital de los tontos. A
diferencia del lujurioso, el acaparador o el comilón, que pueden disfrutar de
los primeros bocados con la conciencia limpia, el envidioso sufre desde el mismo
instante en que la envidia se presenta. Mientras el perezoso, el iracundo o el
orgulloso no se molestan en ocultar su vicio, el envidioso debe disfrazarlo de
otra cosa, tan vergonzoso e inútil es el mal que le aqueja. Eso mismo les
ocurre a algunos franceses: sienten envidia de los éxitos de los deportistas
españoles y, para disimularlo, se dedican a difamarlos. Como esto último
tampoco se atreven a hacerlo directamente – al parecer, en Francia también hay
leyes que protegen el honor de las personas – se valen de unos guiñoles y de la
coartada del humor para hacer acusaciones tan poco divertidas como que Rafael
Nadal, el deportista español más laureado de la historia y una de las
personalidades más queridas y respetadas del país, se inyecta sustancias dopantes
con una gran jeringuilla que le acompaña allá donde va. Cuando alguien
protesta, legítimamente, por esas acusaciones intolerables que manchan la
honorabilidad de un compatriota, el cobarde de turno responde: ¡Qué poco
sentido del humor tienen los españoles! El pasado lunes, Rafael Nadal ganó su
séptimo torneo de Roland Garros. Es la decimoquinta Copa de los Mosqueteros que un
español levanta desde 1961, cuando Manolo Santana inició la cuenta para
sacarnos un poco más del aislamiento y la pobreza. Los tenistas galos, en ese
mismo período, han ganado su querido torneo parisino... una sola vez. Presiento
que hay muchos franceses que aceptan esta circunstancia con deportividad, pero
es evidente que otros no. Algunos franceses son envidiosos. Algunos franceses son
tontos.
viernes, 8 de junio de 2012
URRACAS (08/06/2012)
Chas-chas-chas-chas. Es ridículamente temprano, el sol ya
brilla y las urracas de mi barrio gritan a pleno pulmón celebrando algún feliz
acontecimiento de su mundo pajarero que no logro adivinar. Ponga una urraca en
su vida, y olvídese del despertador. Esta primavera, las urracas se han
apoderado del espacio aéreo de mi barrio desplazando a las chillonas cotorras
argentinas y a las palomas de toda la vida, en una guerra por el control de los
cielos que ríete tú de la batalla de Inglaterra con la RAF y la Luftwaffe. Me
pregunto qué puede significar la llegada de este pájaro elegante y trajeado.
¿Es alguna señal bíblica sobre el advenimiento de un diluvio universal, otra
Sodoma y Gomorra, el colapso definitivo del sistema financiero que hace unos
meses era la envidia del mundo civilizado? El día que vea a un buitre acomodado
en la rama del platanero de mi calle, habrá llegado el momento de empezar a
preocuparse pero, de momento, no nos pongamos en lo peor. Dice wikipedia que la
urraca es uno de los animales más inteligentes que existen, capaz de
reconocerse en un espejo como solo hacen primates o delfines; que es
oportunista, ahorrador y con una enorme afición por las cosas brillantes; que
se comunica muy bien con sus congéneres para defenderse mutuamente de los
depredadores. Blanco y en botella. La llegada de la urraca es la señal de que
los españoles tenemos que ponernos las pilas, estar más alerta, ser
imaginativos, cooperativos, competitivos, y no esperar a que la vaca del Estado
– que tendrá las ubres secas por una buena temporada – nos siga alimentando
como hasta ahora. El tiempo de las cotorras ha pasado. Bienvenidos a la era de
la urraca. Chas-chas-chas-chas. Ahí están otra vez. Ahora mismo me levanto de la
cama.
viernes, 1 de junio de 2012
ALMODÓVAR (01/06/2012)
Ha obligado al mundo a aprender su nombre, sin aditivos.
El suyo es la demostración palmaria de que no hace falta llamarse Jonathan para
triunfar en el mundo anglosajón, y de que con el apellido de un labriego
musulmán de Al-Andalus te pueden llegar a dar un Oscar de Hollywood. Y
aplicándose un poco, hasta dos. Pedro Almodóvar es el director español más
influyente y respetado en el mundo y, con permiso de Santiago Segura y
Alejandro Amenábar, uno de los más rentables. Su productora El Deseo es una de
las pocas empresas cinematográficas en España que puede permitirse el lujo de
emprender proyectos sin depender de las subvenciones del Ministerio de Cultura
o de las televisiones públicas. La semana pasada, en el mercado de Cannes que
se celebra de forma paralela al festival, lograba un acuerdo de distribución
para su próxima película, Los Amantes Pasajeros, que ni siquiera ha comenzado a
rodarse. El director manchego vuelve a demostrar que no solo es un artista
genial, creador de un estilo propio, sino que, empresarialmente, marca el
camino a seguir para la desfalleciente industria del cine español: las
películas, salvo contadas excepciones, tienen que ser económicamente viables. Y
ahora viene la ironía, la españolada irreductible. Resulta que Almodóvar,
conspicuo hombre de izquierdas y azote del conservadurismo pepero, que llegó a
recibir una querella del mismísimo Mariano Rajoy tras las turbulentas jornadas
del 11-M, se ha convertido, por mor de las angustias financieras que atraviesa
el país, en el cineasta modelo para el gobierno del Partido Popular. ¡Cómo
disfruto con estas cosas! Afortunadamente, Almodóvar y Rajoy no pueden dejar de
ser españoles hasta las trancas. En el amor y en el odio, están condenados a
entenderse.
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