domingo, 30 de octubre de 2016

REVISIONISMO (30/10/2016)

Lo define el diccionario como “tendencia a someter a revisión doctrinas, interpretaciones o prácticas establecidas, con la intención de actualizarlas”. Aplicado a la historia, sin embargo, el término ha evolucionado hacia un sentido más peyorativo: revisionismo histórico equivale hoy a negacionismo, es decir, a aquellas corrientes empeñadas en negar acontecimientos históricos violentos, y tras las que suelen ocultarse ideologías políticas extremas en busca de legitimidad.
Algunos revisionismos son delirantes y peligrosos, como el que niega el holocausto perpetrado por los nazis; otros son más sutiles, como el que surgió en España de la mano de autores como Pío Moa, que aspiraban a una redistribución de responsabilidades sobre el origen de guerra civil. Trece años después de la publicación de su obra más conocida, “Los mitos de la guerra civil”, hay que concluir que ese intento revisionista ha fracasado; en la historia académica y socialmente aceptada, todo comenzó con el alzamiento de un grupo de generales españoles el 18 de julio de 1936.
Se califique de revisionismo o no, a la historia se vuelve, una y otra vez. Las reinterpretaciones sobre acontecimientos históricos pueden comenzar muy pronto, incluso cuando todavía viven los personajes que los protagonizaron; basta con que hayan cambiado las circunstancias políticas, el clima emocional, o que empiecen a tener voz las nuevas generaciones que no los vivieron directamente. Todos estos elementos se dan en el caso de los GAL, grupo armado que actuó contra ETA durante los años 80 con el apoyo del ministerio del interior de la época, que en los últimos tiempos ha regresado a la actualidad política para incomodidad de la mayoría.
Primero fue el líder de Podemos, Pablo Iglesias, el que acusó a Felipe González “de tener el pasado manchado de cal viva”, en clara alusión a su posible implicación en los asesinatos de los GAL. Hace unos días, volvió a reaparecer el mismo fantasma del pasado, con motivo de un acto en la Universidad Autónoma de Madrid en el que iba a participar el expresidente González. Como saben los lectores, el acto no se celebró. Un grupo de jóvenes, en una pervertida interpretación de la democracia y el ejercicio de las libertades, lo impidió por la fuerza. Preguntados algunos de ellos sobre las razones de aquella exhibición de intolerancia, contestaban con un desparpajo notable: un expresidente del gobierno manchado por el terrorismo de estado, no es bienvenido en la universidad. El que así hablaba, por su misma juventud, no pudo conocer los llamados años de plomo, cuando la banda terrorista ETA asesinaba con una frecuencia escalofriante. No sintió la desesperación y el horror que sí experimentamos los ciudadanos que veíamos los cadáveres mutilados de sus víctimas, hombres, mujeres y niños, en el telediario, cada día, durante años. ¿Le inhabilita esa ignorancia para opinar? En absoluto. Es posible, incluso, que nuestros criterios coincidan en parte: siempre he pensado que el contra-terrorismo apoyado por el Estado fue un error estratégico gravísimo, porque regaló argumentos a los asesinos que carecían totalmente de ellos.
Pero sí, al menos, ese desconocimiento debería inspirar a estos cachorros de la nueva izquierda una mínima dosis de prudencia y humildad. La suficiente como para no atentar contra la libertad de expresión de nadie. La que les aconsejaría escuchar a alguien como Felipe González Márquez, figura histórica de este país, cuyos servicios a España merecen mucho más respeto.

martes, 25 de octubre de 2016

UNA TRAMPA PARA OSOS (23/10/2016)

El ruedo ibérico vuelve a demostrar que la política es el más cruel de los pasatiempos humanos. En cualquier otro negocio de la vida, al derrotado se le deja en un rincón, o se le remata definitivamente para que no sufra, como a un animal herido. No en la política. Aquí la derrota puede ser solo el comienzo del viaje a los infiernos, como están conociendo los atribulados dirigentes del Partido Socialista Obrero Español.
En efecto, los socialistas han obtenido el peor resultado histórico en unas elecciones generales, han cosechado decepción tras decepción en sucesivas elecciones autonómicas, y han sufrido una crisis institucional sin precedentes que ha dejado al partido dividido en dos bandos cuyas mutuas heridas serán difíciles de restañar. Su situación de debilidad – esto es política, no juegos florales – es aprovechada por Podemos, que amenaza ahora con romper sus acuerdos de gobierno en autonomías y ayuntamientos. ¿Es posible imaginar una situación peor? Sí. Por increíble que parezca, sobre los fatigados hombros socialistas se ha hecho recaer, casi en exclusiva, la pesada responsabilidad de evitar unas terceras elecciones y de hacer posible la gobernabilidad del país.
¿Y qué hacen mientras tanto sus rivales políticos? Si al menos compartieran la carga, el sufrimiento sería más llevadero. Pero no. El presidente del gobierno, cuyo partido debe responder cada día por casos de corrupción, está en el año más plácido de toda su carrera; se rumorea que ha batido el récord de dormir de tirón, desde que llegó a la Moncloa. En Podemos, Iglesias y Errejón juegan al piedra, papel, tijera – yo saco el puño, tú la v de la victoria – mientras escenifican una lucha de poder algo artificial y saborean por anticipado las encuestas, que hablan de un sorpasso en toda regla. Albert Rivera está casi desaparecido de la palestra pública, como si no acabara de encajar los sonoros fracasos de Ciudadanos en Galicia y País Vasco. Al menos, se le deja rumiar sus derrotas con un mínimo de tranquilidad.
¿Pudieron hacer algo los socialistas para evitar esta debacle, o su triste destino estaba “blowing in the wind”, como un augurio fatal? Por supuesto que pudieron. Es imposible llegar a una situación tan desastrosa sin que alguien haya tomado decisiones estratégicas equivocadas. Imposible. El dilema actual,  abstenerse o votar en contra de una investidura de Rajoy, era un planteamiento envenenado y una trampa para osos de tamaño provincial, pero tenía una alternativa clara: condicionar la abstención del PSOE a la salida de Rajoy de la presidencia del gobierno. Quizá no era el ideal pero sí lo “hacedero”. Las ventajas de este movimiento para los socialistas se amontonaban: transmitir imagen de partido responsable al facilitar la gobernabilidad de España, mostrarse inflexibles ante la corrupción, llevar la iniciativa y ocupar el liderazgo de la oposición. Con él, la presión de la opinión pública se habría trasladado en gran parte al Partido Popular, y muy especialmente a su líder, Mariano Rajoy, que habría dormido con sobresaltos frecuentes. Habría sido bien recibido incluso por gran parte de los votantes del PP, que en una encuesta reciente se confesaban no demasiado entusiasmados con la candidatura del eterno gallego.
¿Por qué el partido socialista se cerró a esta posibilidad? Felipe González la insinuó en su momento y Pedro Sánchez la descartó. Es evidente que al exsecretario general le sobró dogmatismo y le faltó flexibilidad. ¿Dónde está hoy Sánchez? ¿Dónde, el PSOE?

viernes, 21 de octubre de 2016

VENTURA EN ZARAGOZA (Y III) (16/10/2016)

Decía el Deán del Pilar que la Virgen había querido someter a los artífices de su Santa Capilla a la más difícil prueba. María Rodríguez, esposa del pintor Antonio González Velázquez, había muerto recién llegada a Zaragoza, antes de que su marido llegara a posar el pincel sobre la cúpula. Por su parte, Rita Garro, casada por poderes con el arquitecto Ventura Rodríguez, había muerto en la primavera de 1754, pocos meses antes de que su esposo regresara para iniciar la construcción de la Santa Capilla.
Ventura volvía a Zaragoza como la primera vez, viudo y sin tiempo para llorar a su esposa desaparecida. Debía hacer realidad en piedra lo que hasta entonces solo era un bonito trazado en un papel. Al igual que cuatro años antes, cuando dibujó las cuatro primeras láminas del proyecto, sumergirse en el trabajo absorbente proporcionó alivio a su dolor. Esta vez, el arquitecto no permitió que nada ni nadie le distrajera de su objetivo: levantar la más bella capilla del mundo en la ciudad donde la vida siempre le salía al paso con una intensidad abrumadora.
El gran obstáculo se hizo presente desde el primer momento: la columna de la Virgen no se podía mover de su lugar sagrado, ni siquiera temporalmente. ¿Cómo se cimentaría la nueva Santa Capilla? Ventura Rodríguez encontró la solución, con la audacia que solo podía tener un foráneo, alguien que no hubiera reverenciado aquel santo Pilar desde antes de aprender a andar: lo colgó de uno de los arcos torales, en una jaula de madera, para que se mantuviera siempre en el mismo lugar donde la depositó la Virgen.
Ante semejantes desafíos, la presencia del escultor zaragozano José Ramírez de Arellano le tranquilizaba. Sabía que, en su ausencia, siempre habría alguien experimentado al que los abundantísimos gremios que participaban en la obra podrían recurrir. Carlos Salas y Manuel Alvarez, los otros dos escultores que ejecutarían medallones y estucos, eran dos jóvenes académicos de gran talento, pero la benefactora presencia de Ramírez serviría también para templar sus ímpetus juveniles.
El trabajo proyectista del arquitecto no se detuvo. Debajo de la Santa Capilla se ejecutó una cripta, no prevista inicialmente, y en los meses y años sucesivos, Ventura Rodríguez levantó planos de la nueva sacristía, el coreto y las fachadas exteriores del templo. Solo una parte de estos diseños sería finalmente realizada. El arquitecto regresó a Madrid, al servicio del rey, y desde allí seguía la obra puntualmente, gracias a la correspondencia del fiel Ramírez.
El 12 de octubre de 1765, once años después del comienzo de las obras, quince desde su primera llegada a la ciudad, se inauguró solemnemente la nueva Santa Capilla del Pilar. En el cabildo y el pueblo de Zaragoza hubo unanimidad absoluta: la obra era magnífica, digna de la primera devoción mariana de la cristiandad. Ventura Rodríguez disculpó su asistencia. A pesar del éxito, su satisfacción no podía ser completa. La negativa del cabildo a trasladar al fondo del templo el retablo de Damián Forment condenaba a las alturas de su creación - la media naranja y su remate - a ser casi invisibles desde las naves del templo. La Santa Capilla nunca sería contemplada con la perspectiva que el arquitecto había previsto. Su ego de artista, que veía defectos invisibles para el resto de los mortales, se resintió. Aquella sería la más valiosa lección, en la obra más importante de su vida. Porque había perseguido una fabulosa quimera. La perfección siempre quedaría fuera de su alcance.

viernes, 14 de octubre de 2016

VENTURA EN ZARAGOZA (II) (09/10/2016)

Se llamaba Rita Garro y pertenecía a una familia de plateros zaragozanos de larga tradición. Ventura Rodríguez no era propiamente un joven a sus 33 años, pero la responsabilidad que había recaído sobre sus hombros -edificar la nueva Santa Capilla que iba a acoger a la devoción mariana más antigua de la cristiandad- hacía que lo pareciera hasta la temeridad, y ya se sabe que los jóvenes temerarios venidos de la capital ejercen una fuerte atracción en las jovencitas de provincias. Pero Ventura no estaba para cortejos. Hacía solo un mes que había fallecido su segunda mujer, Antonia. La perspectiva de encontrar una nueva esposa en Zaragoza, donde solo pensaba residir unos meses, ni siquiera existía en su cabeza. Pero Rita sí era joven, más graciosa que bella, y con una falta de presunción tan refrescante que Ventura encontró en ella la compañera perfecta para guiarle por los salones zaragozanos que se disputaban su presencia. Cuando quería escabullirse, bastaba con un guiño para que Rita le cogiese del brazo y se despidiera de todos con una brusquedad encantadora.
En realidad, la vida social era solo un entretenimiento ocasional para Ventura Rodríguez. Aquel otoño de 1750, lo pasó entre las cuatro paredes de su cuarto, plasmando en papel el edificio que había ido creciendo en su imaginación. Primero en borrones trazados a vuela pluma, en el mismo templo del Pilar que visitaba cada día. Luego con el grafito, el plumín y las acuarelas, con la pulcritud que había aprendido de sus maestros italianos en el Palacio Real de Madrid. Con el paso de las semanas aprendió a convivir con las complejidades del edificio y de su culto milenario, algo misterioso; el de una columna depositada por la Virgen, venida en carne mortal, que debía permanecer en ese mismo lugar hasta el fin del mundo. A finales de noviembre, la Santa Capilla del Pilar era una realidad arquitectónica, dibujada en cuatro primorosas láminas que entusiasmaron a la Junta de Obras del Cabildo zaragozano.
Fueron días de euforia. Aprobados los planos de la nueva construcción, la voz corrió por toda la ciudad: el arquitecto del Rey había solucionado el problema de la Santa Capilla de la Virgen. Aquel claustro anticuado y ruinoso que afeaba el templo, iba a ser sustituido por un tabernáculo moderno y elegante. Los compromisos sociales de Ventura pasaron a ser una ocupación diaria y la presencia de Rita se hizo imprescindible. Tanto, que el madrileño pensó que ya nunca querría prescindir de ella. Preparando su vuelta a la Corte, se formalizó el compromiso con los padres de la joven, que dieron su aprobación como se la darían a la santísima Virgen. Ventura y Rita contraerían matrimonio por poderes en aquel mismo año de 1751, y ella permanecería en Zaragoza hasta que el arquitecto regresara para iniciar las obras de la Santa Capilla.
Llegado a Madrid, la magia de aquellos meses inolvidables se evaporó. Los diseños de la Santa Capilla recibieron críticas de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Desde el Cabildo zaragozano le solicitaban más planos, pero Ventura empezaba a sospechar que los canónigos no tenían la menor intención de seguir sus previsiones sobre la organización del templo. El retablo de Damián Forment continuaba en su sitio, condenando a la futura Santa Capilla a permanecer tapada por esa bella tajadera que partía el templo del Pilar en dos. Desde Zaragoza llegaban noticias aún más inquietantes: Rita estaba enferma y Ventura no veía próximo el día en que podría regresar.   

sábado, 8 de octubre de 2016

VENTURA EN ZARAGOZA (I) (02/10/2016)

Había nacido en Ciempozuelos, cerca de Madrid, en 1717. Su nombre era sinónimo de buena suerte, pero nadie podía decir que había alcanzado el lugar de privilegio que ocupaba por un golpe de fortuna, o por el favor de algún señor poderoso. Ventura Rodríguez era arquitecto del Rey por méritos propios, porque antes de tocar un plumín se había manchado las manos de mortero y conocía bien el sabor del polvo en la garganta. Su padre, que era maestro de obras, tuvo el buen sentido de reconocer en su hijo un talento superior al propio, y de fomentarlo, consiguiendo introducirlo en el gabinete de delineación del Palacio Real de Madrid. Y allí el joven Ventura hizo su parte. El ansia de aprender, la destreza en el dibujo y -lo que no se aprende en ninguna academia- la sensibilidad hacia la belleza, le hicieron destacar. Los italianos, que todo lo hacían y deshacían, se fijaron pronto en él, y el viejo maestro Filipo Juvarra, al que todos temían, le trataba especialmente y le decía que por sus venas corría sangre italiana; que nunca había visto a un español dibujar con tanta finura.
Pero tuvo Ventura Rodríguez unos valedores aún más grandes: los reyes de España, Fernando VI y Doña Bárbara de Braganza. De príncipe, poco inclinado a las conspiraciones palaciegas urdidas por su madrastra, la italiana Isabel de Farnesio, Fernando se había refugiado en las artes y encontró en su esposa Bárbara, la que decían la princesa más fea de Europa, el complemento perfecto a su melancolía. Cuando fue rey, desterró a su madrastra. Y cuando se encontró a un italiano al frente de las obras reales –muerto Juvarra, le había sustituido Sachetti- lo mantuvo porque era un hombre justo, pero ello no le impidió promocionar a un joven arquitecto español, de nombre venturoso y notable talento. En 1749, contra todo pronóstico, Fernando VI eligió el proyecto de Ventura Rodríguez para la Capilla Real, en detrimento del de su jefe y director, el italiano Sachetti. ¿Un desquite tardío contra la herencia de su madrastra? Es imposible saberlo. Si fue resentimiento supo acompañarlo de prudencia, porque él sabía que Ventura era un valor seguro.
Al rey le gustaba el joven arquitecto, y a su real esposa también. Cuando llegó a la corte la petición de ayuda de la Junta de Obras de la Catedral del Pilar de Zaragoza, para resolver un problema arquitectónico que se antojaba endiablado, Fernando VI volvió a pensar en su arquitecto protegido. La petición venía abrumadoramente bien recomendada: la traía el ministro Carvajal y las muchas amistades que guardaba en la corte Antonio Jorge y Galván, Deán del Pilar. ¡Hasta el mismísimo médico del Rey, el doctor Suñol, que era zaragozano y parroquiano de la Magdalena, aprovechaba la consulta con Su Majestad para convencerle de la necesidad de que la Virgen del Pilar tuviera un templo digno de su grandeza!
Y viajó finalmente Ventura a Zaragoza, con licencia real de tres meses, para trazar planta y alzados de una nueva Santa Capilla que sustituyera a la antigua, en el templo del Pilar a orillas del Ebro. Entró en la ciudad y antes siquiera de instalarse, quiso el arquitecto conocer el lugar en el que se iba a levantar su obra. La visión del templo no pudo causarle una impresión más decepcionante: oscuro, inacabado y decorado sin gusto. Casi le pareció escuchar las carcajadas de Sachetti, que conocía bien el lugar por haber tomado medidas unos años antes. De pronto, Ventura Rodríguez supo que estaba obligado a realizar la obra más importante de su vida.