Es la nueva palabra mágica. La solemnidad de sus trece
letras, su versatilidad – también se acepta “trasparencia”, a emplear cuando no
queramos pasar por refinados – y la rotundidad sonora de su juego de vocales,
la hacen de presencia obligada en el discurso de todo político de partido
mayoritario que se precie. Parece que su sola mención va a acabar con los
micrófonos-florero, los “nomeconsta”, los ex-tesoreros de partido blindados por
secretos inconfesables y los misterios ere y sus millones evanescentes. Hoy en
día, hasta el Papa de Roma tiene que ser transparente. El problema de tanta
transparencia es que nos enteramos de los sueldos que gana el personal, y nos
da por hacer comparaciones. ¡Ahora entiendo por qué mis padres me decían que
era de mala educación hablar de dinero! Tomemos dos ejemplos, uno de cada
partido mayoritario para que nadie se ofenda, aunque hay muchos más. Pedro
Solbes, ex-ministro del gobierno del Partido Socialista Obrero Español, es
fichado en 2011 por la compañía Enel (que tomó el control de Endesa cuando él
ocupaba el ministerio de Economía) que le paga una retribución anual de 250.000
euros. Barclays le contrata como asesor con un sueldo de 70.000. Una eléctrica
y un banco. Angel Acebes, ex-ministro del Partido Popular, es fichado por
Bankia en 2011, donde permanece hasta el hundimiento de la institución, 8 meses
después. 163.000 euros de retribución. A continuación es fichado por Iberdrola,
que le paga un sueldo de 300.000 euros anuales. Un banco y una eléctrica. Con
estas cifras, con esta confitura de intereses, con esta vergonzosa sucesión de
ocupaciones públicas y privadas, ¿quién quiere transparencia? Para mi
tranquilidad de espíritu, me quedo con la ignorancia y la opacidad.
Definitivamente, la transparencia está sobrevalorada.
viernes, 22 de febrero de 2013
viernes, 15 de febrero de 2013
CARNE(15/02/2013)
Jennifer López demostró que es una mujer de armas tomar.
En respuesta al código de vestimenta que la cadena CBS había impuesto para la
retransmisión de los premios Grammy, la actriz y cantante se presentó en el
evento con un vestido provocador: era imposible enseñar más pierna. La verdad
es que el dichoso código era bastante impertinente. “Por favor, asegúrese de
que las nalgas y los pechos femeninos estén adecuadamente tapados”, decía con
un lenguaje a medio camino entre la frialdad anatómica y la sordidez rijosa del
censor de toda la vida. Las más feministas no se han puesto de acuerdo. Algunas
critican que todas las advertencias de recato se dirigían a las mujeres y no a
los hombres, mientras que otras se preguntan por qué muchas cantantes han hecho
de la exhibición de sus cuerpos algo inevitable. No es de extrañar la
discrepancia, porque el asunto tiene su miga. Creo que es innegable que la
mujer tiende a enseñar, insinuar o marcar las líneas de su anatomía mucho más
que el hombre, y que la razón va mucho más allá de lo puramente sexual o
instintivo. La apariencia de la mujer está directamente relacionada con el
poder, o mejor, con el reparto del poder con el otro sexo. No es casualidad que
aquellas organizaciones políticas o religiosas que exigen recato a las féminas,
están siempre dominadas tiránicamente por los hombres. Tapar el cuerpo de la
mujer es siempre la antesala de su marginación a todos los niveles, político,
social y económico. Los impulsores de los códigos de vestimenta, en occidente,
se defienden diciendo que no es esa la cuestión; alegan que no se puede enseñar
todo, y que a la carnalidad alguien debe ponerle un límite. A lo mejor es
verdad pero... ¿quién me asegura que J.L. no lee La Comarca? Que lo haga otro.
Sinceramente, yo no me atrevo.
sábado, 9 de febrero de 2013
LA GOTA Y EL VASO (08/02/2013)
Soy consciente de que, a estas alturas, media España está
hasta el gorro del desagradable asunto de los sobresueldos en la cúpula del
Partido Popular. Me uno a ese cansancio. El problema es que, al tratarse de un
episodio que pronto figurará en la lista de los grandes escándalos políticos de
la historia de España – junto al del estraperlo o el caso Matesa -, me siento
obligado a dedicarle unas líneas, aunque solo sea para dejar constancia de que,
tristemente, yo estuve aquí. En efecto, en primer lugar, de tristeza va la
cuestión. No entiendo a aquellos que parecen regocijarse de la lamentable
situación que atravesamos, simplemente porque ha golpeado de lleno “al
enemigo”; me parece de tontos no darse cuenta de que viajamos en el mismo barco
y de que la vía de agua, si no se tapona, nos acabará mandando a todos al
fondo. ¿Aceptó el presidente sobres con dinero negro? That´s the question. Nótese que digo si
los aceptó, porque doy por seguro que se los ofrecieron. No es difícil llegar a
esta conclusión. Creo que es imposible encontrar a un solo español que no haya
pagado o cobrado, al menos una vez en su vida, mediando dinero negro. O que no
se lo hayan ofrecido. En un sector tan propenso a la corruptela como la
política, ¿por qué las cosas iban a ser distintas? Sin embargo, en este asunto,
conviene hacer distingos: no es lo mismo el dinero negro, que el dinero
negrísimo, sucio, o directamente delictivo. Y no es lo mismo recibir siendo un
trabajador que no puede negarse, que un alto funcionario con un bonito sueldo.
Usted y su conciencia sabrán, señor presidente. Si aceptó esos sobres, tráguese
el sapo y saboréelo. Por mi parte, la única esperanza es que, de todo este lío,
pueda salir algo de provecho. Que cambien las reglas, los partidos y las
personas. Que algún día podamos decir que hubo una gota que desbordó un vaso.
viernes, 1 de febrero de 2013
MONOS ESPACIALES (01/02/2012)
Irán ha lanzado un mono al espacio a bordo de un cohete, y
aseguran que ha regresado sano y salvo después de alcanzar los cien kilómetros
de altura. Muchos se preguntan por las verdaderas intenciones del presidente
Ahmadineyad y su inesperado interés por emular al fotogénico J.F.K., con medio
siglo de retraso y una cara de malo que tira para atrás. Los malpensados creen
que el programa espacial iraní es una tapadera para seguir haciendo pruebas de
misiles balísticos sin ser importunados, con la siniestra esperanza de poder
enviarles algún día un recadito nuclear a sus archienemigos israelíes. Sean
cuales sean los motivos, que iraníes o chinos se planteen salir a pasear al
espacio ya es una novedad. Desde 1973, ningún ser humano ha estado a más de 600 kilómetros de la
tierra. En occidente, todo el entusiasmo por la carrera espacial que se generó
en la década de los sesenta parece haberse evaporado cincuenta años después.
¿Qué nos ha pasado? Las razones de este desengaño son económicas, tecnológicas,
y hasta casi biológicas: los científicos que se dejan hoy las pestañas para
hacer posibles los viajes espaciales del futuro, trabajan en realidad para sus
bisnietos. A diferencia de sus colegas de la era Kennedy que tenían una
recompensa al alcance de la mano - ¡Llegar a la luna! ¡Comerles la tostada a
los soviéticos! - , a los técnicos de la NASA del siglo XXI les faltan alicientes para
comer atropelladamente un sándwich todos los días y hacer más horas que un
reloj. Bueno, al menos nos quedan los iraníes y sus monos espaciales. Los
escépticos piden pruebas de que el mono que aparece en las fotografías recién
llegado de la estratosfera, es el mismo que salió de Teherán. La cosa no está
fácil. Se ignora su nombre y hasta hoy no se le ha permitido hacer
declaraciones.
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