Alguna editorial debería sacar un libro de autoayuda para
expresidentes del Gobierno. Se me ocurren un montón de contenidos: cómo
redactar las memorias, cómo evitar declaraciones fuera de tiesto, cómo ejecutar
la perfecta sonrisa institucional, un vademécum de frases políticamente
correctas... Por el amor de Dios, ¿tan difícil es? Al parecer sí. La pasada
semana, José María Aznar provocó un escándalo considerable al criticar
abiertamente al gobierno de Rajoy en una entrevista para televisión, llegando a
insinuar la posibilidad de una vuelta a la política activa. El suyo fue un
ejercicio de deslealtad hacia su propio partido como no se había visto jamás en
un expresidente del gobierno hasta la fecha. Advierto que no practico el odio
político, pasatiempo hispano por antonomasia. Aquí entre los que odian a Felipe
González, los que no tragan a Aznar y los que no pueden ver a Rodríguez
Zapatero sin soltar un juramento, casi completan la nómina de los españoles.
Creo que por el solo hecho de haber ocupado el puesto político más difícil y
sacrificado que existe, todos merecen respeto y agradecimiento. Sí, Aznar
también. Ahora bien, el expresidente popular debería reflexionar sobre su
conducta reciente y comprender que lo que se espera de él es algo muy distinto:
en lugar de declaraciones de alto voltaje, discreción; en lugar de arrogancia,
humildad. Su momento político ha pasado – para siempre – y más vale que lo
entienda. De lo contrario, sufrirá y hará que otros sufran con él. Alguien dirá
que es inútil recomendar humildad a alguien que luce flequillo y un vientre
como una tableta de chocolate a sus 60 años, y que por tres conferencias
ingresa lo mismo que con su sueldo anual de expresidente. Vaya mundo de locos.
A lo mejor es verdad. Pero no por ello dejaremos de intentarlo.
viernes, 31 de mayo de 2013
viernes, 24 de mayo de 2013
ABORTO (24/05/2013)
El ministro de Justicia ha vuelto a abrir la caja de los
truenos. La interrupción voluntaria del embarazo - ¿por qué los eufemismos son
siempre tan largos? – vuelve a estar de actualidad a raíz de las intenciones
declaradas de Gallardón de anular la reforma de 2010 que permite a las mujeres
abortar libremente dentro de las primeras catorce semanas de gestación.
Personalmente, creo que acabar con la ley de plazos sería un error. Sin
embargo, en lo que se refiere al debate de ideas me encuentro en un terreno
intermedio, bastante incómodo, y trato de que no me alcancen epítetos tan poco
agradables como fundamentalista, misógino, asesino, nazi, y otros que se oyen
por ahí, en medio de la calentura. A los que sostienen el “No al aborto” habría
que exigirles que pensaran como legisladores, que establecieran claramente qué
consecuencias deberían afrontar, en su opinión, las mujeres que aborten. ¿La
cárcel? Creo que aquí la persecución penal no tiene ningún fundamento. El
proyecto de vida que se aborta está tan íntimamente ligado al cuerpo de la
mujer que lo lleva, que ni siquiera el estado debería inmiscuirse entre ambos.
Luego están las cuestiones éticas, claro. Casi todo el mundo estará de acuerdo
en que abortar cuando el feto está muy desarrollado es un acto de dudosa
moralidad. De esta tesis se deduce que el no-nacido, en algún momento antes de
su salida al mundo, es un “ser” portador de un derecho moral a que no se acabe
con su vida. ¿Cuándo nace ese derecho? ¿A las catorce semanas y un día?
Problemático. Tanto, que me obliga a discrepar de los que consideran el aborto
como un derecho de la mujer. O de los que defienden que sea pagado con dinero
público. El aborto es un acontecimiento dramático, íntimo, al que es muy
difícil dar respuesta legal, ética, y hasta personal. Incluso dudo que un
ministro sea capaz de hacerlo.
viernes, 17 de mayo de 2013
LENGUAS (17/05/2013)
Debo comenzar estas líneas con una declaración solemne:
soy monolingüe. Es obvio que mi sensibilidad respecto al controvertido tema de
las lenguas será diferente a la de un fragatino o a la de un calaceitano, pero
tampoco pienso que mi condición de castellanohablante exclusivo me convierta en
un individuo más tosco o con menos capacidad de transmitir ideas dignas de
consideración. Además, una de las grandes ventajas del monolingüismo y de que
la lengua en que te expresas no tenga ningún valor “nacional”, es que el
legislador te presta poca atención. Nadie te da la barrila con las rotulaciones
de tu negocio, el cuarto idioma de tus hijos en el colegio o sobre cómo hay que
llamar a la lengua que hablas. Como ya habrán imaginado, todo esto viene al
caso del esperpéntico espectáculo que hemos dado en Aragón con la aprobación de
la nueva Ley de Lenguas. El Partido Popular, en un patético esfuerzo por evitar
el término “catalán”, se ha metido en un lío absurdo que ha sido bien
aprovechado por sus adversarios. Estos se han sacado de la manga un acrónimo
que ha hecho fortuna – el LAPAO – a pesar de que, al parecer, no se emplea en
ningún momento en ley. Lo tienen bien merecido. ¿Qué clase de Groucho Marx
concibió la denominación “Lengua Aragonesa Propia del Aragón Oriental”? Los
argumentos empleados no son menos delirantes: el Partido Popular sostiene que
el catalán en Aragón es una lengua foránea o ajena. Ya puestos, ¿por qué no
también el castellano? Que el desbocado independentismo catalán sea poco de
fiar – te das la vuelta y te quitan el Aneto en los atlas escolares – no lo
justifica todo. Catalán, castellano, aragonés, fragatino, chapurriau – la
denominación poco importa - son todas lenguas españolas. Patrimonio de todos.
También de este humilde monolingüe.
lunes, 13 de mayo de 2013
BANGLADESH(10/05/2013)
Es sorprendente que lo ignorásemos casi todo de un país de
170 millones de habitantes. El octavo más poblado de la tierra. En los últimos
días, dos sucesos trágicos han llenado las portadas de los periódicos de todo
el mundo para sacarnos de esa bendita ignorancia. Hace dos semanas, el derrumbe
de una fábrica textil atrapaba fatalmente a 900 personas, la mayoría mujeres,
que se hacinaban en su interior en condiciones lamentables. A los pocos días,
decenas de personas morían en los disturbios provocados por grupos islamistas
radicales que pedían la pena capital para los blogueros blasfemos contra el
profeta Mahoma. ¿Coincidencia? Cuesta creerlo. De la noche a la mañana,
Bangladesh se ha convertido en un caso de laboratorio para explicar gran parte
de los conflictos que afectan hoy al mundo: fanatismo religioso, violencia,
explotación económica de los países del sur, dificultades de la democracia para
arraigar en un ambiente de injusticia social. Las claves del asunto son bien
conocidas. El sector textil occidental quiere producir al mínimo coste. El
gobierno bangladeshí, asegurar sus exportaciones. Unos cierran los ojos –
nosotros, los occidentales – mientras los otros toleran la explotación de sus
compatriotas. Mientras tanto las trabajadoras textiles sufren, pero no quieren
perder sus míseros empleos. ¿Cómo salvar el orgullo de un país entero? Para un
número creciente de bangladeshíes, con la violencia religiosa, nefasta
solución, típica en los varones. Vivimos en un mundo complejo, y a la vez
diabólicamente simple. Porque el caso de Bangladesh demuestra que los problemas
están interconectados, y que es ingenuo buscar la solución a uno sin tener en
cuenta los demás. Hasta ayer lo ignorábamos todo. Me temo que ya no podremos
vivir sin saber de ellos.
viernes, 3 de mayo de 2013
FÚTBOL ES FÚTBOL (03/05/2013)
Veintidós hombres en calzón corto tras un objeto redondo
que solo pueden tocar con los pies, intentando hacerlo pasar entre los tres
palos del pequeño reducto que defiende cada equipo. No estoy describiendo un
juego que practicaran las civilizaciones precolombinas y que acabase con el
equipo vencedor comiéndose las entrañas palpitantes de los perdedores. Pero
admitan que lo parece. Estoy convencido de que el éxito arrollador del fútbol
como espectáculo de masas tiene mucho que ver con su primitivismo, con esos
mecanismos emocionales que excitan los juegos de pelota desde tiempos
inmemoriales y que se han transmitido desde los aztecas de Tenochtitlán hasta
las tribus futboleras de la actualidad. Detractores tampoco le faltan. Para
muchos ese primitivismo, la simplicidad del juego y las astronómicas cifras de
dinero que maneja hacen del fútbol un fenómeno detestable y culturalmente
atrasado. Jóvenes con habilidades tan poco productivas como patear un balón se
convierten en modelos sociales sin merecerlo; entrenadores deslenguados sin
ninguna sabiduría práctica conocida, en celebridades; los clubs de fútbol
acogen a menudo como dirigentes a personajes dudosos, arribistas o mentirosos
profesionales que utilizan el escaparate público para promocionar sus negocios.
No estoy descubriendo nada nuevo. Cualquier aficionado a este deporte está al
corriente de todas sus lacras. Pero lo que verdaderamente cuenta es que durante
las últimas dos semanas, en España y Alemania, se ha hablado más de la Champions League
que de la crisis o el paro. Millones de personas han dado esquinazo a sus
problemas por unas horas y han celebrado juntas la victoria o llorado la
derrota. ¿Podrían lograr lo mismo yendo al teatro o escuchando a Brahms? Para
bien o para mal, me temo que no. Ya lo dice el dicho: fútbol es fútbol.
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