lunes, 29 de enero de 2018

LA REVOLUCIÓN DEL PERDÓN (28/01/2018)

Una aciaga noche de 1995, Tariq Khamisa, un joven universitario de 20 años que repartía pizzas en la ciudad de San Diego, acudió a entregar un pedido sin saber que era el último de su vida. Para su desgracia, nadie había encargado una pizza para comerla viendo un partido frente al televisor. La dirección era falsa, y los integrantes de The Black Mob, una banda juvenil de las que abundan en muchas ciudades estadounidenses, se negaron a pagar. El jefe de la banda señaló al repartidor y dijo a uno de sus esbirros más jóvenes: “Cárgatelo”. Tony Hicks, de catorce años, disparó, y Tariq cayó muerto. Aquel ritual de aceptación en la banda le costó a Tony una condena de 25 de años de prisión. 
Para Azim, el padre de Tariq, la muerte de su único hijo fue un acontecimiento devastador. Cuando recibió la llamada de la policía comunicándole la noticia, sintió como si abandonara su propio cuerpo porque el dolor era imposible de soportar. Se refugió en la meditación durante varias semanas y, en sus propias palabras, “se me concedió la bendición del perdón y llegué a la conclusión de que había dos víctimas en aquel suceso, una en cada extremo de la pistola”. Al poco tiempo creó la Fundación Tariq Khamisa con la misión de atajar la violencia juvenil, y una de las primeras personas en las que se apoyó para levantar su proyecto fue Ples Felix, abuelo y tutor de Tony. La clase de perdón que tuvo que practicar este hombre es diferente a la del padre de la víctima, pero también muy exigente: tuvo que perdonarse a sí mismo por lo que había hecho su nieto cuando estaba a su cargo. Los efectos benéficos de esa corriente de perdón no se detuvieron ahí. Cinco años después de su pérdida, Azim Khamisa visitó al asesino de su hijo en prisión. Al acabar el encuentro, Tony le dijo a su abuelo con asombro: “Maté a su único hijo y, sin embargo, él se sienta conmigo, me anima y hasta me ofrece un trabajo.” Aquel chico de 14 años es hoy un joven de 37, todavía en prisión pero rehabilitado y plenamente comprometido con el ideario de la fundación. 
Durante estos años, Azim y Ples han recorrido centenares de escuelas en los Estados Unidos compartiendo esa fuerza espiritual, invisible pero revolucionariamente poderosa que es el perdón. Recientemente, ofrecieron una charla en el marco de las conferencias TED – disponible en internet – gracias a la cual su emocionante historia llegó hasta mí. Irónicamente, el mayor “inconveniente” de un testimonio como este con vistas a servir de ejemplo a los demás, reside en su propia grandeza. Me explicaré: es probable que muchos de ustedes y yo mismo no seríamos capaces de reunir el coraje necesario para perdonar al asesino de nuestro hijo. Por tanto, al ver a este señor haciéndolo, podríamos pensar: “¿En esto consiste el perdón? Vale, lo aplaudo a rabiar pero, sintiéndolo mucho, no estoy a la altura.” Por eso hay que entenderlo como un caso extremo: el de un hombre especialísimo y un niño rehabilitable. La mayoría de las situaciones en la vida no son tan dramáticas, y cuando lo son, puede que el agresor no llegue nunca a asumir su error. ¡Y sin embargo el perdón – en su versión más elemental, de ausencia de odio - sigue siendo el único camino hacia la felicidad y la paz interior! 
Tony Hicks abandonará la prisión en 2019. Azim se declara ansioso de que llegue el momento. “Por fin podré darle el trabajo que le había prometido: hablar a los jóvenes norteamericanos de los peligros de la violencia. ¿Podría encontrar en el mundo alguien más convincente?”

martes, 23 de enero de 2018

EL ELEGANTE (21/01/2018)

A pesar de su nombre, no es el bar más bonito de Zaragoza. La elegancia que allí se dispensa – en grandes cantidades, por cierto – no tiene nada que ver con una decoración a la última o un ambiente sofisticado. De hecho, los camareros no llevan pajarita y sueltan juramentos cuando es necesario. La elegancia en “El Elegante” es estrictamente invisible, pero se hace presente desde que uno traspasa la puerta: es elegancia humana de la buena, la que practican los amigos para hacerte sentir como en casa. Y la fórmula funciona, vaya si funciona. ¿Cómo, si no, podría sobrevivir un bar que se inauguró cuando la peor crisis de la historia empezaba a enseñar los dientes, en una calle nada comercial y por alguien que nunca había tenido un establecimiento propio? Si le hubieran preguntado entonces a un asesor de emprendedores, la respuesta habría sido tajante: ni se os ocurra. La suerte es que los protagonistas de esta historia, Antonio e Isabel, no preguntaron, y si lo hicieron, se pasaron el consejo por el forro y se lanzaron a la aventura. Han pasado ocho años y el negocio no ha dejado de crecer. 
La pareja es un equipo bien compenetrado. Isabel prefiere el trabajo discreto mientras que a Antonio le gusta la cercanía con la clientela. “El bar es él”, dice ella, sin ningún empacho en cederle el protagonismo a su compañero. Antonio es singular porque combina cualidades que raramente se dan en la misma persona. Para empezar, su don de gentes – ¡qué bonita expresión nos regala el castellano! – es sencillamente excepcional. En su bar sabe cómo tratar al príncipe y al mendigo, al intelectual y al analfabeto, al tímido y al extrovertido. Tiene siempre la palabra justa, la palabrota, la delicadeza y el chiste, o el silencio cuando la situación lo requiere. Como resultado, “El Elegante” es un bar de parroquianos, una gran familia que se reúne a disfrutar de la mutua compañía convocados por el ingenio, la humanidad y la nobleza de Antonio. 
Suele ocurrir que las personas que destacan extraordinariamente en una faceta de la vida – la empatía y las habilidades sociales en este caso – flaquean llamativamente en otras. Lo emocional y lo cerebral no suelen ir de la mano. Estadísticamente, a Antonio le correspondería tener un instinto empresarial limitado y ser un profesional de la hostelería tirando a mediano. Pero ocurre exactamente lo contrario. En su sector económico, el de los bares pequeños de cercanía, Antonio es una autoridad mundial. Él cree que se lo digo en broma, pero podría pasar el resto de su vida recorriendo el mundo dando conferencias sobre la materia. Bueno, todo eso está muy bien, pero… ¿qué se come y se bebe en “El Elegante”? La cocina de Antonio e Isabel huye de sofisticaciones, tan de moda en estos tiempos. Pinchos y tapas clásicos, del mejor estilo casero. Su tortilla de patatas sólo pudo ser finalista en el último concurso que se organizó en Zaragoza, pero yo lo tengo muy claro: es la mejor de la ciudad con diferencia. Desde que el insigne Toquero las reseñó en las páginas de Heraldo, las venden para llevar con tanto éxito, que la cocina no se apaga en todo el día, tortilla va, tortilla viene. 
Ocho años de singladura dan para mucho. “Lo mejor de todo es que nos lo pasamos muy bien”, confiesa Isabel con una sonrisa que le ilumina el rostro. Porque cada cliente tiene una historia que contar. Trabajadores, jubilados, artistas, políticos de alcurnia, ladrones arrepentidos... Es imposible ir solo una vez. El que acude a “El Elegante”, repite siempre.  

miércoles, 17 de enero de 2018

DALTON (14/01/2018)

Seguro que muchos de ustedes sabrán lo que es el amor a primera vista. A mí me ocurrió una vez, cuando me presentaron a mi mujer. Años después de aquel primer encuentro, le pregunté si ella había sentido lo mismo por mí. Me confesó que cuando alguien le habló de mí, al día siguiente, apenas pudo recordar que yo llevaba gafas y poco más. La cuestión es que me ha vuelto a ocurrir. Se llama Dalton y, antes de que se disparen todas las alarmas, aclararé que es un perro. Me lo crucé en el portal de casa, y no pude evitar fijarme en él. Dalton era bastante grande pero su presencia no era nada amenazante. Al contrario, inspiraba una desconcertante tranquilidad. A riesgo de parecer excéntrico diré que su animalidad emanaba energía positiva y algo más: bondad. No me pregunten cómo ni por qué, pero eso es exactamente lo que sentí. Pregunté por él, de pasada, a su dueño que lo acompañaba, y me confirmó que era un perro extraordinario. 
A los pocos días volví a cruzarme con Cipriano, que así se llama el propietario de Dalton, y le confesé que el encuentro con su perro me había dejado huella. Que había pensado en él. Le pregunté por su raza y me dijo que era un Labrador Retrevier, que lo había comprado a un criador bastante prestigioso de Madrid y que le había dado una educación. Le aclaré rápidamente que yo jamás había tenido un perro y que, en los últimos tiempos, mi relación con el mundo perruno era bastante problemática. De ahí lo sorprendente del flechazo. Desde luego, no podría decir que los perros no me gustan, así, en general, porque sería tan inapropiado como renegar de los seres humanos en su conjunto. En nada se parecen “El Chicle” y el papa Francisco - y eso que son biológicamente idénticos - lo mismo que el perro asesino que arrancó las orejas a un niño recientemente tampoco tiene nada que ver con ese pedazo de pan canino llamado Dalton. 
Cipriano - que, casualmente o no, resulta ser un tipo estupendo que irradia energía positiva cada vez que te lo encuentras por la escalera – comprende los motivos de mi recelo: los excrementos caninos que siembran las aceras y fachadas de nuestras calles por culpa de perros sin educar y de dueños más maleducados e incívicos aún. Personalmente, lo llevo muy mal. Voy a insistir: muy mal. Más allá de la caca o el pis, reconozco que es la falta de respeto de los paseantes de perros lo que más me toca la moral. Si la mierda cayera del cielo, como un fenómeno meteorológico inevitable, la aceptaría con deportividad. Como un chaparrón que te pilla sin paraguas. Pero pensar que la fachada de mi casa, la rueda de mi coche o la acera de mi calle están manchados de esa mierda o ese pis porque al dueño del perro en cuestión le importa un huevo el bien común, el respeto y la civilización en suma, me hace palidecer de rabia. Cipriano palidece también, mientras me relata los encontronazos que ha tenido con dueños de perros insolidarios. Dalton se dejaría matar antes de mear o cagar fuera de sitio, me explica. Se le ha educado para no hacerlo y luego están sus genes, aclara. Me pongo en el lugar de un dueño de perro escrupuloso con el asunto excrementil, y comprendo su malestar: la mala educación de unos afecta a todos, que a menudo son juzgados injustamente. 
Me alegro de que un perro se haya cruzado en mi vida. No sé si nuestra relación llegará lejos, Dios dirá, pero me ha reconciliado con la especie perruna. Y con muchos de sus dolientes propietarios, por qué no. Has sido tú, y nadie más que tú. Gracias, Dalton.   

miércoles, 10 de enero de 2018

150 HOMBRES SABIOS (07/01/2018)

Es el número máximo de relaciones personales que un individuo es capaz de mantener para conseguir alianzas, cooperación y acuerdos de defensa mutua. 150. No, no estoy hablando de Facebook, porque he retrocedido bastante en el tiempo: unos 70.000 años aproximadamente. 
Por aquel entonces, a pesar de su fragilidad – si la comparamos con la fuerza de otros grandes simios – y de su carencia de “armas naturales” dignas de consideración – como pueden ser dientes o garras – el género homo ha logrado prosperar en todas las regiones del planeta. En cada una de ellas ha desarrollado rasgos diferentes, dando origen a especies separadas: el homo erectus en Asia, el homo neanderthalensis en Europa, el homo denisova en Siberia y el homo sapiens en Africa, entre otras muchas que quizá nunca lleguemos a conocer. Todavía se encuentra en un puesto intermedio de la pirámide alimenticia – devora y es devorado – pero en su desproporcionado cerebro guarda el arma secreta que en un futuro le llevará hasta la cima: su inteligencia. Para entonces, solo una de esas especies homo, la llamada sapiens, “sabia”, será capaz de exprimirla al máximo para dominar el mundo y eliminar a todos sus rivales por el camino. Y todo surge de esa cifra mágica: 150. 
Hasta que sobreviene lo que el historiador Yuval Noah Harari en su aclamado libro “Sapiens” denomina “revolución cognitiva”, todos los homínidos vivían en grupos de 150 individuos, separados entre sí, compitiendo entre sí. Nunca sobrepasaban ese número porque la capacidad de un homínido de conocer, intimar y aliarse con otro es limitada; del 151 en adelante, ya no será capaz de discernir si el que tiene a su lado es honrado o un mentiroso, si le será leal o le traicionará. ¿Por qué jugarse la vida por un desconocido? Esa limitación numérica no solo tiene consecuencias sobre las alianzas defensivas o las estrategias de caza; de forma más trascendente aún, limita la acumulación de experiencias, de conocimiento y, en último extremo, el progreso tecnológico. La citada “revolución cognitiva”, que por alguna razón desconocida solo se produce en el cerebro de los sapiens, tendrá como resultado la formación de grandes grupos compuestos de miles de individuos cooperando entre sí y significará el despegue definitivo de la especie. ¿Cómo lo lograron? Según Harari, gracias a la creación de ficciones, realidades más allá de lo físico pero capaces de generar sentimientos de pertenencia y movilizar a millones de individuos: el culto a un dios, la devoción hacia un estado, un soberano o una bandera. Pertrechados con este nuevo y refinadísimo instrumento – las realidades imaginadas – los sapiens ascendieron desde el continente africano en grupos cada vez más numerosos que invadieron el mundo desplazando al resto de especies homínidas y causando su extinción definitiva. 
La historia de la humanidad es así de contradictoria. Sobre el progreso siempre se cierne la sombra del holocausto. Por fortuna, esas ficciones han ido evolucionando con el paso de los siglos y la irracional adoración por un faraón, o por un Führer en fechas mucho más recientes, han dejado paso a creaciones más esperanzadoras como la Organización de las Naciones Unidas o la misma Unión Europea, basadas en la cooperación pacífica entre los pueblos. ¿Dónde situar en este panorama fenómenos tan actuales como el Brexit o el nacionalismo ultramontano? Como ficciones pasadas de moda, ciertamente. Como retrocesos en la evolución de las cosas. Dolorosos. Pero indiscutiblemente humanos.

sábado, 6 de enero de 2018

DOLOR DE PUEBLO (31/12/2017)

La noticia comenzó a circular la misma tarde del suceso. Dos guardias civiles y el dueño de una masía habían sido asesinados a tiros en un pueblo de Teruel. Pensé que el asunto llenaría rápidamente las portadas de los diarios digitales nacionales pero al abrir uno de ellos, para mi sorpresa, no lo encontré. ¿Se trataba de una noticia falsa? Desgraciadamente no. Al descender por la página web de ese prestigioso diario nacional, la información aparecía en quinto o sexto lugar, con una rotulación discreta. La postergación me extrañó, pero en ese momento la atribuí a la premura al elaborar la noticia. 
A las pocas horas se detuvo al asesino y se conoció su identidad. Se trataba de un exmilitar serbio que venía de cometer varios asesinatos en Italia y que vagaba por la zona desde hacía más de diez días tras protagonizar otro tiroteo en el que resultó herida otra persona. Como es lógico por la gravedad del suceso y por la pérdida de vidas humanas – entre ellas dos agentes de la autoridad -  la noticia acabó en la primera página de todos los medios de España. Además, el caso reunía otros elementos que atraían la atención del público: la frialdad del asesino, el inquietante alias de “Igor El Ruso” y las desgraciadas circunstancias de la muerte del joven José Luis Iranzo, vecino de Andorra, y de los guardias civiles Víctor Jesús Caballero y Víctor Romero, que fueron ejecutados por un criminal cuya inesperada crueldad no les dio la menor oportunidad. 
La reacción en las comarcas de Andorra y Alcañiz fue de enorme consternación. Iranzo era un líder que deja un profundo vacío en la comarca y uno de los agentes era natural de Calanda; el otro, gaditano, estaba plenamente integrado en la sociedad alcañizana. Al dolor por la muerte de los jóvenes se unía la incredulidad por todo lo que había pasado. ¿Cómo era posible que un suceso tan infrecuente y que ponía de manifiesto un peligro tan evidente para la población como un tiroteo – el que se produjo diez días antes de los asesinatos - hubiese recibido tan poca atención por parte de las autoridades? El asesino había recorrido la comarca durante diez días, pistola en mano, robando comida en las masías de la zona como una bestia acorralada y sin que la población hubiera sido advertida del peligro. El despliegue de la Guardia Civil para hacer frente a esa amenaza - ocho agentes - demostró ser insuficiente. ¿Cuál hubiera sido la reacción de los poderes públicos si el pistolero hubiera amenazado a una población urbana? La pregunta era lanzada por los amigos de José Luis Iranzo, los primeros en poner voz a ese grito de indignación que compartían muchos habitantes del medio rural. Al escucharles, volvió a mi memoria la tarde de aquel 14 de diciembre y entendí por qué aquella noticia se resistía a aparecer en la portada. 
Vivimos en una sociedad cada vez más capitalina. El urbanita cerril no comprende por qué alguien desearía vivir en un pueblo y cómo es la vida allí, de la misma forma en que no comprende otras culturas lejanas y exóticas. La conexión emocional se rompe y de pronto un tiroteo se convierte en un suceso en un pueblo perdido de nombre pintoresco y del que nadie ha oído hablar. La ciudadanía y los poderes públicos debemos reconectar con lo rural. Porque todo empezó y empieza allí cada día. Lo que respiramos, lo que comemos, lo que somos y lo que fuimos. Porque la más glamurosa de las capitales comenzó siendo una aldea de pastores y campesinos. Nada bueno espera a la sociedad que un día llegue a olvidarlo.

PESCO (24/12/2017)

El equilibrio político mundial es una realidad frágil. 193 estados se reparten el planeta y entre ellos se dan todo tipo de relaciones: de amistad, de cooperación, de hostilidad o de guerra. Los estados vecinos compiten o colaboran entre sí según sus experiencias pasadas o su grado de madurez política: los países más atrasados tienden al conflicto mientras que los más maduros lo hacen hacia la integración y la cooperación. Las superpotencias compiten casi irremediablemente entre sí, pero nunca se enfrentan directamente porque son como colosos en un mundo de Lilliput: si se pusieran a pelear lo romperían todo. Sin embargo, eso no impide que se vigilen constantemente para detectar cualquier debilidad en el adversario. 
A estas alturas no hace falta ser un sagaz analista para saber que la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos ha debilitado la fuerza y la cohesión de la alianza occidental. Ya que estamos con el traje diplomático puesto, diremos que Trump ha demostrado ser un líder imprevisible – dejémoslo ahí – y que esa falta de certidumbre nos alcanza a todos. Las malas noticias son que Vladimir Putin, uno de los mayores antagonistas de nuestro sistema de valores europeo, también se ha dado cuenta y ha empezado a actuar en consecuencia. Es perfectamente lógico: no se puede esperar de un lobo que se comporte como un cordero, dicho sea con la flema de un zoólogo. Casi tengo la certeza de que el presidente ruso nunca rezó las cuatro esquinitas antes de irse a la cama, y que si ingresó en el servicio de espionaje soviético - el temible KGB – nada más terminar la carrera de Derecho no fue para servir a los demás y hacer de este mundo un lugar mejor. Fue para engrandecer a la madre Rusia, lo que sigue siendo su prioridad hoy en día. 
Afortunadamente a los europeos, además de principios, todavía nos queda algo de pragmatismo y realpolitik. En las últimas semanas y a la vista de los acontecimientos, los jefes de estado y de gobierno de la Unión han dado pasos decisivos y sin precedentes hacia una política de defensa común digna de tal nombre. Aquel sueño de una Europa unida que trazaron los padres fundadores hace 50 años, y que en lo que respecta a defensa y seguridad se encontraba paralizado desde hace una década, ha sido reactivado en el momento más oportuno. PESCO, acrónimo de Cooperación Estructurada Permanente, es el nombre que recibe esta nueva iniciativa comunitaria. Federica Mogherini, la Alta Representante para asuntos exteriores y de seguridad, sucesora en el cargo de nuestro Javier Solana, está eufórica. Y no le faltan motivos. Además de este resonante éxito institucional, Europa está actuando en el plano operativo con la creación de centros de prevención y respuesta a los “ataques híbridos” – los que combinan agresiones directas con ciberataques y manipulación informativa para desestabilizar a los países occidentales y extender el malestar entre sus ciudadanos – detrás de los cuales se intuye a menudo la oscura mano de la inteligencia rusa. El último de ellos ha sido inaugurado en Helsinki, muy cerca de la frontera con “el enemigo”, y con la participación de la OTAN, para acabar de convencer a Putin de que no es buena idea buscarnos las cosquillas en ese terreno. 
El nacimiento de PESCO ha tenido una discreta acogida en los medios de comunicación. Podría decirse que el histórico avance ha pasado casi desapercibido. Así somos los europeos. Discretos y, dicen, algo sosos. Pero, por fortuna, sin un pelo de tontos.