miércoles, 30 de agosto de 2017

LA ALMOZARA (27/08/2017)

Les voy a contar un secreto: La Almozara se ha convertido en el mejor barrio de Zaragoza. A quince minutos a pie del Pilar, de la Expo, de la Estación Delicias, de la Plaza de España… andando a paso de legionario quizás, pero es que los de la Almozara somos así, de andar ligero y alegre. Durante décadas, el barrio fue un horizonte de chimeneas que escupían humo sulfuroso a cambio de proporcionar trabajo y jornal a sus sacrificados habitantes. Hoy no queda rastro de aquellos sueños industriales porque entendemos el progreso de otra manera. Han pasado casi 40 años desde que la Industrial Química de  Zaragoza cerró sus puertas dando paso a la transformación radical del barrio, que incluso cambió de nombre, dejando de llamarse “la Química” y recuperando la denominación histórica de raíz árabe “al-musara”, explanada.
Un nombre muy apropiado, porque junto a esa explanada se levantó en el siglo XI el palacio de la Aljafería, residencia de verano del rey musulmán de la taifa de Zaragoza. Un milenio ha transcurrido y el palacio de la Aljafería, orgullo de los zaragozanos, continúa en el mismo lugar después de infinitas guerras y reconstrucciones. Es un pequeño milagro que una parte del palacio musulmán todavía se conserve; el oratorio del rey, orientado hacia La Meca y decorado con delicadísimo trabajo de los artesanos islámicos, fue primero polvorín y luego cocina de la tropa durante los tiempos en que el palacio fue empleado como cuartel. Sobre la fábrica musulmana levantaron los reyes cristianos su propio palacio; primero, Pedro IV El Ceremonioso en el siglo XIV, y luego los Reyes Católicos en el XV. ¿No tienes la sospecha, querido lector, de que el Palacio de la Aljafería es el monumento histórico más infravalorado, por desconocido, de España? Lo pregunto porque, quizás, es el orgullo almozareño el que me lleva a estas grandilocuentes conclusiones. Los mismos aragoneses desconocemos muchísimas cosas de nuestro entrañable castillo-palacio, por lo que no es de extrañar que no hayamos sido los mejores divulgadores de nuestro patrimonio. Hace escasas fechas se hacía eco este periódico de un acontecimiento histórico casi ignorado que tuvo lugar en la Aljafería y que pronto conmemorará su V Centenario: la decisión del emperador Carlos I de enviar a Magallanes a dar la primera vuelta al mundo. Como ha investigado el historiador Sergio Martínez Gil, el jovencísimo emperador, 18 años a la sazón, residió en La Aljafería durante 9 meses entre 1518 y 1519. Pensar que por el bonito parque que hoy embellece La Almozara – sigo “vendiendo” mi barrio sin pudor – paseó un día el emperador Carlos, sus abuelos los Reyes Católicos y múltiples reyes de Aragón y de España, me llena de orgullo. 
En el lado opuesto del barrio fluye el padre Ebro, el río fundacional de esta península, crisol de culturas desde hace milenios. Sus riberas son un lugar privilegiado para la práctica del running, el deporte de moda, pero también para el paseo o para eso que llamaban antaño el “esparcimiento”. A pocos metros del río tiene su sede el C.D. Ebro, club de fútbol que milita en Segunda División B, la inmediatamente inferior a la del Real Zaragoza actual. Como cuentan los orgullosos aficionados del C.D. Ebro sin necesidad de que les pregunten, el mismísimo Zidane iba a visitar el campo del Carmen con el equipo filial del Real Madrid, justo una semana antes de fichar por el primer equipo. Pensándolo bien, tampoco era para tanto. ¿Dónde queda un entrenador de fútbol al lado de un emperador?

sábado, 26 de agosto de 2017

LA INSOPORTABLE BREVEDAD DEL TUIT (20/08/2017)

No soy un entusiasta de Twitter. A pesar de que tengo cuenta abierta en esta red social desde hace años, rara vez la uso. En primer lugar, porque no llevo muy bien esa imposición dictatorial de no rebasar los 140 caracteres; cada vez que me he propuesto escribir un tuit, invariablemente he sobrepasado la cifra maldita y he tenido que sacar la tijera. Suerte que tengo una siempre a mano, porque es herramienta decisiva para un escritor. Estoy convencido de que el buen creador, ya sea artista, inventor o matemático, es aquel capaz de sacrificar partes de su creación en favor del producto final, ya sea este una novela, un algoritmo o una estatua de mármol de Carrara. Y no hablo de torpezas, que esas son fáciles de eliminar; hablo de párrafos ingeniosísimos, de bits de genialidad que deben ser extirpados por el bien de la obra definitiva. Por tanto, conceptualmente, no puedo estar más de acuerdo con la filosofía del tuit – menos es más – pero, al mismo tiempo, puedo ser tan inconsecuente como para endosarles cada domingo 3.500 caracteres con espacios, llueva, truene, haga frío o calor.
Otro poderoso motivo para recelar de los pajaritos de Twitter es que se han convertido en el altavoz favorito de Donald Trump, presidente de los Estados Unidos y uno de los personajes públicos menos edificantes de nuestro tiempo. Por decirlo suavemente. Al parecer, el incontinente magnate metido a político se despierta a menudo en mitad de la noche y se dedica a tuitear lo primero que le viene a la cabeza, casi siempre declaraciones inapropiadas y fuera de tiesto. ¿Qué pensarán los fantasmas de Lincoln, Roosevelt o Kennedy cuando lo vean sentado en el Despacho Oval? Dirán, con razón, que quizá nuestra sociedad haya sido capaz de prodigios tecnológicos impensables, de curar enfermedades que antaño se enseñoreaban del mundo, pero que en cuestiones políticas, a la vista del incalificable personaje que ocupa hoy la magistratura más importante del planeta, nos queda mucho por aprender. Por decirlo suavemente.
Pero ni siquiera la rubicunda humanidad de Ciudadano Trump es el definitivo argumento contra la brevedad del tuit. Existe otro todavía más profundo. A medida que entramos en el siglo XXI, las cosas verdaderamente importantes se empeñan en hacerse más complejas. Todos estamos interconectados y casi nada se puede explicar en términos absolutos, como hacían las ideologías del siglo pasado. Lo que está ocurriendo hoy en Mali, en Siria o en Groenlandia, nos afecta silenciosamente a todos. ¡No necesitamos tuits de 140 caracteres, sino largas lecturas que nos ayuden a comprender esta realidad! Artículos como los de la sección "The long read", del británico The Guardian, que seleccionan un tema de actualidad y lanzan a la red un formidable ladrillo sobre él, eso sí, riguroso y muy bien escrito.
A estas alturas ya me estarán llamando zoquete por no advertir que el tuit es, a menudo, el vehículo que lleva a difundir estos artículos a través de links. Por supuesto que sí. ¡Estoy convencido de que el mundo es un lugar mejor desde que existen las redes sociales! Principalmente porque, como hicieron la radio y la televisión en su momento, nos hacen un poco menos brutos y mucho más conscientes de que no estamos solos en este mundo. Supongo que el peligro de Twitter, o de Facebook, está en la cantidad. Que el medio se convierta en un fin, y que nos pasemos la vida sin salir de párrafos de 140 caracteres. Sería una pena. Donde estén los 3.500 con espacios, que se quite todo lo demás.      

jueves, 17 de agosto de 2017

NOTICIAS DE BARCELONA (13/08/2017)

Me llegan noticias frescas de Barcelona. Frescas y polvorientas como en los tiempos en que recorrían los caminos de España a uña de caballo. Vivimos en la sociedad más sobreinformada de la historia, pero el testimonio directo de un amigo que vive sobre el terreno en la turbulenta Cataluña te aporta una visión más enfocada que la de los canales de información tradicionales. Inma y Ricardo se han dejado caer por Zaragoza y nos citamos en el Café La Palma para celebrar nuestra amistad y ponernos al día. Cuando uno se encuentra con unos amigos catalanes que hace tiempo que no ve, lo último que se le ocurriría soltar, así, a quemarropa, sería algo como: “¿Qué tal el procés?”. Sería como preguntar a un ulceroso crónico por su úlcera o a un cojo por su cojera. Una falta de tacto imperdonable, más aún tratándose de catalanes sensatos que por fuerza tienen que estar exhaustos de aguantar la propaganda separatista un día sí y otro también. 
Empezamos por temas amables, como el reciente concierto de nuestro admirado Sting en los jardines de Pedralbes, y seguimos con otros más ofuscados, como la crisis turística que vive Barcelona. A juzgar por lo que oigo - insisto, por boca de gente sensata – conviene no mezclar las cosas: el radicalismo violento de grupos que atacan hoteles es una conducta injustificable, pero ello no excluye que exista un grave problema de masificación turística en la ciudad. Quizás resulte difícil de creer desde la óptica tradicional del negocio turístico en España, pero, al parecer, la crisis existe. En el fondo, no es tan difícil de entender: si admitimos que Barcelona es una realidad física que no se expande, cabe la posibilidad de que la llegada creciente de turistas a esta pacífica ciudad haga que amanezca el día en que, sencillamente, ya no se quepa. Inma y Ricardo viven a dos manzanas de la Sagrada Familia. Solo con nombrarles a Gaudí ya les cambia el color. Cuando describen los ríos humanos que inundan su calle todos los días del año, hablan como dos veteranos del Vietnam. 
Y cómo no hablar del procés. Aunque sobra la confianza, espero a que ellos saquen el tema y me sorprendo de encontrarles bastante enteros después de tantos años de conflicto. Confirman que el soufflé independentista está empezando a bajar y que la sociedad catalana, unos y otros, van a llegar a la recta final sin fuerzas. ¿Qué va a ocurrir el 1 de octubre? Nadie tiene la menor idea. Se rumorea en la calle que las famosas urnas están compradas y guardadas a buen recaudo. ¿Qué hará el gobierno central cuando salgan a la calle? Otro gran misterio. La pasividad de Mariano Rajoy en el problema catalán viene de lejos y ha sido una de las razones, en mi opinión, de la expansión descontrolada del sentimiento independentista. Pasividad sobre todo en la pedagogía, a la hora de hablar del asunto de forma abierta y sincera. El presidente del gobierno siempre ha transmitido una imagen de debilidad cuando habla de Cataluña – o mejor, cuando no habla de Cataluña - y esa debilidad la ha captado perfectamente el separatista catalán de la nueva hornada, irresponsable y festivo. Ahora bien, el problema no existiría sin la deslealtad de los políticos catalanes independentistas que nos han metido a todos en este lío. La historia les juzgará con dureza. Antes de despedirnos, Inma y Ricardo me invitan a Barcelona a asistir al clímax de este drama, el próximo 1 de octubre. “Así aprovechas y visitas la Sagrada Familia”- me dicen con sorna. Solo de pensarlo ya me tiemblan las piernas.

jueves, 10 de agosto de 2017

LOS ANIMALES NUNCA SE EQUIVOCAN (06/08/2017)

Desde hace un tiempo, el cuarto de estar de mi casa lo preside una lámina en la que se lee: “Los animales son nuestros amigos”. Acompañan a tan bienintencionada leyenda unas figuras de animales sonrientes, esforzadamente coloreadas por mi hijo Manuel, de 3 años. En la guardería a la que acude cada día a labrarse un porvenir piensan que además de cultivar el género abstracto, abstractísimo, conviene facilitarle el trabajo dándole figuras para colorear “sin salirse”, una de las primeras tareas complejas a las que se enfrenta el ser humano y que debe superar con éxito antes de lanzarse a descifrar el genoma o inventar el chupa-chups. Como Manuel todavía no sabe leer, deduzco que el texto que acompaña a los dibujos va dirigido a sus padres, en una suerte de dos por uno educativo que es muy de agradecer. 
El problema es que la paternidad me ha cogido ya bien entrado en los cuarenta, el parteaguas de la vida, esa edad tan peligrosa en la que uno puede caer en las garras del cinismo más absoluto o meterse en el coro de la parroquia, empezar a darle al frasco más de la cuenta o hacerse un obseso del running. Juro que me esfuerzo cada día en ser mejor persona, pero cada vez que leo eso de que “los animales son nuestros amigos” – y ocurre todos los días porque tengo la lámina en la visual de la televisión – la mente se me desmanda y empieza a producir cinismos como si fuera una factoría industrial. ¿Qué pensaría de semejante sentencia nuestro antepasado que corría por su vida perseguido por un tigre de dientes de sable? ¿Y qué piensan hoy los ganaderos de los Monegros cuando sus rebaños son atacados por un lobo solitario y despistado, que no ha olvidado sus instintos depredadores? Mi hijo Manuel merienda un bocadillo de jamón mientras ve en la televisión un episodio de Peppa Pig… ¡Por el amor de Dios, uno no se come a sus amigos! 
Antes de que las encantadoras profesoras de mi hijo me retiren el saludo para siempre – guardería Aitana en La Almozara, Zaragoza; la recomiendo encarecidamente – voy a escribir un poco en serio. Me parece muy bien que a los niños de hoy se les eduque en el respeto a los animales. Nuestra sociedad ha evolucionado en este aspecto a una velocidad asombrosa. Pasatiempos tan arraigados como la caza o tradiciones tan ricas como la tauromaquia están tocados de muerte porque no encajan con la nueva sensibilidad animalista. Y estoy convencido de que vamos en la buena dirección. El problema viene con la mala digestión de las ideas por parte de algunos, cuando por el camino de la virtud se llega al exceso. Cuando se pasa del respeto a los animales a considerarlos como iguales, que es la cosa más absurda que se pueda imaginar. Los animales nunca se equivocan, claro; no votan a Donald Trump ni se cargan el planeta que les alberga mientras miran hacia otro lado. Pero eso es porque no tienen capacidad de elegir. Les garantizo que si los cerdos tuvieran posibilidad y recursos, los que estaríamos entre pan a la hora de la merienda seríamos nosotros y no ellos. 
Respeto mucho el amor por los animales pero si un lobo despistado se adentra en los Monegros y se dedica a matar rebaños, por favor, sáquenlo de ahí lo más rápida y civilizadamente posible. Porque allí donde la convivencia con el ser humano se hace extremadamente difícil por la competencia y el conflicto, es casi un imperativo ecológico que nuestros intereses se impongan. Sin provocar matanzas como antaño, pero marcando el territorio. Lo contrario sería pensar que somos todos muy amigos.

jueves, 3 de agosto de 2017

EL INCENDIO (30/07/2017)

A Javier Marías, para incendiar las redes sociales, le basta con el papel de toda la vida. A estas alturas de siglo continúa escribiendo sus artículos en una vieja máquina Olympia y proclama que nunca se asoma a un ordenador. Privilegios de ser un escritor reconocido y ocupar el sillón R de la Real Academia Española. Qué oportuno designio. Marías es Rasposo, iRacundo y muy buen aRticulista también, que lo cortés no quita lo valiente y valiente hay que ser para ponerse frente a una de las plumas más afiladas del país. Enemigo jurado de lo políticamente correcto, sus artículos son, más que esa desgastada “brisa de aire fresco”, una racha de viento capaz de convertir la pacífica terraza de verano de una mañana de domingo en un escenario de batalla donde vuelan los cafés y las sillas de los veladores. Una actitud muy saludable, pero no exenta de riesgos. Como el de cometer una injusticia. 
El 27 de junio, el incendio provocado por su artículo fue más grande de lo habitual, solo superado por un incendio real, el de Doñana. “Más daño que beneficio”, aparecido en El País Semanal, desató una ola de indignación que recorrió las redes sociales durante días. El artículo criticaba los excesos del feminismo en la valoración de las escritoras: si cualquier autora por el hecho de ser mujer era elevada a los altares – aducía - se estaba haciendo un flaco favor a la causa de la literatura en femenino. Javier Marías citaba a 23 escritoras foráneas dignas de su admiración y a 6 españolas, advirtiendo que había muchas más. Escritoras sobrevaloradas citaba a una sola, a Gloria Fuertes, con estas palabras: “Con ocasión de su centenario, sufrimos una campaña orquestada según la cual Gloria Fuertes era una grandísima poeta a la que debemos tomar muy en serio. (…) francamente, me resulta imposible suscribir tal mandato.” Desde el principio, el ataque a la poetisa me pareció una bajeza. Por la rapidez de la ejecución y la profundidad de la estocada, una de esas bajezas propinadas con estilete tan afilado que parece que no ha entrado en la carne hasta que la primera gota de sangre se asoma a la herida. Feo, muy feo. Luego vinieron las reacciones en las redes sociales y en casi toda la prensa. Muy pocos defendieron a Javier Marías, que pareció resentirse del rechazo general. Tres semanas después, sin volver a citar a la poetisa pero con su nombre flotando en el ambiente, se reivindicaba como alguien capaz de enfrentarse al todopoderoso Cela. La semana pasada regresaba al incidente, una vez más, justificándose de forma confusa, impropia de él. 
Te equivocaste, Javier Marías. No en el gusto literario, que eso es inatacable, sino en la dudosa oportunidad y en la forma de expresarlo. Emitir un juicio tan demoledor hacia una colega de profesión que fue contemporánea tuya, ya desaparecida pero todavía con muchos amigos y seguidores que la amaron y admiraron, empleando expresiones tan despectivas como “tomar a alguien en serio” referidas a una vida compleja, larga y entregada a tu mismo oficio, es una canallada. Tan grande, que es lícito pensar que pretendías ajustar una cuenta pendiente. Si no fue el caso, tuviste mejores opciones. La primera, callarte, que es lo que te habría aconsejado un buen amigo. La segunda, expresar tu opinión - Gloria Fuertes es una escritora sobrevalorada - pero evitando el menosprecio e incluyendo en el juicio algún elemento positivo. Con tu talento, te habrían bastado un puñado de caracteres. Si lo hubieras hecho, quizás te admiraría un poco más.

ARTE NATURAL (23/07/2017)

El género humano no se pone de acuerdo en casi nada. Las culturas, las religiones y las ideologías se llevan tirando los trastos a la cabeza desde que el mundo es mundo sin que nadie haya logrado imponer a sus semejantes una sola idea o concepto que haya sido aceptado unánimemente. El cristianismo, el islam o el budismo tienen millones de seguidores en todo el planeta, pero más allá de la aconsejable concordia entre religiones, unas y otras se excluyen mutuamente: no se puede ser cristiano o mahometano al mismo tiempo; ni siquiera budista a tiempo parcial. El amor, si hablamos de filosofía de vida, podría parecer una verdad moral universal. Pero la historia demuestra que cada época engendra grupos humanos bastante numerosos que abrazan ideologías destructivas donde la fuerza derrota al amor y la armonía se reserva solo para los de la tribu, administrando a los extraños generosas raciones de palos y exterminio. 
El arte, la belleza, ¿podría ser aquello que nos una a todos los seres humanos sin excepción? Las obras maestras de los artistas suelen concitar la admiración general. Piénsese en el busto de Nefertiti, en el doncel de Sigüenza, en el Taj Mahal o en la Mezquita Azul. Por desgracia, en el mismo momento en que hago este razonamiento me vienen a la mente las imágenes de los budas de Bamiyán destruidos por los talibanes en Afganistán, o las ruinas de Palmira dinamitadas por los fanáticos islamistas del Daesh. Y se me cae por tierra el argumento. 
Por Dios, por Buda, por Alá... ¿tan difícil es encontrar algo en que todos los humanos podamos ponernos de acuerdo? ¡No tanto! Lo descubrí la semana pasada y no necesité cruzar un océano, atravesar un desierto o aprender una lengua extraña. En realidad, solo necesité viajar a Saravillo, provincia de Huesca, y ascender con mi bicicleta la pista que lleva hasta la orilla del ibón de Plan y contemplar uno de los paisajes naturales más bellos del Pirineo aragonés y, por qué no, de España y del mundo. Sentado en uno de los troncos que adornan románticamente la orilla del lago sentí tal comunión con la naturaleza que llegué a la certeza de que si tuviera junto a mí al más fanático de los barbudos del ISIS, a este no le quedaría más remedio que admitir que aquel paisaje era hermoso. ¡Eureka! Si después le digo que ese lago glaciar es conocido por una leyenda que dice que una bellísima mora aparece bailando sobre sus aguas cada noche de San Juan, enroscada por serpientes y llena de joyas - y que da origen a su otro nombre, la Basa de la Mora - entonces no lo baja de allí ni la guardia civil. 
Por fin algo que nos une a todos. La naturaleza en estado puro, el arte natural. Otra estupenda razón para tomar conciencia de la necesidad de cuidar el medio ambiente y aprovechar sus recursos de modo sostenible. A largo plazo, si destruimos el planeta acabaremos con las esperanzas de supervivencia de la especie; en el corto, atacar la naturaleza es atacar la convivencia entre todos los seres humanos. Invitaría al presidente Donald Trump a acercarse hasta el ibón de Plan para ver si allí arriba, en el aire fino de las montañas, puede llegar a comprenderlo. La limusina presidencial la puede dejar en el aparcamiento de Plan; ya hablaremos con el alcalde para guardarle un buen sitio. Subir a pie hasta los 1.910 metros de altitud ayudará a aclararle las ideas. Si prefiere la bicicleta, desde Saravillo, por la pista. Ya verá, Mr. Trump, qué belleza y armonía inigualables. Yo allí vi la luz. ¿Por qué no le puede pasar a usted?