viernes, 30 de noviembre de 2012

ISABEL Y FERNANDO (30/11/2012)

En un país desmemoriado como el nuestro, y con pocas razones para sentirse orgulloso de su historia en el último siglo, mirar atrás ha estado muy mal visto. Si nos remontamos aún más en el tiempo, el asunto se pone peor: como el dictador Franco proclamó a su triste Movimiento nacional heredero de la España imperial, con la llegada de la democracia, cualquier reflexión en positivo sobre algunos de los períodos más apasionantes de nuestra historia se convirtió en herejía. Hasta hoy. Con la serie “Isabel”, la televisión pública española se ha atrevido a contar, con gran éxito de audiencia, la historia de los Reyes Católicos, con el yugo y las flechas y su tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando. Hace solo unos años hubiera sido impensable. Alguien dirá, y no sin razón, que a los creadores de “Isabel” se les ha ido un poco la mano en la idealización de su protagonista y que la verdadera reina de Castilla – de quien se dice que le gustaba menos el agua que a un gato viejo - no era tan guapa como la angelical Michelle Jenner. También, que la serie no se ha librado del repelente tufillo de lo políticamente correcto: en un absurdo afán por modernizar al personaje, la Isabel televisiva muestra en ocasiones un discurso insólitamente feminista y “de género”. Defectos perdonables. Acostumbrados en los últimos tiempos a los ninjas voladores trasplantados al siglo de oro y a las historias medievales imposibles, el rigor histórico de la serie es encomiable. Como aragonés, sin embargo, me queda un motivo de insatisfacción. La trama central de la serie es la unión amorosa y política de dos personas, de dos reinos. ¿No hubiera sido más lógico – y justo – titular la serie “Isabel y Fernando”? Qué pesadicos se ponen algunos madrileños cuando les da por el centralismo. Porque no se trata de Castilla. Se trata de España.

viernes, 23 de noviembre de 2012

DESAHUCIADOS (23/11/2012)

Ultimamente, cada vez que alguien me pregunta qué tal me va, le explico que me siento como en un mar embravecido, agarrado a un flotador y tratando de que la siguiente ola no me arrastre hacia el fondo. Como la persona que me escucha suele quedarse sin saber qué decir, me apresuro a tranquilizarle: “Pero sigo pataleando y moviendo los brazos, no te preocupes”. El gobierno, a quien hace tiempo que se le acabaron los flotadores, nos dice que la tormenta no durará siempre. La consigna es resistir. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, algunos han empezado a rebelarse. Para espanto de la sociedad española, unos cuantos desesperados han dejado de patalear y se han dejado ir hasta el fondo, poniendo al descubierto la verdadera dimensión de una tragedia cotidiana: la de los desahucios. La noticia del suicidio de varias personas que iban a ser expulsadas de sus casas, ha tenido un efecto casi instantáneo; como si despertáramos de un atontamiento colectivo, de pronto hemos caído en la cuenta de la extraordinaria injusticia del régimen hipotecario español, que favorece de forma escandalosa al banquero mientras se ensaña cruelmente con el hipotecado. Muchos habrán sentido vergüenza, si todavía les quedaba. Entre ellos, los políticos que en el pasado se negaron repetidamente a aprobar medidas que hicieran frente al problema. O la mayoría de los banqueros, por ejercer un oficio favorecido por reglas amañadas que les hacen ganar siempre. En medio de la feroz crisis que nos azota -ese oscuro mar de aguas revueltas- algunos viajan en yate, otros en frágiles barquichuelas, mientras un buen puñado de compatriotas sienten las aguas heladas en sus carnes, agarrados a lo que sea para no hundirse. Luchan. Lo aguantan casi todo. Pero algunos no pueden soportar la injusticia.

viernes, 16 de noviembre de 2012

¡VIVAN LOS PRÍNCIPES! (16/11/2012)

“La monarquía constitucional todavía tiene un papel primordial para la democracia española”. Ha tenido que ser un inglés republicano el que nos lo recuerde. Un inglés medio adoptado, eso sí, porque el hispanista Paul Preston conoce mejor nuestra historia que la gran mayoría de los que habitamos este país complejo, apasionante, y a veces desesperante, llamado España. La diferencia con otras declaraciones de apoyo a la monarquía, a menudo retóricas y vacías de contenido, es que su razonamiento es brillante y enriquecedor. Dice Preston que para un país tan dividido y crispado como el nuestro, una jefatura de Estado neutral como la monárquica, es una ventaja que deberíamos apreciar. ¿Qué personaje de prestigio, moderador, simbólico, unificador, podría ocupar la presidencia de una hipotética república?, se pregunta el hispanista. ¿Felipe González? ¿José María Aznar? Qué razón tiene el inglés y qué bien nos conoce. En el país más frentista del mundo, donde hasta los bedeles y taquígrafos del Congreso seguro que son propuestos por su adscripción conservadora o progresista, una república presidida por alguien así acabaría pronto como el rosario de la aurora. Paul Preston le echa valor en los tiempos que corren. La Casa Real, como tantas otras instituciones en este país, no pasa por su mejor momento. “Sé que diciendo esto voy a disgustar a mucha gente – se disculpa el hispanista pensando en sus amistades republicanas – pero la monarquía todavía es muy importante en España”. En lo que a mí respecta, le tranquilizaría completamente: no me disgustan sus palabras y creo que no estoy solo. Sin ir más lejos, la semana pasada, los alcañizanos y los caspolinos dispensaron a los Príncipes de Asturias un recibimiento caluroso. Me uno a él, aunque sea con retraso. ¡Viva España! ¡Vivan los Príncipes!

viernes, 9 de noviembre de 2012

MANTENGA LA CALMA (09/11/2012)

Hace algunos años, en una librería de segunda mano del norte de Inglaterra, alguien encontró un viejo póster cuidadosamente plegado entre las páginas de un libro. Sobre un fondo rojo y bajo el símbolo de la corona real, se leía en grandes caracteres: “Keep calm and carry on”, mantenga la calma y siga adelante. El cartel pertenecía a una serie de tres modelos, impresa por el ministerio de información británico en 1939 para infundir coraje a la población ante la inminente amenaza de la guerra. Los dos primeros, que animaban a defender la libertad con “valentía, alegría y determinación”, empapelaron las calles del Reino Unido; del tercero, el que predicaba mantener la calma en aquellas sombrías horas, no llegaron a imprimirse más que un puñado de ejemplares porque estaba pensado para una circunstancia que felizmente no se produjo: la invasión de las islas por los alemanes. Encantados con su hallazgo, los dueños de la librería colgaron el póster en una de las paredes de su local sin sospechar que el asunto iba a convertirse en un fenómeno mundial. Primero fueron sus clientes, que cada día se ofrecían a comprárselo. Luego el asunto saltó a la prensa y el cartel se convirtió en un icono que decoró camisetas, tazas de café y toda clase de merchandising. Inesperadamente, setenta años después de haber sido concebido, aquel “Keep calm and carry on” hacía sonar una tecla emocional que conectaba con el individuo del siglo XXI, angustiado por las zozobras de la crisis económica. En España no estamos en guerra y los alemanes no quieren invadirnos, al menos de momento, pero el lema parece de lo más oportuno e inspirador. Intento aplicármelo. Me gusta pensar que mientras caen las bombas de la incertidumbre, soy capaz de atusarme el bigote y beber una taza de té. Que puedo mantener la calma y seguir adelante.

viernes, 2 de noviembre de 2012

UN RESPETO A LOS MUERTOS (02/11/2012)

Santificarás las fiestas, dice uno de los mandamientos de la ley de Dios. Moisés, las tablas, el becerro de oro... ¿alguien se acuerda? De un tiempo a esta parte, los mandamases de las grandes superficies han decidido que la tradición cristiana vigente en estas tierras durante milenios debía ser cambiada en aras de la libertad de horarios, de los sacrosantos derechos del consumidor... y de la maximización de sus beneficios: los domingos y fiestas de guardar han dejado de ser días de descanso para los trabajadores del sector del comercio. El asunto empezó como algo excepcional, algún domingo suelto en que los grandes almacenes abrían por navidad, por el día de la madre o alguna otra excusa igual de inocente. El público reaccionó complacido. Lógicamente. Puestos a elegir, uno preferiría tener las tiendas abiertas día y noche para comprar cuando le viniera en gana... siempre que eso no afectara a su vida familiar y a la felicidad de los suyos, por supuesto. ¡Que contraten a más gente para cubrir esos días de fiesta!, dicen los partidarios de la libertad de horarios. El problema es que el pequeño comercio no puede hacerlo, y al grande no le da la gana de hacerlo. Como resultado, el dependiente no solo trabaja de lunes a sábado – un horario ya de por sí bastante esclavo – sino que debe hacerlo también muchos días de fiesta, cada vez más, llegando a contabilizar 13 jornadas seguidas sin descanso. Me pregunto quién defiende a estos trabajadores mientras Toxo y Méndez se dedican a la gran política. Me pregunto si los directivos de las grandes superficies bautizan a sus hijos o si se han pasado al confucionismo, por aquello de adoptar todas las costumbres chinas. Me pregunto quién pone las flores en las tumbas de los que tienen que trabajar también el día de todos los santos. Un respeto a los muertos, por Dios.