En un país desmemoriado como el nuestro, y con pocas
razones para sentirse orgulloso de su historia en el último siglo, mirar atrás
ha estado muy mal visto. Si nos remontamos aún más en el tiempo, el asunto se
pone peor: como el dictador Franco proclamó a su triste Movimiento nacional
heredero de la España
imperial, con la llegada de la democracia, cualquier reflexión en positivo
sobre algunos de los períodos más apasionantes de nuestra historia se convirtió
en herejía. Hasta hoy. Con la serie “Isabel”, la televisión pública española se
ha atrevido a contar, con gran éxito de audiencia, la historia de los Reyes
Católicos, con el yugo y las flechas y su tanto monta, monta tanto, Isabel como
Fernando. Hace solo unos años hubiera sido impensable. Alguien dirá, y no sin
razón, que a los creadores de “Isabel” se les ha ido un poco la mano en la
idealización de su protagonista y que la verdadera reina de Castilla – de quien
se dice que le gustaba menos el agua que a un gato viejo - no era tan guapa
como la angelical Michelle Jenner. También, que la serie no se ha librado del
repelente tufillo de lo políticamente correcto: en un absurdo afán por
modernizar al personaje, la
Isabel televisiva muestra en ocasiones un discurso
insólitamente feminista y “de género”. Defectos perdonables. Acostumbrados en
los últimos tiempos a los ninjas voladores trasplantados al siglo de oro y a
las historias medievales imposibles, el rigor histórico de la serie es
encomiable. Como aragonés, sin embargo, me queda un motivo de insatisfacción.
La trama central de la serie es la unión amorosa y política de dos personas, de
dos reinos. ¿No hubiera sido más lógico – y justo – titular la serie “Isabel y
Fernando”? Qué pesadicos se ponen algunos madrileños cuando les da por el
centralismo. Porque no se trata de Castilla. Se trata de España.
viernes, 30 de noviembre de 2012
viernes, 23 de noviembre de 2012
DESAHUCIADOS (23/11/2012)
Ultimamente, cada vez que alguien me pregunta qué tal me
va, le explico que me siento como en un mar embravecido, agarrado a un flotador
y tratando de que la siguiente ola no me arrastre hacia el fondo. Como la
persona que me escucha suele quedarse sin saber qué decir, me apresuro a
tranquilizarle: “Pero sigo pataleando y moviendo los brazos, no te preocupes”.
El gobierno, a quien hace tiempo que se le acabaron los flotadores, nos dice
que la tormenta no durará siempre. La consigna es resistir. Sin embargo, de un
tiempo a esta parte, algunos han empezado a rebelarse. Para espanto de la
sociedad española, unos cuantos desesperados han dejado de patalear y se han
dejado ir hasta el fondo, poniendo al descubierto la verdadera dimensión de una
tragedia cotidiana: la de los desahucios. La noticia del suicidio de varias
personas que iban a ser expulsadas de sus casas, ha tenido un efecto casi
instantáneo; como si despertáramos de un atontamiento colectivo, de pronto
hemos caído en la cuenta de la extraordinaria injusticia del régimen
hipotecario español, que favorece de forma escandalosa al banquero mientras se
ensaña cruelmente con el hipotecado. Muchos habrán sentido vergüenza, si
todavía les quedaba. Entre ellos, los políticos que en el pasado se negaron
repetidamente a aprobar medidas que hicieran frente al problema. O la mayoría
de los banqueros, por ejercer un oficio favorecido por reglas amañadas que les
hacen ganar siempre. En medio de la feroz crisis que nos azota -ese oscuro mar
de aguas revueltas- algunos viajan en yate, otros en frágiles barquichuelas,
mientras un buen puñado de compatriotas sienten las aguas heladas en sus
carnes, agarrados a lo que sea para no hundirse. Luchan. Lo aguantan casi todo.
Pero algunos no pueden soportar la injusticia.
viernes, 16 de noviembre de 2012
¡VIVAN LOS PRÍNCIPES! (16/11/2012)
“La monarquía constitucional todavía tiene un papel
primordial para la democracia española”. Ha tenido que ser un inglés
republicano el que nos lo recuerde. Un inglés medio adoptado, eso sí, porque el
hispanista Paul Preston conoce mejor nuestra historia que la gran mayoría de
los que habitamos este país complejo, apasionante, y a veces desesperante,
llamado España. La diferencia con otras declaraciones de apoyo a la monarquía,
a menudo retóricas y vacías de contenido, es que su razonamiento es brillante y
enriquecedor. Dice Preston que para un país tan dividido y crispado como el
nuestro, una jefatura de Estado neutral como la monárquica, es una ventaja que
deberíamos apreciar. ¿Qué personaje de prestigio, moderador, simbólico,
unificador, podría ocupar la presidencia de una hipotética república?, se
pregunta el hispanista. ¿Felipe González? ¿José María Aznar? Qué razón tiene el
inglés y qué bien nos conoce. En el país más frentista del mundo, donde hasta
los bedeles y taquígrafos del Congreso seguro que son propuestos por su
adscripción conservadora o progresista, una república presidida por alguien así
acabaría pronto como el rosario de la aurora. Paul Preston le echa valor en los
tiempos que corren. La Casa
Real, como tantas otras instituciones en este país, no pasa
por su mejor momento. “Sé que diciendo esto voy a disgustar a mucha gente – se
disculpa el hispanista pensando en sus amistades republicanas – pero la
monarquía todavía es muy importante en España”. En lo que a mí respecta, le
tranquilizaría completamente: no me disgustan sus palabras y creo que no estoy
solo. Sin ir más lejos, la semana pasada, los alcañizanos y los caspolinos
dispensaron a los Príncipes de Asturias un recibimiento caluroso. Me uno a él,
aunque sea con retraso. ¡Viva España! ¡Vivan los Príncipes!
viernes, 9 de noviembre de 2012
MANTENGA LA CALMA (09/11/2012)
Hace algunos años, en una librería de segunda mano del
norte de Inglaterra, alguien encontró un viejo póster cuidadosamente plegado
entre las páginas de un libro. Sobre un fondo rojo y bajo el símbolo de la
corona real, se leía en grandes caracteres: “Keep calm and carry on”, mantenga
la calma y siga adelante. El cartel pertenecía a una serie de tres modelos,
impresa por el ministerio de información británico en 1939 para infundir coraje
a la población ante la inminente amenaza de la guerra. Los dos primeros, que
animaban a defender la libertad con “valentía, alegría y determinación”,
empapelaron las calles del Reino Unido; del tercero, el que predicaba mantener
la calma en aquellas sombrías horas, no llegaron a imprimirse más que un puñado
de ejemplares porque estaba pensado para una circunstancia que felizmente no se
produjo: la invasión de las islas por los alemanes. Encantados con su hallazgo,
los dueños de la librería colgaron el póster en una de las paredes de su local
sin sospechar que el asunto iba a convertirse en un fenómeno mundial. Primero
fueron sus clientes, que cada día se ofrecían a comprárselo. Luego el asunto
saltó a la prensa y el cartel se convirtió en un icono que decoró camisetas,
tazas de café y toda clase de merchandising. Inesperadamente, setenta años
después de haber sido concebido, aquel “Keep calm and carry on” hacía sonar una
tecla emocional que conectaba con el individuo del siglo XXI, angustiado por
las zozobras de la crisis económica. En España no estamos en guerra y los
alemanes no quieren invadirnos, al menos de momento, pero el lema parece de lo
más oportuno e inspirador. Intento aplicármelo. Me gusta pensar que mientras
caen las bombas de la incertidumbre, soy capaz de atusarme el bigote y beber
una taza de té. Que puedo mantener la calma y seguir adelante.
viernes, 2 de noviembre de 2012
UN RESPETO A LOS MUERTOS (02/11/2012)
Santificarás las fiestas, dice uno de los mandamientos de
la ley de Dios. Moisés, las tablas, el becerro de oro... ¿alguien se acuerda?
De un tiempo a esta parte, los mandamases de las grandes superficies han
decidido que la tradición cristiana vigente en estas tierras durante milenios
debía ser cambiada en aras de la libertad de horarios, de los sacrosantos
derechos del consumidor... y de la maximización de sus beneficios: los domingos
y fiestas de guardar han dejado de ser días de descanso para los trabajadores
del sector del comercio. El asunto empezó como algo excepcional, algún domingo
suelto en que los grandes almacenes abrían por navidad, por el día de la madre
o alguna otra excusa igual de inocente. El público reaccionó complacido.
Lógicamente. Puestos a elegir, uno preferiría tener las tiendas abiertas día y
noche para comprar cuando le viniera en gana... siempre que eso no afectara a
su vida familiar y a la felicidad de los suyos, por supuesto. ¡Que contraten a
más gente para cubrir esos días de fiesta!, dicen los partidarios de la
libertad de horarios. El problema es que el pequeño comercio no puede hacerlo,
y al grande no le da la gana de hacerlo. Como resultado, el dependiente no solo
trabaja de lunes a sábado – un horario ya de por sí bastante esclavo – sino que
debe hacerlo también muchos días de fiesta, cada vez más, llegando a
contabilizar 13 jornadas seguidas sin descanso. Me pregunto quién defiende a
estos trabajadores mientras Toxo y Méndez se dedican a la gran política. Me
pregunto si los directivos de las grandes superficies bautizan a sus hijos o si
se han pasado al confucionismo, por aquello de adoptar todas las costumbres
chinas. Me pregunto quién pone las flores en las tumbas de los que tienen que
trabajar también el día de todos los santos. Un respeto a los muertos, por
Dios.
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