lunes, 28 de septiembre de 2015

ME SIENTO CATALÁN (25/09/2015)

Quizá estemos ante el proceso de liberación nacional más peculiar de la historia, en el que los sojuzgados quieren seguir formando parte del pueblo opresor. Los dirigentes del secesionismo catalán suspiran por la libertad, pero con el DNI español en el bolsillo. En otras palabras, que quieren seguir jugando en la liga española, vendiendo sus productos sin aranceles y recibiendo financiación a costa de las garantías españolas, pero sin renunciar a la construcción nacional, es decir, a la estelada, al himno y a las ficciones históricas. No, señores, así no funcionan las cosas. En las sociedades civilizadas, los cambios políticos no se hacen saltándose las leyes a la torera y amenazando con poner a siete millones de personas en el limbo jurídico internacional. Eso no es democracia, es revolución. En este delirante y chapucero proceso independentista se puede llegar a la insólita circunstancia de que sus promotores se lancen a crear “estructuras de estado” sin ni siquiera contar con el apoyo de la mayoría de los votos emitidos. Dicen que les basta la mayoría absoluta de los escaños, con toda la ingeniería electoral de por medio. Y al que no quiera votar en unas elecciones al parlamento autonómico, y estaría en su perfecto derecho de no hacerlo, se le endosa el carácter plebiscitario, le guste o no, simplemente porque lo han decidido ellos, un puñado de individuos entre los que se encuentran los peores gestores políticos de la historia de la democracia española. O quizá mundial. Cuanto más avanza este asunto, más me convenzo de que Cataluña es la región más española de la península ibérica: irreflexiva, pasional, alérgica al aburrimiento, poblada de individuos que se acuestan monárquicos y se levantan republicanos… Hoy me siento más catalán que nunca. No en vano, mi abuelo era catalán. Conducía tranvías. Se llamaba Agustín España.     

viernes, 18 de septiembre de 2015

SELFIES (18/09/2015)

Para empezar, la palabra es una sonora derrota, una más, de las lenguas no anglosajonas frente al todopoderoso inglés. Una autofoto es una gilipollez; un selfie es algo cool, porque lo hacen las celebrities en la entrega de los Oscars y en el entierro de Mandela (vayan sumando los anglicismos porque me veo muy fuerte: hoy cae algún récord). Pero más allá del término que se utilice, el selfie está de moda y, como todo lo que se hace muy popular rápidamente, ha debido de tocar alguna tecla interna en la compleja psicología social de los humanos que lo justifica. Veamos, en primer lugar, mostrarnos a los demás se ha convertido en una obligación casi ineludible. ¿Pueden imaginar a alguien que se vaya de vacaciones a la India y que vuelva sin haber colgado una foto del Taj Mahal en las redes sociales? Pero no una foto del monumento, que esas ya están en wikipedia; ¡una foto del susodicho en el Taj Mahal! Es absolutamente impensable. ¿Por qué? Porque equivaldría prácticamente a no haber ido. Por tanto, hay un componente muy social en el fenómeno selfie, lo que parece algo positivo. Pero vayamos a la parte turbia, que también la tiene. Imaginen a alguien que viajara en el tiempo desde el pasado, desde aquellos días lejanos en los que cuando querías una foto no apuntabas la cámara a tu propia cara sino que pedías amablemente a un viandante que te la hiciera. ¿Qué pensaría? Lógicamente, que la sociedad actual está gravemente enferma. ¿Y qué pensaría cuando viera a alguien sacar un palo metálico telescópico, colocar la cámara en el extremo y hacerse una foto? Que la sociedad necesita una gran camisa de fuerza con costuras reforzadas. Con algo más de perspectiva, los que hemos visto nacer la moda selfie nos ponemos menos dramáticos: no es el fin del mundo. A lo mejor porque ya estamos locos sin remedio.

EL MISTERIO DE LA MANZANA MORDISQUEADA (11/09/2015)

Ya adelanto que esta columna no va de física, ni de la fruta que inspiró a Isaac Newton la ley de la gravedad. La manzana que hoy me ocupa solo se escribe en inglés – Apple – y representa a una de las compañías más rentables del mundo. Su fundador, el excéntrico Steve Jobs, fue un empresario genial cuyas ideas todavía impregnan hasta el último producto del catálogo Apple: teléfonos inteligentes, tabletas electrónicas, ordenadores y, últimamente, hasta relojes. En realidad, la compañía de la manzana mordisqueada no sólo alberga un misterio; está repleta de ellos. Para empezar, ¿cómo han conseguido que todos sus clientes se conviertan en los mejores embajadores de la marca? ¿Quién no tiene un amigo que aprovecha nuestro menor descuido para recitar las innumerables ventajas de tener el dichoso Mac? Ya le puedes decir las veces que quieras que tienes un PC, sencillamente, porque cuesta tres veces menos: le da absolutamente igual. ¿Dónde está el truco? ¿Hipnosis a escala planetaria? Pero es que las habilidades hipnotizadoras de los herederos de Jobs no solo afectan a nerds, frikis y demás fauna capaz de plantarse en una tienda Apple a las dos de la mañana para comprarse un reloj de 600 euros, no. ¡Afectan también a sectores económicos enteros! Tomen el caso de la industria de la comunicación, por ejemplo. Cada lanzamiento de un nuevo producto Apple consigue una repercusión mediática tan brutal, que si tuviera que contabilizarse como gasto publicitario no habría suficientes dólares en el mundo para pagarlo. ¡Y les sale gratis! Al menos en teoría... Espero no ser el único tonto que les hace publicidad sin ver un duro. O algún regalico, al menos. Un reloj no estaría mal. O un iPhone 6. No le haría ascos a un iPad. O a un macbook pro. Lo confieso: es que molan un montón.            

GUIRIS (04/09/2015)

Vuelvo a la playa después de muchos años y descubro que todos los carteles están en ruso. Como imagino que a los esforzados hosteleros de la Costa Dorada no les sobra el tiempo para hacer tontadas con el asunto lingüístico - eso se lo dejan a los mandamases de la Generalitat - deduzco que esto se ha llenado de rusos en mi ausencia. Rodeado de guiris me convierto en uno más, y los camareros, que a estas alturas ya tienen el aire cansado de los que añoran que venga el otoño y se nos lleve a todos de una ventolera, me confunden con un próspero industrial moscovita, o con el dentista de moda en el barrio más pijo de San Petersburgo, que las chancletas son más eficaces para igualar a las personas que todas las políticas sociales juntas. En esos momentos saco mi acento almozareño más puro, y les demuestro que soy un compatriota y que no procede que me metan una estocada hasta la bola por el Kas, la cerveza y las chips algo pasadas que nos han servido. Que no soy dentista, aunque a mi madre le habría encantado. En realidad, ser español y vacacionar en septiembre es señal de que no cortas el bacalao, de que nadie cuenta contigo para resolver las cuestiones pendientes "del nuevo curso", como ahora se dice; que el mundo puede funcionar sin ti de maravilla. Pues muy bien, no hay problema, he pillado la indirecta. Durante esta semana, voy a ser guiri. Hablaré a los camareros en inglés -con acento ruso- y cuando vea a Rajoy, a Sánchez o a Artur Mas por televisión me preguntaré quiénes son esos españoles tan raciales y simpáticos. Mientras cambio de canal a toda velocidad. Chico, qué relax. Por cierto, ¿qué tal le habrán quedado los braquets a la señora Stoseskya? Bueno, olvídate de eso ahora, ¿quieres? Estás de vacaciones y eres guiri. Disfruta mientras puedas.