Quizá estemos
ante el proceso de liberación nacional más peculiar de la historia, en el que
los sojuzgados quieren seguir formando parte del pueblo opresor. Los dirigentes
del secesionismo catalán suspiran por la libertad, pero con el DNI español en
el bolsillo. En otras palabras, que quieren seguir jugando en la liga española,
vendiendo sus productos sin aranceles y recibiendo financiación a costa de las
garantías españolas, pero sin renunciar a la construcción nacional, es decir, a
la estelada, al himno y a las ficciones históricas. No, señores, así no
funcionan las cosas. En las sociedades civilizadas, los cambios políticos no se
hacen saltándose las leyes a la torera y amenazando con poner a siete millones
de personas en el limbo jurídico internacional. Eso no es democracia, es
revolución. En este delirante y chapucero proceso independentista se puede
llegar a la insólita circunstancia de que sus promotores se lancen a crear
“estructuras de estado” sin ni siquiera contar con el apoyo de la mayoría de
los votos emitidos. Dicen que les basta la mayoría absoluta de los escaños, con
toda la ingeniería electoral de por medio. Y al que no quiera votar en unas elecciones
al parlamento autonómico, y estaría en su perfecto derecho de no hacerlo, se le
endosa el carácter plebiscitario, le guste o no, simplemente porque lo han
decidido ellos, un puñado de individuos entre los que se encuentran los peores
gestores políticos de la historia de la democracia española. O quizá mundial.
Cuanto más avanza este asunto, más me convenzo de que Cataluña es la región más
española de la península ibérica: irreflexiva, pasional, alérgica al
aburrimiento, poblada de individuos que se acuestan monárquicos y se levantan republicanos…
Hoy me siento más catalán que nunca. No en vano, mi abuelo era catalán.
Conducía tranvías. Se llamaba Agustín España.
lunes, 28 de septiembre de 2015
viernes, 18 de septiembre de 2015
SELFIES (18/09/2015)
Para empezar, la
palabra es una sonora derrota, una más, de las lenguas no anglosajonas frente
al todopoderoso inglés. Una autofoto es una gilipollez; un selfie es algo cool,
porque lo hacen las celebrities en la entrega de los Oscars y en el entierro de
Mandela (vayan sumando los anglicismos porque me veo muy fuerte: hoy cae algún
récord). Pero más allá del término que se utilice, el selfie está de moda y,
como todo lo que se hace muy popular rápidamente, ha debido de tocar alguna
tecla interna en la compleja psicología social de los humanos que lo justifica.
Veamos, en primer lugar, mostrarnos a los demás se ha convertido en una
obligación casi ineludible. ¿Pueden imaginar a alguien que se vaya de vacaciones
a la India y que vuelva sin haber colgado una foto del Taj Mahal en las redes
sociales? Pero no una foto del monumento, que esas ya están en wikipedia; ¡una
foto del susodicho en el Taj Mahal! Es absolutamente impensable. ¿Por qué?
Porque equivaldría prácticamente a no haber ido. Por tanto, hay un componente
muy social en el fenómeno selfie, lo que parece algo positivo. Pero vayamos a
la parte turbia, que también la tiene. Imaginen a alguien que viajara en el
tiempo desde el pasado, desde aquellos días lejanos en los que cuando querías
una foto no apuntabas la cámara a tu propia cara sino que pedías amablemente a
un viandante que te la hiciera. ¿Qué pensaría? Lógicamente, que la sociedad
actual está gravemente enferma. ¿Y qué pensaría cuando viera a alguien sacar un
palo metálico telescópico, colocar la cámara en el extremo y hacerse una foto? Que
la sociedad necesita una gran camisa de fuerza con costuras reforzadas. Con
algo más de perspectiva, los que hemos visto nacer la moda selfie nos ponemos menos
dramáticos: no es el fin del mundo. A lo mejor porque ya estamos locos sin
remedio.
EL MISTERIO DE LA MANZANA MORDISQUEADA (11/09/2015)
Ya adelanto que
esta columna no va de física, ni de la fruta que inspiró a Isaac Newton la ley
de la gravedad. La manzana que hoy me ocupa solo se escribe en inglés – Apple –
y representa a una de las compañías más rentables del mundo. Su fundador, el
excéntrico Steve Jobs, fue un empresario genial cuyas ideas todavía impregnan
hasta el último producto del catálogo Apple: teléfonos inteligentes, tabletas
electrónicas, ordenadores y, últimamente, hasta relojes. En realidad, la
compañía de la manzana mordisqueada no sólo alberga un misterio; está
repleta de ellos. Para empezar, ¿cómo han conseguido que todos sus clientes se
conviertan en los mejores embajadores de la marca? ¿Quién no tiene un amigo que
aprovecha nuestro menor descuido para recitar las innumerables ventajas de
tener el dichoso Mac? Ya le puedes decir las veces que quieras que tienes un PC,
sencillamente, porque cuesta tres veces menos: le da absolutamente igual.
¿Dónde está el truco? ¿Hipnosis a escala planetaria? Pero es que las
habilidades hipnotizadoras de los herederos de Jobs no solo afectan a nerds, frikis
y demás fauna capaz de plantarse en una tienda Apple a las dos de la mañana
para comprarse un reloj de 600 euros, no. ¡Afectan también a sectores
económicos enteros! Tomen el caso de la industria de la comunicación, por
ejemplo. Cada lanzamiento de un nuevo producto Apple consigue una repercusión
mediática tan brutal, que si tuviera que contabilizarse como gasto publicitario
no habría suficientes dólares en el mundo para pagarlo. ¡Y les sale gratis! Al
menos en teoría... Espero no ser el único tonto que les hace publicidad sin ver
un duro. O algún regalico, al menos. Un reloj no estaría mal. O un iPhone 6. No
le haría ascos a un iPad. O a un macbook pro. Lo confieso: es que molan un
montón.
GUIRIS (04/09/2015)
Vuelvo a la playa después de muchos años y descubro que todos los
carteles están en ruso. Como imagino que a los esforzados hosteleros de
la Costa Dorada no les sobra el tiempo para hacer tontadas con el asunto
lingüístico - eso se lo dejan a los mandamases de la Generalitat -
deduzco que esto se ha llenado de rusos en mi ausencia. Rodeado de
guiris me convierto en uno más, y los camareros, que a estas alturas ya
tienen el aire cansado de los que añoran que venga el otoño y se nos
lleve a todos de una ventolera, me confunden con un próspero industrial
moscovita, o con el dentista de moda en el barrio más pijo de San
Petersburgo, que las chancletas son más eficaces para igualar a las
personas que todas las políticas sociales juntas. En esos momentos saco
mi acento almozareño más puro, y les demuestro que soy un compatriota y
que no procede que me metan una estocada hasta la bola por el Kas, la
cerveza y las chips algo pasadas que nos han servido. Que no soy
dentista, aunque a mi madre le habría encantado. En realidad, ser
español y vacacionar en septiembre es señal de que no cortas el bacalao,
de que nadie cuenta contigo para resolver las cuestiones pendientes
"del nuevo curso", como ahora se dice; que el mundo puede funcionar sin
ti de maravilla. Pues muy bien, no hay problema, he pillado la
indirecta. Durante esta semana, voy a ser guiri. Hablaré a los camareros
en inglés -con acento ruso- y cuando vea a Rajoy, a Sánchez o a Artur
Mas por televisión me preguntaré quiénes son esos españoles tan raciales
y simpáticos. Mientras cambio de canal a toda velocidad. Chico, qué
relax. Por cierto, ¿qué tal le habrán quedado los braquets a la señora
Stoseskya? Bueno, olvídate de eso ahora, ¿quieres? Estás de vacaciones y
eres guiri. Disfruta mientras puedas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)