viernes, 24 de febrero de 2012

TRES POLICÍAS (24/02/2012)

En las fotos sonríen confiados, como solo lo hacen quienes tienen toda la vida por delante. Javier, Rodrigo y José Antonio eran tres hombres jóvenes que amaban su oficio. Para ellos, ser policía consistía en algo más que ganarse la vida haciendo cumplir la ley; ser policía era una forma de entregarse a los demás. A diferencia de la mayoría de las profesiones, donde las declaraciones de principios y los códigos deontológicos rara vez necesitan ser aplicados, la vida diaria de un policía está llena de situaciones que ponen a prueba la solidez de sus convicciones. Por desgracia, allí donde la prueba es más exigente, acecha la tragedia. Playa del Orzán, La Coruña, madrugada del 27 de enero. Unos jóvenes estudiantes, de fiesta en la noche coruñesa, se acercan imprudentemente a las fauces del mar que rompe con furia junto al paseo marítimo. Thomas, un eslovaco de 23 años, es engullido por una ola, y sus aterrorizados compañeros dan la voz de alarma. José Antonio acude en su coche patrulla, y Javier y Rodrigo, que están fuera de servicio, se unen a él en una cadena humana para tratar de llegar hasta el infortunado. Una gigantesca ola les arrastra y desaparecen en la noche. Todos morirán ahogados. Solo unas semanas después, el destino ha querido que policías y estudiantes vuelvan a ser protagonistas de una noticia -los incidentes de Valencia- que ha transformado a los héroes en villanos. Se ha acusado a la policía de violencia desproporcionada, de apalear a adolescentes indefensos. No es la única versión de los hechos: hay otra que habla de provocaciones de un grupo de jóvenes anti-sistema que desencadenaron la violencia. Que se investigue. Personalmente, lo tengo bastante claro; la “materia prima” en La Coruña y en Valencia era exactamente la misma: policías. Humanos, como cualquiera. A veces héroes, como pocos.

viernes, 17 de febrero de 2012

MENSAJE ENVIADO (17/02/2012)

Creía que estas cosas solo pasaban en las películas, cuando los malos guionistas querían dar un giro sorprendente a la historia y recurrían al viejo deus ex machina, pero no es así; en la vida real -ay!- también pasan. Esta es la secuencia de los hechos: recibo correo electrónico de un amigo que me anuncia la presentación de la obra artística de cierta persona, un conocido común, en un acto que tendrá lugar próximamente. Contesto que no acudiré, e incluyo en el mensaje una serie de comentarios bastante descarnados - el destinatario es un amigo de la máxima confianza - que reflejan con bastante precisión lo que pienso del trabajo de nuestro común conocido. Con precisión, y con crudeza: califico su obra anterior de “marcianada” y, a la vista de los múltiples premios que ha recibido, afirmo que debería intentar otra todavía mayor y renunciar definitivamente a crear una obra artística de verdad... Como algunos habrán empezado a adivinar, el mensaje no llegó a su destinatario previsto. Por algún maldito duende informático confabulado con mi torpeza, el mensaje llegó... al artista en cuestión. Décimas de segundo después de dar la orden de “enviar”, ya fui consciente del catastrófico error. Las primeras palabras que salen de la boca de un hombre en una situación así, reflejan lo más hondo de su ser, su esencia, el yang. Creo que menté a Dios, pero sin juramento, lo que podrá servir de cierto consuelo a mi madre cuando lea estas líneas. La contestación del afectado, vía mail, no se hizo esperar: me llamó lunático (la cosa iba de cuerpos celestes), agrio y mezquino y difundió mi “cariñosa crítica” entre toda su lista de correo; medio mundo a estas alturas sabe que soy un envidioso amargado. ¿Debería molestarme en desmentirlo? Creo que no. Cargaré resignadamente con esta merecidísima cruz.

viernes, 10 de febrero de 2012

LA COMARCA (10/02/2012)

Algunos me llamarán pelota, vendido o algo peor. Para otros, esta columna será un ejercicio de onanismo periodístico, de autobombo o de falta de humildad. Me da exactamente igual. El hecho de ser un colaborador y de no pertenecer a la plantilla del periódico que tienen entre las manos, me concede una tranquilidad moral que, mire usted por donde, hoy voy a aprovechar. Recibo La Comarca en mi buzón desde hace bastantes años, y siempre he pensado que es un periódico de una calidad extraordinaria. Voy a ir un poco más lejos: apostaría mis ahorros a que, en su género, La Comarca es uno de los mejores periódicos del mundo. El Washington Post del periodismo comarcal. ¿No te estarás pasando un poco, Hombre del Faro? Negativo. Quizá en Noruega, en Japón o en la luna haya un periódico de ámbito geográfico y poblacional similar a La Comarca que tenga la misma calidad, pero no será mejor. Hace tiempo me preguntaba cómo era posible que un fenómeno periodístico tan singular fuera tan desconocido, y poco reconocido, fuera de esta tierra. Un día lo comprendí: los periodistas de otros medios, por razones empresariales, psicológicas o por simple economía de tiempo, siempre van a encontrar mejores cosas de las que ocuparse, que en alabar a otros periodistas. Pero eso no cambia lo esencial. La Comarca es un magnífico periódico, en primer lugar, por el esfuerzo y el talento de las personas que lo escriben, lo diseñan y lo dirigen. Pero no solo por ellos. Sin una comunidad de lectores sólida, sin una sociedad civil que sepa estar a la altura de lo que se le ofrece, el mejor periódico del mundo podría sobrevivir seis meses, o un año. No veintiséis. A lo mejor todos necesitamos algo de autoestima en estos días de zozobra y frío siberiano. Yo me he servido taza y media.

viernes, 3 de febrero de 2012

EL FILÓSOFO DE L´ORÉAL (03/02/2012)

Los directores de marketing de L´Oréal no leen a Platón. Para ellos la belleza no es “el esplendor de la verdad” sino, más bien, el esplendor de Photoshop. Por segunda vez en poco tiempo, uno de sus anuncios de crema revitalizante ha sido prohibido porque la imagen de la actriz que lo protagonizaba, a golpe de retoque digital, tenía menos arrugas que una muñeca de Lladró. “Exagera engañosamente la eficacia del producto”, ha decretado la autoridad que vela por la honestidad de la publicidad en el Reino Unido. La empresa de cosméticos ha declarado sentirse “decepcionada”, que es una forma educada que utilizan allá por el norte para decir que están cabreados como monos. Quizás, en lugar de abogado, deberían contratar a un filósofo para presentar el recurso correspondiente; podría argumentar que, 2.400 años después de que Platón escribiera “El banquete”, ya iba siendo hora de poner al día los conceptos de lo que es bello y lo que no. “¡Por supuesto que la foto es engañosa!”, diría el filósofo, vendido al oscuro poder del dinero y vergüenza de la profesión. “¿Cree usted que las actrices de Hollywood tienen esos pechos, esas nalgas, esos pómulos, por obra y gracia de la madre naturaleza? ¿Adónde cree que han ido las arrugas de Robert Redford? ¿A dar una vuelta? ¡Están todos operados, y no van diciéndolo por ahí! Lo ocultan porque, muy señores míos, la belleza en el siglo XXI se basa en el engaño, en aparentar lo que no se es. L´Oréal vende belleza, y por tanto, vende engaño”. Concluido el alegato, el filósofo, vendido al oscuro poder del dinero y vergüenza de la profesión, se sentaría ceremoniosamente. Al principio sería solo un zumbido. Luego un clamor insoportable. Miles de voces, las de todos los filósofos que en el mundo han sido, gritarían al unísono dentro de su cabeza. ¡ψεύτης! (mentiroso, en griego)