viernes, 4 de abril de 2014

REVOLUCIONES (04/04/2014)

Pasa el tiempo y la anexión rusa de Crimea es un hecho consumado: la estratégica península ha dejado de ser territorio ucraniano y no parece que las condenas internacionales, cuyos ecos se van apagando día a día, vayan a cambiar las cosas. Hay que reconocer que al presidente ruso Vladimir Putin le ha salido una jugada casi perfecta. Primero unas misteriosas milicias rodean los cuarteles del ejército ucraniano, a continuación se organiza un referéndum de autodeterminación exprés y, para rematar, se aprueba fulgurantemente la anexión por el parlamento ruso. Visto y no visto. Lo que comenzó como un movimiento popular que demandaba un mayor acercamiento de Ucrania a la Unión Europea, ha acabado en el peor de los escenarios posibles. En estos días, en muchas cancillerías europeas se analiza por qué la diplomacia comunitaria ha fallado tan estrepitosamente una vez más. Nos dejamos llevar por los acontecimientos. No quisimos ver que en el movimiento de oposición se infiltraban también nacionalistas radicales. Y el pecado mayor: sucumbimos a la tentación de aceptar tácitamente la defenestración del presidente prorruso Yanukóvich, con la esperanza de que la revolución, es decir, cambiar de un plumazo las normas de juego establecidas, fuera a resolver todos los problemas. No ha sido así. Es lo que tienen las revoluciones. Cuando triunfan, tienen olor a primavera y tacto a terciopelo. Si fracasan, huelen a pólvora y a golpe de estado. El futuro de Ucrania es hoy una verdadera incógnita. Mientras los países occidentales tratan de apuntalar su maltrecha economía y contener la magnitud del desastre, es hora de sacar lecciones. Los experimentos, con gaseosa. Las revoluciones, mejor en los libros de historia. Algunos en España deberían tomar buena nota de ellas.

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