lunes, 15 de septiembre de 2014

EL DISPARATE (05/09/2014)

La independencia de Cataluña es un disparate histórico, económico, y hasta moral. Lo primero, porque supone la ruptura de una unión política que, en el caso de Aragón, Comunidad Valenciana y Baleares, por ejemplo, se remonta al lejanísimo siglo XIII. Con los matices que se quieran, de la misma agua que ha pasado bajo el puente en estos siglos hemos bebido todos, nos quitamos el sudor del trabajo con ella, o limpiamos la sangre del filo de nuestras espadas cuando tuvimos la mala idea de desenvainarlas, a menudo y por desgracia, los unos contra los otros. La independencia de Cataluña es un disparate económico, porque supondría un empobrecimiento instantáneo del nuevo país que vería los mercados naturales de sus productos protegidos por aranceles, y las posibilidades de financiar su gigantesca deuda reducidas a cero. Y sería un disparate moral, porque separaría emocionalmente a millones de personas que hoy están unidas, aún en la rivalidad, para sumirlas en un divorcio doloroso, a cara de perro, del que no se repondrían en varias generaciones. Esta es la realidad. A los políticos nacionalistas catalanes no les gusta oírla, lógicamente, y a estos argumentos oponen otros. Algunos respetables y otros no tanto. Después de salir a la luz los delitos fiscales del ex-honorable Jordi Pujol, president de la Generalitat durante 23 años y reconocido padre de la patria catalana, no hace falta ser una lumbrera para advertir la coincidencia de la deriva separatista de su partido, la otrora moderada y posibilista Convergencia Democrática de Cataluña, con el progresivo cerco judicial a los negocios de la familia del fundador. Una tomadura de pelo a escala nacional, y nunca mejor dicho. Un intento de manipulación que pasará a los libros de historia. Un colofón digno del mejor disparate.

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