domingo, 6 de mayo de 2018

1968 (29/04/2018)

Nací en 1968, por lo que puede decirse con propiedad que aquel fue el año más decisivo de mi vida. Hasta la fecha, por supuesto. Algún día, espero que muy lejano, ese número con resonancias francesas y rebeldes se verá acompañado en mi biografía por otro, separados ambos por un guión, que cerrará el paréntesis de mi paso por este mundo. Como le oí decir una vez a Joan Manuel Serrat muy jocosamente, “vive cada día como si fuera el último de tu vida porque algún día será verdad”. 
Aunque fui concebido en primavera, cuando Daniel Cohn-Bendit y sus muchachos de la Universidad de Nanterre se preparaban para liarla parda, sería muy aventurado pensar que mis padres se estuvieran entregando a alguna suerte de revolución sexual como la que anhelaban los estudiantes franceses: yo hacía el número cinco de sus hijos, todos nacidos en el seno de un hogar católico español de clase media. Ser familia numerosa de primera clase no tenía nada de extraordinario en aquellos tiempos de demografía rampante, pero estoy seguro de que a mis progenitores no les sobraba tiempo ni energía para dedicarlos a soñar con cambiar los cimientos de la civilización occidental. Preguntados hoy, recuerdan el mayo francés por lo mucho que se ha escrito sobre él desde entonces, pero en aquel momento jamás pensaron que se estaba escribiendo una página de la historia. A su generación, que no conocía otra realidad que la dictadura franquista y era básicamente analfabeta en materia política, aquellas algaradas estudiantiles les resultaban completamente ajenas. 
¿Dónde estaban entonces los futuros protagonistas de la transición política española? Adolfo Suárez, 35 años a la sazón, iba a ser nombrado gobernador civil de Segovia y jefe provincial del Movimiento. No puede decirse que fuera un rebelde precisamente. Por su parte, Felipe González había llevado hasta entonces una vida de estudiante universitario acomodado en la Sevilla de los años 60, con servicio militar como alférez de IMEC incluido. Indudablemente, su compromiso político era muchísimo más crítico con el régimen franquista que el de Suárez, pero en 1968 contempló la revuelta estudiantil francesa desde la barrera. Creo que la mayoría de la sociedad española que contribuyó al éxito de la transición una década después, se situó entre los polos que encarnaban estos dos personajes históricos: el de Adolfo Suárez, que maduró muy lentamente desde el interior del régimen hasta comprender la necesidad de un cambio, y el de Felipe González, que lo hizo de forma más comprometida, bordeando la clandestinidad, pero sin caer en el extremismo. 
¿Supuso mayo del 68 un punto de inflexión en sus carreras políticas? Probablemente fue el comienzo de la evolución interior que les llevaría a ocupar un día el palacio de la Moncloa. Para Suárez, el mayo francés fue la demostración de que un movimiento social callejero era capaz de cavar la tumba política de una figura histórica de la talla de Charles De Gaulle. Para Felipe González, el 68 fue igual de revelador: le convenció de la necesidad de correr riesgos, de pasar a la acción, porque el final del dictador podía estar más cerca de lo que pensaban. 
Y el 31 de diciembre de aquel año memorable nací yo. A veces pienso que un solo día de diferencia lo habría cambiado todo: nacer el primero de enero hubiera significado vivir otra vida, con amigos distintos, quizá con otros gustos, otras influencias… ¿otras opiniones políticas? Una cosa es segura: en mi biografía ya no luciría un año de nacimiento inolvidable.

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