viernes, 20 de marzo de 2009

EROS Y EL PAPA (Febrero 2006)

Los intérpretes habituales de la literatura papal han saludado alborozados la nueva encíclica de Benedicto XVI, la primera de su pontificado. Al parecer, entre el verbo florido y sofocante de Joseph Ratzinger, han creído entender una alusión al carácter erótico de la relación de pareja, casada por la Iglesia se entiende. Eros, deseo sexual. En más de dos mil años de historia, ningún papa se había atrevido a llegar tan lejos. Siento decir que no comparto el entusiasmo. La obsesión de la Iglesia Católica con el carácter pecaminoso del goce sexual ha hecho tanto daño a nuestra cultura, a nuestra estabilidad mental y a nuestra felicidad, que pretender a estas alturas ¡y desde el celibato! dar lecciones filosóficas sobre el tema, me parece una temeridad. Además, y suele pasar con los trajes estrechos, cuando estiras de una manga resulta que en la sisa se hace un desgarrón.
Afirmar la importancia del deseo implica reconocer, aunque sea indirectamente, que el acto sexual puede no tener siempre una misión reproductora. Este reconocimiento haría muy difícil justificar la prohibición que desde la Iglesia Católica pesa sobre el uso de métodos anticonceptivos. Bueno, no de todos. Desde los años 30 y con una sorprendente falta de coherencia, la Iglesia permite el método Ogino, cuya principal peculiaridad es que falla más que una escopeta de feria. Lo que realmente teme la Iglesia es un método anticonceptivo que funcione. Porque cuando la mujer puede elegir el momento en que quiere tener hijos, se le abre un mundo lleno de posibilidades. La primera de ellas, “disputar” al sexo masculino los centros de decisión. ¿A alguien le sorprende que la liberación de la mujer en España haya coincidido exactamente con la decadencia del catolicismo?

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