viernes, 20 de marzo de 2009

EL DESEADO (Febrero 2006)

Con su gafas de empollón tiene aspecto de haber sacado siempre muy buenas notas. Refinado, melómano, besa la mano de las damas con tanta soltura que uno piensa que le enseñaron a hacerlo antes de aprender a andar. Alberto Ruiz-Gallardón incumple casi todos los requisitos que la tradición española exige a los políticos que aspiran a gobernar. Demasiado aristocrático, demasiado educado, demasiado intelectual. Sin embargo, el alcalde de Madrid es el político mejor valorado del país.
¿Cómo se explica su éxito? La sociedad española ha cambiado mucho en 30 años de democracia pero esa sola razón me parece insuficiente. Después de todo, en las listas de éxitos musicales sigue siendo más fácil encontrar “Bulería” de David Bisbal que “L´elisir d´amore” de Donizetti. Creo que son sus cualidades personales las que convierten a Gallardón en un político diferente. En primer lugar, su seriedad en el trabajo, que le permite tener la ciudad de Madrid como un campo de trincheras y, al mismo tiempo, mantener intacta su popularidad. Su exquisito estilo: su amistad con Joaquín Leguina, su rival en la Comunidad de Madrid, fue legendaria y levantó ampollas de incomprensión en la calle Génova. Su sentido de la lealtad: a pesar de las zancadillas, ha permanecido fiel al partido que le dio la oportunidad de dedicarse a la política. Este conjunto de virtudes se traducen en verdadero poder, que atrae a los votantes como un imán irresistible. Tiene, sin embargo, un serio inconveniente: algunos compañeros de partido quedan al descubierto en sus miserias. A la sombra de Ruiz-Gallardón se hace demasiado evidente que la agresividad es el recurso de los débiles.

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