sábado, 21 de marzo de 2009

HECES DE CANES (Febrero 2006)

Por alguna extraña razón filosófico-antropológica, las heces que más nos repugnan son las de los individuos de nuestra propia especie. Desde los tiempos de los romanos, hemos desarrollado complejos sistemas que las conducen de forma subterránea hasta lugares desconocidos (que nadie tiene el menor interés en conocer), siempre fuera del alcance de nuestra delicada y sensible naturaleza. En cambio, con las defecaciones de nuestros animales de compañía nos mostramos mucho más receptivos y tolerantes. ¿El perro quiere hacer sus necesidades en mitad de la acera? No hay problema, pobre animal. Si una civilización extraterrestre nos visitara, sus cronistas llegarían a la conclusión inevitable de que el perro es un animal sagrado, como las vacas de la India.
Quizá el problema no se incluya en la lista de prioridades del Presidente del Gobierno. Quizá Kofi Annan nunca celebre el Día Mundial sin Cacas de Perro. Quizá me esté haciendo mayor. Pero una sociedad que tiene sus salones impolutos y sus calles llenas de mierda (literalmente), es una sociedad de guarros o de neuróticos, y ninguna de las dos opciones me atrae demasiado. Con las tasas de divorcio como se están poniendo y el previsible aumento de la población perruna, me veo saliendo a la calle con botas de mariscador gallego.
Sin embargo, no todo está perdido. Ya están aquí los dueños de perro del futuro. Con las manos enguantadas en bolsas de plástico, recogen los excrementos de sus mascotas con la misma convicción que emplearía un CSI de los Estados Unidos de América. Si no estuviéramos hablando de caca, con perdón, me atrevería a calificar el espectáculo de edificante.

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