sábado, 21 de marzo de 2009

TODO ESTÁ EN LOS LIBROS (Febrero 2006)

Empiezo a estar un poco cansado de escuchar a ministros de cultura y sociólogos decir que no leo lo suficiente. “En el resto de Europa se lee mucho más”. Pues qué bien. Como cuando mi santa madre me decía: “Angelito, el vecino, ha sacado cuatro sobresalientes”. Pues qué bien. Sin embargo, ayer descubrí que, sólo en Aragón, existen cien empresas editoriales. Esto ya empieza a encajar mucho mejor. Eso de que en España no se lee me parecía una vulgaridad. Si algo nos ha caracterizado a lo largo de la historia, ha sido el ser un país contradictorio y difícil de entender. De acuerdo, puede que muchos españoles no hayan leído un libro en toda su vida, pero tenemos compatriotas que probablemente sean los mayores lectores de Europa. A mi me encanta leer, aunque confieso que no siempre encuentro el momento o el libro adecuado. La lectura requiere silencio, tranquilidad de espíritu y mucha paciencia, y aunque se den todas las condiciones, siempre acechan otros peligros. Un buen libro te puede cambiar la vida pero uno malo puede significar horas de interminable tortura. Cuando era más joven, dejarlos a mitad me parecía una traición. Hoy, si un libro no me aporta nada, lo abandono sin ningún remordimiento. No lo tiro a la basura, porque los libros también tienen una función decorativa que no se puede despreciar. Lo devuelvo a la estantería con el marcapáginas dentro, sobresaliendo como el sanbenito de la vergüenza, en el lugar en que mi paciencia se acabó. El libro queda humillado, con su oreja de burro señalando una página que no leeré jamás. Para completar la venganza me voy a dar una vuelta, y me doy un atracón de mirar cosas de verdad. No se vayan a creer que son imprescindibles.

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