viernes, 27 de marzo de 2009

ME DA CINCO ALMOHADILLAS (Febrero 2006)

Tenía 6 años cuando mi padre me llevó al fútbol por primera vez. Al entrar al estadio le pregunté, enfadado, por qué había cogido sólo una almohadilla para cada uno. Le dije que yo quería cinco para poder lanzarlas al campo cuando terminase el partido. Mi padre, entre risas, me explicó algo que yo no sabía: las almohadillas se alquilaban para sentarse sobre ellas. Había visto tantas veces en la televisión salir al árbitro del campo, protegido por los escudos de la policía, bajo una lluvia de almohadillas, que me parecía que yo también tenía derecho a participar en algo tan divertido.
Afortunadamente, las cosas han cambiado mucho desde entonces. Una moneda de Franco de 50 pesetas lanzada desde la grada, podía provocar una desgracia y, aunque no estaban los tiempos para ir tirando el dinero por ahí (¿algunos lo estuvieron?), lo cierto es que a bastantes españoles de entonces se les subía fácilmente la sangre a la cabeza y eran capaces de tirar al campo almohadillas, el pan de sus hijos o a sus mismos hijos si los tuvieran a mano. Las monedas de hoy son bastante más livianas. Además, los árbitros se hacen respetar: en un partido reciente, una moneda alcanzó en la cabeza a uno de los jueces de línea. El árbitro principal, con muy buen criterio, suspendió el partido y se marchó a su casa. No se puede negar que algo hemos progresado.
Estos días, el mundo del fútbol anda escandalizado por los insultos racistas contra un jugador del Barcelona.
Pero quizá algunos quieran ir demasiado lejos, demasiado rápido. Muchas veces, en un estadio de fútbol, he sentido vergüenza. Reconozco que los insultos presuntamente racistas contra el jugador del Barcelona Eto me dan vergüenza. Pero entiendo que en los campos de fútbol se ha insultado siempre. Insultos gravísimos contra la madre del árbitro, la de los jugadores o la virgen del Pilar. Escandalizarse y rasgarse las vestiduras por los lamentables insultos al jugador camerunés implica

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