lunes, 5 de octubre de 2009

TIEMPO DE COLUMNISTAS (02/10/2009)

Reconozco que escribir sobre temas estimulantes y positivos en medio de esta crisis no es fácil. En realidad, nunca lo ha sido. Los columnistas somos una especie periodística con querencia hacia lo defectuoso, los vicios nacionales e internacionales y las debilidades del ser humano. La crisis económica, las improvisaciones gubernamentales, los amores prohibidos (presidente autonómico del país de la paella “quiere un huevo” a señor de grandes bigotes y pequeños escrúpulos), consiguen sacar lo mejor de nosotros mismos: el adjetivo brillante, la metáfora novedosa. En el fondo, la peor pesadilla de un columnista consiste en despertarse una mañana y comprobar que el mundo funciona bien. Que en las aceras no hay cacas de perro. Que el precio de la vivienda es asequible para todos. Que el presidente del gobierno y el jefe de la oposición tienen que hacer esfuerzos para disimular en público que, detrás de su aparente y obligado antagonismo institucional, se respetan y admiran mutuamente. Que Joan Laporta nos quiere un poquito más. El columnista está condenado a vivir en una contradicción permanente: quiere que el mundo mejore pero sospecha que si lo hace se quedará sin trabajo. “No se preocupe. Tiene usted empleo para rato”, me dicen los escépticos. No se crean. Sin ir más lejos, el otro día me llevé un susto mayúsculo. En la web de la BBC, encontré un vídeo sobre los trenes de alta velocidad españoles. Nos ponían por las nubes: “La envidia de Europa”, “Que otros tomen nota” etc... El presentador entrevistaba a varios viajeros del ave Madrid-Barcelona y...¡eran guapos, inteligentes y hablaban un inglés fluído! Va a resultar que España, vista desde fuera, no es tan mala como parece. Yo, por si acaso, voy a intentar unas oposiciones facilitas.

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