viernes, 12 de marzo de 2010

TIGER (12/03/2010)

Ella le golpeó en la cara y le persiguió con un palo de golf. Un hierro, presumiblemente. El que huía era Tiger Woods, el golfista más grande de la historia, el deportista mejor pagado del mundo y protagonista de uno de los mayores escándalos sexuales de los últimos tiempos. Su mujer acababa de enterarse de una de sus infidelidades y, a juzgar por su reacción, llovía sobre mojado. La prensa sensacionalista clavó sus garras en el incidente, imposible de ocultar a un vecindario puritano de la soleada Florida, lo suficientemente rico para dedicar al chismorreo una gran parte del día si es necesario. El número de amantes de Woods fue creciendo hasta alcanzar la apostólica cifra de doce. Afortunadamente para él, golfo, en inglés, no se traduce por golf, y los redactores de los tabloides tuvieron que pensar un poquito más para elaborar sus gigantescos titulares. El linchamiento ha sido general. Hasta sus mismos colegas, jugadores de golf profesionales, se han declarado decepcionadísimos y lo han puesto a parir. Los americanos, quiero decir. En este lado del Atlántico, aunque estemos igualmente contaminados por el amarillismo, aún se distingue la frontera entre lo privado y lo público. Al menos en el sur de Europa, un deportista profesional cogido en una infidelidad no necesita abandonar su trabajo o convocar una rueda de prensa, lloroso, para pedir perdón al mundo entero. ¡Ay, Tiger! ¡Qué oportunidad perdiste de dar un corte de mangas a todos los que te quieren llevar a la hoguera! ¡Al cuerno con los patrocinadores! Si Gillette no te quiere, ya nos afeitaremos a navaja. En ocasiones así, me congratulo de pertenecer a una cultura apasionada, salvaje a veces, pero sincera como la nuestra. Quizá no decimos “I love you” tan a menudo como debiéramos. Pero somos menos hipócritas.

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