viernes, 5 de marzo de 2010

BONO (05/03/2010)

A José Bono le sienta bien la presidencia del Congreso de los Diputados. Algunos dirán, perversamente, que todo se debe al exitoso transplante capilar que le ha devuelto el tupé perdido. El kibutz piloso del político albaceteño ha hecho que se tripliquen estas operaciones en España durante el último año. Dicen que la asociación de clínicas de estética lo va a nombrar santo patrón. Pero no. Bono ya estaba encantado de la vida y de sí mismo antes de su pequeño retoque. Lo estaba como presidente de Castilla-La Mancha durante seis legislaturas consecutivas, como ministro de defensa, y lo sigue estando como presidente del Congreso. Como su carrera política ha estado casi siempre adornada de laureles, cabe preguntarse si su “bonho-mía” es resultado del éxito, o la causa directa del mismo. Me inclino por la segunda opción. José Bono es un socarrón, el rey del “ejjee”, que no pierde el sentido del humor aunque esté hablando de los temas más trascendentes o atravesando con su lanza a rivales políticos. Más listo que el hambre, también. Después de ser derrotado por nueve exiguos votos en las elecciones internas del PSOE que encumbraron a Zapatero, Bono tuvo la entereza de encajar el golpe, la generosidad amnésica suficiente para trabajar para su enemigo, y finalmente la inteligencia para abandonarlo cuando comprobó que su proyecto comenzaba a hacer aguas. Hoy José Bono se permite ser católico conspicuo en tierra de ateos, la filigrana dialéctico-estatutaria no va con él, y hace y dice prácticamente lo que le viene en gana. Ultimamente se ha atrevido a opinar sobre la reforma electoral, asunto tabú entre los grandes partidos. Es lo que pasa cuando te pones el mundo por montera, algo reforestada. Que te conviertes en un político con personalidad propia. Más raro que un lince ibérico. En un prodigio, vamos.

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