viernes, 13 de abril de 2012

TITANIC (13/04/2012)

A lo largo de la historia, miles de barcos han sido zarandeados por las olas, cañoneados, torpedeados o incendiados para acabar hundiéndose en el fondo marino, pero ninguno ha alcanzado más celebridad que el Titanic. Esta semana, cuando se cumple un siglo de su trágico naufragio, la efeméride ha vuelto a provocar una oleada de publicaciones, exposiciones y películas. Superado el respetuoso duelo por los muertos – que damos por finalizado instintivamente cuando no queda nadie vivo que llore sinceramente a alguna de las 1.500 víctimas de la catástrofe –, expediciones submarinas poco respetuosas saquean los restos del trasatlántico, sabedores de que serán un negocio seguro. Es probable que si el pecio no estuviera a 4.000 metros de profundidad, ya no quedaría ni un tornillo. Para explicar esta atracción algo morbosa, algunos han comparado el hundimiento del Titanic con la caída de las Torres Gemelas, como el símbolo de una época. Creo que es algo más sencillo. El Titanic nos apasiona porque en él viajábamos la humanidad entera; la vanidad, el ingenio, la codicia, el amor, el heroísmo, la cobardía y la imbecilidad, todos reunidos en el mismo barco surcando un océano infinito, escenario perfecto donde representar nuestra trágica insignificancia... A las 23.00 horas del 14 de abril de 1912, el operador de radio del Titanic recibió una llamada desde otro barco, el Californian, que le alertaba de la presencia de icebergs en la zona. Agobiado por la multitud de telegramas que los orgullosos pasajeros del trasatlántico querían transmitir, contestó desabridamente a su colega: “¡Cállate! ¡Estoy ocupado!”. Ofendido, el operador del Californian apagó la radio y se echó a dormir. Cuarenta minutos después, el Titanic chocaba contra un iceberg y lanzaba una desesperada llamada de socorro. El Californian no acudió al rescate.

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