viernes, 5 de julio de 2013

PRESUNTO ASESINO (05/07/2013)

Es norma periodística bien sabida que cuando se escribe de un imputado sobre el que todavía no ha recaído sentencia, siempre hay que adjuntar a su condición de delincuente la palabra “presunto”. Lo que no tiene demasiado sentido, si uno se detiene a pensarlo: ¿no se presume que todos somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario? ¿No sería más propio hablar de “el acusado de asesinato”, en lugar de “el presunto asesino”? En todo caso, no se tiene noticia de ningún imputado que se haya quejado. En el caso de José Bretón, cuyo juicio se está celebrando esta semana, tampoco es probable que eso ocurra. Las pruebas incriminatorias se acumulan en su contra con tal abundancia, que estará más preocupado en sostener una estrategia de defensa medianamente creíble. No lo tiene fácil. Después de casi dos semanas de juicio, cuesta creer que haya alguien alrededor de este proceso que todavía dude que fue él quien mató a sus hijos y los quemó en una hoguera en su finca cordobesa de las Quemadillas. Presuntamente, claro. Me pregunto si su abogado cree en su inocencia. ¿Y el propio José Bretón? ¿Qué pasa por la cabeza de ese hombrecillo acomplejado, narcisista y dominante? Ese es el grandísimo misterio de este caso, que pasará con letras mayúsculas a los anales de la historia criminal en España. Si mató y quemó a sus hijos, ¿cómo soporta la carga de un crimen tan horrendo? Si no lo hizo, ¿por qué se comporta de forma tan pasiva? Un elemento clave de este caso sí ha quedado ya suficientemente demostrado: el odio que sentía José Bretón hacia su mujer. Como si el universo de los sentimientos fuese circular, Bretón habría pasado directamente de un amor extremo, enfermizo, al odio más visceral. Como quien cruza una puerta. Un amante atormentado convertido en asesino. En un presunto asesino.

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