viernes, 16 de agosto de 2013

GUARDIA CIVIL (16/08/2013)

Agosto es el mes de la Guardia Civil. Durante el resto del año su hispánica estampa pasa más desapercibida, pero en verano, cuando nos da por ir a la playa o a la montaña, allí están ellos. Vaya que si están. Este puente de agosto, en el que se prevén 7 millones de desplazamientos, serán más de 10.000 agentes velando por la seguridad en las carreteras y desanimando con su presencia a todo aquel que quiera pasarse el código de circulación por el forro. Con la Benemérita no se bromea. Conozco a más de uno que es capaz de ponerse farruco con un Policía Local, pero que cuando tiene delante un uniforme verde oliva se achanta más que un gorrión. Es comprensible: los encuentros con estos agentes de la ley no suelen olvidarse. 13 de agosto, Huesca, en plenas fiestas de San Lorenzo. Me dispongo a tomar la salida de la ciudad y tropiezo con un control. Con mi coche semi-tuneado y mi camiseta negra de los "Sick Brains" – el mejor grupo de hard-rock de España -, las posibilidades de que me den el alto son elevadísimas: llevo el uniforme de alguien que debería tener el torrente sanguíneo infestado de calimocho. En efecto; un guardia civil armado con un sopla-sopla me invita a detenerme. “Buenos días. ¿Ha bebido usted alcohol?” “No, en realidad no vengo de Huesca” – respondo señalando la bolsa de Confiterías Vilas que descansa en el asiento del copiloto – “He parado un momento para comprarle estas castañicas de mazapán a mi mujer”. El agente se detiene unos instantes, como si repasara mentalmente su enciclopédica base de datos de excusas de automovilistas que pretenden librarse del soplido. Creo que encuentra un hueco, un vacío. "Esto es nuevo", parece pensar. Satisfecho, saluda marcialmente y dice con una media sonrisa: “Continúe”. No he bebido una gota, pero respiro aliviado. Quién quiere problemas con la Guardia Civil.

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