domingo, 22 de septiembre de 2013

TRAMPOSO, PERO SOLO UN POCO (20/09/2013)

Los humanos somos seres de una complejidad extraordinaria, inteligentes, abiertos al cambio, irreductibles a un juicio definitivo. Si se dan las circunstancias adecuadas, el criminal más despiadado puede convertirse en un honrado ciudadano y el alumno más torpe de la clase en un Albert Einstein. Sin embargo, por las mismas razones, parece deseable que para gobernar esta sociedad llena de seres complejos, inteligentes y abiertos al cambio, los elegidos sean personas más bien estables, que hayan alcanzado la madurez intelectual y honestas a tiempo completo. Esto último es, con mucha diferencia, lo más importante. Un dirigente puede cometer un error, pero no puede permitirse un solo desliz en el terreno de los principios éticos. No puede ser corrupto, pero solo un poco; no puede mentir, aunque solo sea de vez en cuando; no puede hacer trampas en días alternos. La consecuencia de cualquiera de estos actos debería ser inexorable: el abandono del cargo. En las democracias consolidadas, la presión social o la propia vergüenza del afectado suelen bastar para que éste presente la dimisión. En las democracias por consolidar, y desgraciadamente la española es una de ellas, las cosas funcionan de otra manera. El primer impulso del tramposo siempre es negar y el de sus conmilitones arroparle. Poco importa que esté en juego el prestigio de instituciones fundamentales del Estado, como el Tribunal Constitucional. Su actual presidente, Francisco Pérez de los Cobos, ocultó a la comisión del Senado que autorizó su nombramiento como magistrado que estaba afiliado al Partido Popular. Condición que no parece la más adecuada para pertenecer al intérprete supremo de la Constitución, pero que algunos todavía hoy se atreven a justificar. Milongas. Pérez de los Cobos hizo trampa. Pero, al parecer, solo un poco.

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