viernes, 22 de noviembre de 2013

JFK (22/11/2013)

John Fitzgerald Kennedy tenía 46 años cuando una bala acabó con su vida hace medio siglo, en la calle Elm de Dallas. Su imagen derrochaba salud y vitalidad mientras su cuerpo era asediado por los achaques. Parecía la encarnación de la honestidad pero su apetito sexual desbocado le llevaba a ser un adúltero incorregible. Decía conocer el camino hacia el espacio exterior, la paz mundial y el fin de la guerra fría, pero interiormente era un hombre precavido, siempre al borde de la indecisión. JFK estaba destinado a ser un mito, y todas sus contradicciones lo confirman. A pesar de ellas, sus aportaciones a la historia de la humanidad fueron reales, y cambiaron la forma de ver el mundo. Destaca entre todas su apaciguadora, prudente y habilísima gestión de la crisis de los misiles cubanos de 1962; la sensatez de Kennedy en medio de la histeria de los asesores militares presidenciales salvó al mundo del apocalipsis nuclear. Una actuación providencial, otro rasgo inequívoco del mito. Y finalmente está su muerte, prematura, trágica e inesperada. Debo admitir que cada día me convencen menos las teorías conspirativas sobre su asesinato, y no soy el único: si a principios de siglo más del 80% de los norteamericanos todavía dudaban de la versión oficial de Lee Harvey Oswald como asesino solitario, ese porcentaje ha bajado al 60% en la última década. Me temo que la razón de este cambio sea el inexorable paso del tiempo. Las posibles conspiraciones son tantas y tan variadas, que conocerlas todas exige una inversión de esfuerzo que las nuevas generaciones de estadounidenses empiezan a no querer afrontar. A pesar de todo, JFK seguirá siendo un mito unas cuantas décadas más. Vendrán otros, pero no serán como él. Después, algún día, quizás pueda descansar en paz.

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