Hace justo 50 años, cuatro veinteañeros de
Liverpool, Inglaterra, aparecían por primera vez en el show televisivo
estadounidense de Ed Sullivan, marcando un hito en la historia de la cultura
pop y convirtiendo a The Beatles en un fenómeno planetario. La puesta en escena
era de una simpleza que hoy causaría sonrojo, pero aquellos cuatro chavales que
combinaban ternos impecables con un corte de pelo provocador – los padres de la
época decían a sus hijos para desanimarles: “seguro que son pelucas” – lograron
una audiencia récord de 73 millones de espectadores. Hacía solo tres meses que
el presidente Kennedy había sido asesinado y los norteamericanos estaban
ansiosos por pasar página y empezar a hablar de otra cosa; momento y lugar
adecuados, atuendo perfecto y... canciones, por supuesto. Llevo toda la vida
escuchando a los Beatles y todavía sigo preguntándome por las claves de su
éxito; qué les hizo tan grandes y diferentes al resto. Creo que su primera aparición
televisiva en Norteamérica proporciona una de las más importantes: el trabajo
duro. Aunque su aspecto inmaculado pudiera insinuar otra cosa, John, Paul,
George y Ringo no cayeron en ese escenario por casualidad. Desde 1957, habían
tocado en directo centenares de veces, durante horas, en clubs de mala muerte y
a cambio de nada. Eso explica que delante de una audiencia que haría temblar al
más pintado, aquellos críos no fallaran una nota. Tenían una ambición y un
descaro desmesurados. Eran niños de posguerra. Los grupos que hoy luchan por
hacerse un hueco en el negocio musical, con unos recursos económicos y
tecnológicos infinitamente superiores, siempre carecerán de ese espíritu.
Tendrán otro. Pero difícilmente llegarán a igualarlos. Ladies and gentlemen... ¡The Beatles!
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