domingo, 17 de agosto de 2014

ROBIN WILLIAMS (15/08/2014)

Fue un comediante superdotado, con una incontinencia verbal tan excesiva que provocaba la carcajada de sus admiradores a la vez que incomodaba a sus detractores. Hay que decir que los primeros eran mucho más numerosos que los segundos. Como a otros grandes cómicos en el pasado, la tristeza le acechaba a menudo, como si esta quisiera aprovechar cualquier momento de debilidad para ejecutar su venganza. En la madrugada del pasado martes le asestó el golpe definitivo. Robin Williams fue un humorista y un gran actor de comedia, pero su oficio le llevó mucho más lejos. Es probable que la complejidad de su carácter, la misma que le arrastró a la depresión y a la adicción a las drogas, le facultara para comprender e interpretar a personajes más dolientes, más humanos en el fondo, que aquella delirante señora Doubtfire que le llevó a la cima del éxito. Robin Williams, el humorista incontinente y a veces algo pesado, fue capaz de meterse en la piel de personajes profundamente dramáticos y provocar la admiración de críticos y espectadores; algo solo al alcance de los realmente grandes. Mi generación es especialmente deudora del carpe diem que predicaba su profesor Keating en "El club de los poetas muertos", una obra maestra del cine con una poderosa lección de vida que ningún adolescente debería perderse. Robin Williams se quitó la suya propia de madrugada, con la torpeza del que ha perdido la última esperanza. Qué tragedia y qué ironía. Su última función también nos deja una enseñanza valiosa, como muchas de sus películas: que el arte de vivir es complicado, hasta para aquellos que parecen tenerlo todo; que alcanzar la maestría en ese arte, algo a lo que todos deberíamos aspirar, quizás no pase necesariamente por lograr el éxito, la riqueza o la fama. Gracias por todo, Robin. Descansa en paz. 

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