A mediados de los 80, un servidor estaba
en el apogeo de su adolescencia. Aquello fue fugaz como un chaparrón de verano
pero de una intensidad irrepetible. Hoy brindas con una copa de cava, mañana te
vas de vacaciones a la playa y al otro llevas unas gafas bifocales y te das
cuenta, horrorizado, de que has consumido media vida sin enterarte. A mediados
de los 80 las cosas eran distintas. Todos los días contaban, porque en
cualquiera de ellos podían suceder cosas trascendentales: enamorarse, conocer a
nuevos amigos o conectar con otros a los que nunca habías prestado demasiada
atención pero que acabarían convirtiéndose en hermanos para el resto de tu
vida.
Nosotros éramos mods. Despreciábamos la música
comercial y escuchábamos a los Beatles, los Who y los Jam como si fuesen la
Santísima Trinidad. Aunque secretamente pudiéramos tararear canciones de la
banda sonora de "Flashdance", poníamos buen cuidado en que nadie nos
viese; los mods, como todas las tribus urbanas de la época, eran más intolerantes
que la Inquisición, y cualquiera que se desviase del soul, el ska o el rhythm
and blues, podía ser señalado por los sumos sacerdotes del movimiento con el
peor de los insultos: el de ser un "plástico", un mod de segunda, un
don nadie. Si entramos en el capítulo de la indumentaria la cosa se ponía aún peor.
Una parka sin pico o un traje de dos botones te convertía en invisible para los
mods divinos o en la diana de algún editorial sarcástico en el fanzine de moda.
Por suerte, todo este estalinismo "quadrophenico" tenía lugar de
puertas afuera del grupo de mis amigos íntimos, donde primaba la amistad por
encima de las ortodoxias.
A pesar de ser unos mods
"moderados", un grupo de nombre tan empalagoso como Wham!, cuya
música sonaba con frecuencia en aquellas sesiones sudorosas de discoteca,
seguía siendo inaceptable. Sus componentes, George Michael y Andrew Ridgeley,
parecían recién salidos de una peluquería de señoras, y el hecho de que el 95%
de sus fans fueran chicas al borde de la histeria no hacía mucho por la causa,
teniendo en cuenta que los mods éramos esencialmente chicos que escuchábamos
música tocada por chicos. Probablemente había algo de envidia en todo aquel
desprecio.
El tiempo pasó, vendí la Vespa y dejé la
parka en un rincón del armario, solo para las grandes ocasiones. El mismo
descaro que tuve para ir contracorriente y abrazar una música y una estética
que pertenecía más a la generación de mis padres que a la mía, lo empleé luego para
abrirme a otros gustos, sin ningún sonrojo. Y llegué hasta George Michael.
Seguí su carrera en solitario desde principios de los 90 con el mundialmente
aclamado "Faith", y fui definitivamente conquistado por "Listen
without prejudice" - imposible un título más apropiado - con el que se
ganó mi respeto y mi admiración como productor, compositor e intérprete. Para
siempre.
La noticia de su muerte, el pasado día de
Navidad, fue triste e inesperada. Todos los titulares recogieron puntualmente
su edad - 53 años - porque nadie pudo resistirse a apuntalar el mito que nace
de una muerte prematura. Algunos imprudentes alardearon diciendo que ellos ya
sabían que no le quedaba mucho. Demasiados excesos, aclaraban. Cualquiera sabía
de las turbulencias de la vida de George Michael, vaya obviedad, pero, ¿quién
lo conocía realmente? Sus amigos más próximos, su familia, y ellos hablan con
cariño de él. Me alegro de que sea así. Porque este viejo mod lo admiraba. Y no
ha podido resistirse a rendirle un homenaje.
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