viernes, 10 de marzo de 2017

AQUÍ TIENES UN AMIGO (05/03/2017)

Espero que Brian Cullinan tenga muchos amigos. Porque los va a necesitar. El culpable del mayor error de la historia de las ceremonias de los premios Oscar, ese momento surrealista de confusión que se recordará siempre, tiene por delante un duro proceso de reconstrucción. De su prestigio profesional, de su autoestima, y de sus ganas de salir a la calle y enfrentarse al mundo. No conozco al pobre Brian; a lo mejor es un tipo con un cuajo excepcional que no necesita superar nada, y que al día siguiente de su formidable metedura de pata ya salió a pasear al perro y a comprar el periódico como si tal cosa. Pero me temo que no. Si esto hubiera ocurrido en España, la visión de su rostro congestionado, casi granate, paseándose por el escenario entre un montón de incrédulos productores hollywoodienses, no habría tardado en despertar una oleada de simpatía que pediría para él la absolución. Pero estos son los Estados Unidos de América. Enviar un cohete a la luna, pasarse de frenada y acabar orbitando el satélite para toda la eternidad, es la clase de errores que los norteamericanos pueden llegar a comprender. Y hasta perdonar. Pero errores del tipo “tenía que darle este sobre a Warren Beatty pero me confundí y le di otro”, se castigan con dureza. Sospecho que la única razón por la que PricewaterhouseCoopers, la consultora encargada del recuento de votos para la que trabaja Brian, todavía no ha colgado su cabeza en una pica, es eso que llaman eufemísticamente “el manejo de los tiempos”. Es decir, que todavía no quieren pasar por lo que realmente son, una empresa implacable que sabe actuar implacablemente. 
¿Qué pasó, Brian, por Dios? Dicen las crónicas que momentos antes del fatídico error, estabas entre bastidores tuiteando una foto de Emma Stone, que posaba como ganadora del Oscar a la mejor actriz. Por cierto, que el sobre que entregaste al desdichado Warren y que provocó la debacle, fue precisamente la segunda copia del que correspondía a Emma. Sé que borraste apresuradamente la foto de tu cuenta de twitter, pero ya sabes que hay gente con tiempo para todo; alguien guardó el pantallazo y la imagen empezó a circular por los periódicos de todo el mundo. ¿Sabes? Creo que es mejor así, Brian. Porque esa foto lo explica absolutamente todo. 
Lo primero que me llamó la atención fue que no se trataba de la clásica foto entre bastidores de una entrega de premios, en la que el posado está perfectamente preparado para los fotógrafos. Estáis en medio de la tramoya y rodeados de personal que corre de un lado a otro con el walkie-talkie en ristre y sin prestaros atención. La angelical Emma Stone, con sus esplendorosos 28 años, en el momento cumbre de su vida y de su carrera, se detuvo, sonrió… ¡y posó para ti, Brian! Y solo para ti. No tienes que explicarme nada. Ya sé que el mundo se detuvo, que ya no importaban los Oscar, ni los sobres, y que Price, Water y Coopers se podían ir al infierno. ¿Quiénes eran ellos al lado de esa criatura divina? No había nada sucio, ni libidinoso, Brian, lo sé. ¿No te he dicho ya que no tienes que explicarme nada? Te enamoraste, bribón. Desde el mismo momento en que tus ojos se cruzaron con los suyos. 
No eres el primero, ¡a mí me pasó exactamente lo mismo! No con Emma, tranquilo; con Charito, mi mujer. La ví y me dije: ¿puede haber algo más bonito? La diferencia es que yo no tenía en mi mano el sobre con el ganador del Oscar a la mejor película. ¿Y qué más da? En cierto modo, compartimos un destino, Brian. Aquí tienes un amigo.  

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