domingo, 24 de septiembre de 2017

LEALTAD (17/09/2017)

Como palabra, no está de moda. Como concepto, creo que tampoco. Esto no significa que la lealtad no exista, al contrario; por suerte, todos estamos rodeados de personas leales y todos practicamos la lealtad hacia algo o hacia alguien porque sin esta virtud las sociedades, sencillamente, no podrían sobrevivir. El problema de la lealtad es que como nadie la nombra, corre el peligro de ser pasada por alto, de ser minusvalorada frente a otras virtudes menos problemáticas. Por ejemplo, nadie tendría inconveniente en afirmar en una entrevista de trabajo que es una persona ordenada y puntual – dos virtudes magníficas que cualquier empresario valorará positivamente – pero muy pocos se atreverían a decir que el rasgo más sobresaliente de su personalidad es la lealtad hacia las causas, los valores y las personas en las que cree, a pesar de que se trata de una virtud “superior”, de las que informan a todas las demás. ¿Por qué? Porque la lealtad tienen un componente moral, y en los tiempos que corren, cuando la religión ha dejado de ser el gendarme moral de la sociedad para convertirse en la opción personal de cada individuo – qué gran avance, por Dios –, cualquier cosa que suene a principios o valores superiores es mirado con suspicacia. Muy pocos se atreven a hablar de conceptos como el “honor”, que está muy relacionado con la lealtad, y los que lo hacen se arriesgan a ser tachados de reaccionarios o algo peor. 
Pero la condición humana no puede engañarse a sí misma. La lealtad forma parte de nuestro ADN. Somos animales sociales y sentimentales, y hasta los individuos más despiadados – mafiosos o criminales de guerra – necesitan tener un código de pertenencia a algo superior. Alguien dirá que la lealtad no es una virtud en sí misma, y que siempre dependerá de la bondad de la causa a la que se aplique. Es decir, la lealtad de Joseph Goebbels hacia Adolf Hitler, que le llevó a envenenar a sus seis hijos en el bunker berlinés donde agonizaba el régimen político más diabólico de la historia, jamás podría ser considerada una conducta virtuosa. Cierto. Lo que ocurre es que Goebbels no practicaba la lealtad sino el fanatismo, la renuncia absoluta a su propio yo para entregarse por completo a una ideología y a una persona que, como ocurre siempre en estos casos de obediencia ciega, pertenecen al lado más oscuro del ser humano. No, la persona que practica la lealtad nunca pierde su individualidad. En el momento en que la causa que un día se defendió deja de ser digna de ese apoyo, la lealtad se retira. Eso es lo que hace una persona de honor. 
Hace ya tiempo que los separatistas de Cataluña dejaron de ser leales a España. Al estado español, como les gusta tanto decir, pero también – y esto se olvida constantemente – a todos los españoles que compartimos tanto con ellos. La ideología política independentista es respetable; la insubordinación, el incumplimiento de sentencias judiciales, el hostigamiento cultural y la manipulación sistemática de la historia lo son mucho menos. ¿Puede existir la primera sin todos los demás? Siempre había pensado que sí, pero ahora me entran dudas. El nacionalismo del siglo XXI es igual de feo que el de las centurias anteriores y se alimenta de las mismas ideas que sus predecesores: sentimiento de superioridad sobre los pueblos vecinos, victimismo exacerbado, exaltación de lo nacional, real o inventado. El único consuelo lo da pensar que el nacionalismo acabó siempre derrotado. ¿Por qué pensarán que su caso es diferente a los demás?

No hay comentarios:

Publicar un comentario